ensé que eran ratas, tendría sentido que lo fueran, la casa es muy vieja y el suelo de algunas habitaciones, incluyendo la mía es de tierra. Quise colocar trampas o veneno, pero la dueña de la casa no me lo permitió, alegando que su gato accidentalmente podría ingerirlo. Además, si fueran ratas ─decía ella─, su pequeño cazador acabaría con ellas… como si ese gato obeso y holgazán hiciera algo aparte de comer y soltar flatulencias a cada rato.

La señora es medio sorda, o se hace la sorda, no lo sé, pero cuando le hablaba de esos sonidos raros y cómo mis zapatos aparecían en lugares distintos de dónde los dejaba, ella solo se santiguaba y cambiaba de tema de forma abrupta.

Llegué a pensar que se trataba de un espanto, de un alma errante en busca de descanso; desde que vine a la Capital y renté este apartamento, desde la primera noche, escuché cómo se arrastraba de un lado a otro. Francamente no me da miedo, pero me molesta no saber qué es…

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Ahora sí tengo miedo, pero por la pandemia de la que hablan en las noticias. Hoy reportaron al primer infectado en el país. Hoy mismo regresaré con mi familia, no importa la universidad o el trabajo.

Llegué a la casa, la vieja se me adelantó, me dejó una nota, dice que hay sopas y algo de fruta para que coma y que cuide al gato. Ella ya se fue a refugiar con su familia, ¡hija de…!

Suspendieron el transporte público y nos quedamos encerrados el gato y yo en la vieja casa, ya no tenemos temas de qué hablar y salir a comprar comida es toda una odisea.

Aunque solía pasar solo de noche, hoy, la mañana del treceavo día de cuarentena, el gato y yo escuchamos al ente arrastrase, ambos inspeccionamos todos los rincones de la casa y vaya sorpresa que nos llevamos al descubrir el origen de los ruidos, ni ratas, ni ente, no es más que otro inquilino y mi preocupación ahora es averiguar qué come.

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