“¡Vamos, hijo, despierta!”

Nadie te prometió que sería fácil. La vida no lo es. Nunca te ofrecería una estrella que no pudieras alcanzar y acariciar con tus propias manos, y que no tuviera un lugar en tu corazón.
Al otro lado de la ventana ves la libertad que anhelas, sin darte cuenta que es con tu mente con la que podrás volar libre.
Tu mirada rebota en cuatro paredes, y termina por tomar de rehén a tu cuerpo.

Las grandes batallas se ganan con estrategias, y estas deben planearse con mucha paciencia, con parsimonia.
Tiempo es ahora de atrincherarse, de evaluar resultados y fincar nuevos cimientos. De observar la brújula y reajustar el rumbo.

“Quien mucho trabaja, no tiene tiempo de ganar dinero”, solía decirme mi padre, y debemos ahora concentrar nuestros motines, contabilizar nuestras municiones y administrarlas de la mejor manera posible.
Hemos logrado mucho juntos, pero aún hay un largo camino por recorrer, debemos deshacernos del lastre y encarar lo que nos queda de vida con nuestra mejor sonrisa. Al fin y al cabo, ella es nuestra principal arma, contra ella nadie puede, el mundo entero se le doblega.

El futuro es tuyo y este será, sin duda, mi mejor herencia.

Descansa, toma fuerzas, pero no te duermas. Que tus sueños sean el combustible que alimente tu alma, y no la ilusión que te aleje de la realidad.

Nunca claudiques en tu deseo por alcanzar la gloria. Pacta con el planeta, ambos se necesitan, y juntos tendrán la fuerza necesaria para dominar el universo.

Solo basta una oración conjunta, una mimetización perfecta.

¡Vamos, hijo, despierta!

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