Todo está inmóvil, detenido, en pausa.

La velocidad era vertiginosa, casi imparable, casi…

De repente, mientras circulaba a toda velocidad, tiró del freno de mano. Paró ¡claro que paró! Pero el precio fue elevado. Dió varias vueltas de campana por un interminable precipicio.

¡Qué extraña sensación! Todo ocurrió tan rápido y tan lento a la vez… Ruido, golpes, dolor…y al fin terminó. Se acabó el ruido, se acabaron los golpes, ¿pero el dolor? Ah ¡no!, el dolor no acabó.

Cuando nada le distrajo, cuando se quedó a solas consigo mismo, todo se percibía más intenso. El tiempo pasaba pero nadie acudía en su ayuda.

Era una terrible pesadilla de la que no había escapatoria. Atrapado entre un amasijo de hierros, tierra y sangre.

Hubo quien perdio la vida mientras se precipita al vacío, también quien lanzó su último aliento esperando esa ayuda que tardó demasiado en llegar. Y hubo quien luchó incansable por sobrevivir con una extraordinaria mezcla de voluntad y fuerza.

Distrajo su mente con hermosos recuerdos y bellos sueños por cumplir. Y así, tranquilo e inmóvil, esperó.

La agonía se presumía interminable, el tiempo parecía haberse detenido y apenas quedaba espacio para el optimismo.

El sonido de una sirena rompió el inquietante silencio. Volvió la esperanza vestida con bata, guantes y mascarilla, volvió vestida de uniforme, volvió armada de vocación y humanidad.

La vida, cansada, tiró del freno de mano.

Y aún así, con todo inmóvil, detenido y en pausa, la primavera floreció.

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