Sudor en la frente.

Abro los ojos.

Escalofrío en la nuca.

Estoy a salvo. Cada noche una muerte, una epidemia, una frustración que solo cesa al amanecer, al despertar. Miro la ventana donde los pájaros se comunican con su peculiar idioma que a oídos humanos suena a canto de libertad. La respiración de mi familia, aun dormida, me recuerda que no tengo nada que temer, que en casa estamos a salvo. Me levanto de la cama con la certeza de que puedo desayunar, almorzar, merendar y cenar si así lo decido pues la paranoia me obligó a recolectar comida desde la primera noticia sobre el virus cuando aun afectaba unicamente a China.

Vida tranquila, sin necesidad de pensar cómo pagaré la renta, tranquila. Dedicando tiempo a lo que importa: el autocuidado y la familia.

La casa está en silencio, puedo leer sin interrupción de claxons en la calle. Todos siguen durmiendo plácidamente y me relaja saber que aun estamos sanos.

Pienso en lo feliz que me hace pasar tiempo con quien más quiero, con quien me gustaría pasar el resto de mi vida mientras sigo leyendo uno de mis libros favoritos, de los pocos libros físicos que tengo en estos momentos pero cometo un error. Gran error.

Miro el teléfono móvil.

Sudor en la frente.

Escalofrío en la nuca.

Hay 1000 infectados más.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS