Abuela, estoy muy enfadado. No, contigo. Contigo nunca me enfado. Bueno, a veces, pero se me pasa rápido. Con quien estoy enfadado es con ese virus que está todo el rato en la tele. Fíjate, dice mamá que no de guerra y eso, pero no me deja ver los dibujos. Siempre con ese rollo del virus dale que te pego. Por lo menos con los dibujos me río un poco.
Tú sí que sabes hacerme reír, ¿a que sí abuela?
Recuerdo cómo me quitabas el hipo de pequeño. Una vez me dijiste que te devolviera el dinero que te había robado del bolso. Casi me meo del susto. Y a ti se te salió la dentadura de tanto reírte. Luego dijiste: “¿Qué, se te ha quitado el hipo?” Cómo te odié. Pero solo fue un poquito, de verdad.
Ahora me asustan otras cosas. Me asusta no poder abrazarte cuando sé que estás malita.
Papá y mamá no me lo han dicho, pero lo sé.
El otro día vi llorar a papá, y cuando le pregunté me dijo que no era nada. ¿Qué se cree, que soy un bebé? Pues no. A escondidas le he oído hablar con un médico. Sé que hablaba con un médico porque decía que tenías fiebre y que te costaba respirar. Si me dejaran, iría para echarte aire con un abanico. O por lo menos se lo diría al médico, porque seguro que no sabe que cuando te dan sofocos, como tú dices, te encanta abanicarte. Lo que no entiendo es que a papá tampoco le dejen. Lo sé porque el otro día le soltó al médico: “Necesito verla, y darle ánimos”. No sé qué le contestó, pero se puso colorado y colgó el teléfono. Luego se encerró en el baño.
Cuando estoy malito me encanta que cuides de mí. Siempre me das chocolate. Es nuestro secreto, ¿a que sí abuela? Pues ahora me toca a mi. No se lo diremos a nadie, ¿vale? Además, dice papá que el chocolate da fuerzas y eso.
Abuela, espero verte pronto para que se me quite el enfado.
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