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Sueño.

Que vuelo.

Controlo el vuelo como nunca antes. Soy incluso capaz de dar la vuelta al cuerpo. Me elevo rápido y diviso a lo lejos una isla, voy hacia allí. Me poso, me dejo caer.

Nunca antes he volado así, pienso.

Ahora podría volver a casa desde aquí, velozmente, ir a cualquier lugar del mundo, viajar del todo.

Busco la sombra, miro al cielo, hace azul, cruzan una nubes.

Un pájaro vuela hacia dentro y voy junto al animal, a su lado, cruzamos la isla, llego hasta la otra punta, la otra orilla.

Ha llegado el momento.

Miro hacia arriba.

Tengo que salir del mundo, ver la Tierra desde arriba.

Separo los pies del suelo y asciendo.

Empiezo a subir rápido, diviso la isla completa, diviso la costa donde estaba antes, parte de la tierra donde vivo.

Subo más.

Aparecen nubes. Unas luces rojas intermitentes. Unas sirenas empiezan a sonar. La alarma pita y pita.

Sigo subiendo.

Las luces rojas y el ruido de las sirenas es cada vez mayor.

Vuelo hacia arriba, tengo que llegar, salir, ver la Tierra desde lo alto, este planeta en el que estamos.

Las señales de alarma pueblan todo. No me escucho ya subir, volar, el roce contra el aire. Apenas veo nada.

Pero sigo soñando y subiendo contra las nubes, contra la caída.

Hasta que llego y escucho el silencio, todo el silencio, la luz roja desaparece, estoy arriba, fuera.

Me miro las manos, miro hacia abajo, veo el planeta en vilo, sostenido, donde estamos todos, dando vueltas.

Me despierto.

La luz entra.

Me levanto. Voy a la cocina a desayunar.

Copos de avena con miel y canela.

De repente me acuerdo del sueño, hace menos de cinco minutos estaba volando.

Nunca antes había volado así.

Tan alto.

Queriendo, buscando subir tanto, salir de aquí del todo.

Tengo que apuntar este sueño en algún sitio, antes de que vuele y desaparezca.

Pongo la radio (domingo, 29 de marzo de 2020, provincia de Madrid, España, Europa, la Tierra (el mundo)) y dan las noticias.

Me caigo.

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Pero espero, hago.

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