El último de Filipinas

El último de Filipinas

Ignacio Gistau

22/03/2020

El despertador sonó a las 9 como cada día. El Señor Braulio se levantó y llevó a cabo su rutina diaria: desayuno ligero, media hora en la bicicleta estática que se había comprado el primer día de confinamiento, ducha y afeitado. Había hecho exactamente lo mismo durante los dos meses que llevaba el país en cuarentena, y hoy no iba a ser una excepción. Escogió unos bonitos pantalones grises y una camisa a juego. No estaba bien planchada, esa era la realidad, pero el Señor Braulio no había planchado nunca, y sólo después de la muerte de su querida Emilia, cómo la echaba de menos, se había decidido a coger una plancha. Sin Emilia y sin hijos, tan pronto muertos, tenía que hacer las cosas por sí mismo. También lo que había de hacer hoy.

Con pasos cortos y decididos fue a la cocina, y preparó al horno la merluza que llevaba días en el congelador esperando una ocasión especial. Abrió su mejor vino, y sintió el aroma a frutos rojos, regaliz y madera mientras servía cuatro copas de cristal, y las dejaba encima de la mesa. Salió al balcón sólo para ver las calles de su amada ciudad completamente desiertas, todo miedo y tristeza. Volvió a entrar en la casa, y ya en el baño cogió el frasco de barbitúricos que le había estado esperando pacientemente. De vuelta al sofá se sirvió la merluza rociándola con el preparado de aceite, ajos fritos y ese punto de vinagre que le había enseñado su madre, y mientras masticaba despacio fue repasando las innumerables fotos que poblaban su salón: Emilia, los niños, su vida. Por último cogió una de las cuatro copas, y brindando al aire, la vació junto con los medicamentos. Cerró los ojos, y recostándose, recordó tiempos mejores: Emilia, bellísima, metida hasta las rodillas en el agua helada del río sosteniendo a Emilio y Braulio en sus brazos, los árboles moviéndose al viento, …

Mientras sus sentidos le abandonaban, aún pudo escuchar proveniente de la ventana un rumor de aplausos y gritos alborozados, que indicaban que la pesadilla había terminado.

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