No hay cielo estrellado: está clausurado. He soltado las aves que tenía en la pergóla enjauladas; perdón, nunca las entendió mi egoísmo. Visitaba a mi abuela vez rara alguna, porque siempre creía que vivía demasiado lejos: vive a 2 metros de mi habitación. Que raro estar conmigo mismo todo el día, siempre estuve sin mi y con otros afuera. Mis pies se mantienen descalzos, mi cabello despeinado, mis ojos suelen opacarse cada día con mayor afán. Ya no pienso en los problemas del mañana, sino en que habitación de la casa pasaré el día pensando.
Las ideas para cocinar se acaban, la desesperación comienza brotar, el control de la televisión es testigo por el hundimiento cada vez más profundo de cada botón. Parece que al fin encontré la última página de Internet, estoy revisando noticias del año 2000. Ante la escasez de realidad cotidiana, veo películas y finjo ser quien las protagoniza, parece un indicio de perder la cordura, no importa más, perdimos la libertad, la cordura ¿Qué? Nadie la verá más.
Jugamos con el vecino: golpeamos la pared de cada lado. Mi perro parece aprender a hablar o quizás yo estoy dejando de saber hablar. Ayer vi de nuevo unos conejos en la carretera, parece que ganaron la demanda por usurpación de espacio. Tengo nuevas mascotas: mosquitos y hormigas, no se pueden domesticar. Mantengo sudadas las manos: no he soltado el celular en todos estos días ¿que días? ¿Día? ¿Semanas? No lo sé, tiempo, es todo.
Mi piel blanca está con cada día que pasa, el sol es un dios del que hemos sido privados, sol maya pronosticado. He abandonado mi empleo, ahora trabajo en una construcción: un cuerpo que no es ajeno y en cambio es propio, un cuerpo que debe vivir y no morir, un cuerpo, mi trabajo, mi empleo, mi obra.
Lastima el aire, lastima la ropa, acaricia el agua entubada. Sienta cabeza el hombre de su poquedad, dinero alguno no sirve, tu y yo somos iguales, estamos iguales, moriremos iguales. Saldremos iguales.
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