Desde mi piso solo me asomo a la ventana por las noches, porque si me asomo por el día últimamente me invade un sentimiento de envidia encadenada. Siento envidia de los pájaros, como si nuestros papeles se hubiesen invertido. Ellos libres, yo enjaulada, y no se porque aunque el cielo últimamente esta más triste, me parece tremendamente hermoso.

Creo que en mis treinta y dos años de vida daba la vida por sentada. Pensaba que ya lo conocía casi todo, y supongo que mis grandes desalientos fueron algunos desamores y mis máximas preocupaciones eran no encontrar el trabajo de mis sueños.

Sin embargo, en esta eterna cuarentena mi única certeza, es que todas mis certezas no eran más que grietas.

Ahora siento el dolor en primera persona y no como una lectura agena a mi, sobre los problemas del tercer mundo; ahora lloro con el cielo el sufrimiento de mi patria.

Ahora siento que cuando me rompieron el corazón y se me iba la vida en ello, anhelaria volver a sentir lo que fue un romance imperfecto, porque desde mi ventana solo siento que echo de menos sentir algo que no sea esta enorme tristeza colectiva.

Ojalá estuviera llorando por un amor que terminó, y no por la situación de esas personas que ahora mismo pasan sus últimos días solas.

Ojalá el mundo se vuelva menos egoísta, ojalá esta libertad que nos han quitado a la fuerza nos obligue a tirarnos de cabeza a las piscinas que hemos dejado medio llenas, o más bien medio vacías.

Quiero nadar en nuevos retos, bucear en solidaridad, quiero tirarme a por ese sueño que tanto me asustaba, quiero surfear por encima del ego y adentrarme en las profundidades de la vida, porque la vida es lo que está pasando mientras yo me lamo las heridas.

Solo quiero por un momento tener alas.

Y volar lejos como esa gaviota blanca que no mira atrás cuando alza el vuelo.

Todo pasará, pero en el proceso, siento que ya nada me parece tan importante. Sin embargo vivir me parece que ahora importa más que nunca.

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