Espionaje Involuntario

Un vaso de leche con galletas – porfa – le dije a mi esposa Fernanda a las 11 am cuando habían transcurrido ya 4 dias del encierro y yo seguía escribiendo. – Parece increíble que vivamos a pocos metros de la playa y nosotros consumidos en las paredes – Le comenté –

Al lado los vecinos en la casa 4, discuten tan fuerte, que desempolvé mis libros de psicoanálisis para hacer una sesuda observación de los estudios de esquizofrenia de Freud, donde explica que el grito en la mujer es histeria y el alarido en el hombre es neurastenia; – el problema – susurré a Fernanda en voz baja mientras nos agachábamos cerca a la ventana– es que el ingrediente complejo de la neurastenia es llegar a golpear algo o a alguien -esperemos a ver que pasa- concluí – pero no pasó nada.

Al costado los moradores de la residencia 6, ya de edad, se reúnen todo el dia a conversar e invitan a otros dos, no sé de qué hablan pero se ríen mucho – eso es bueno – le expuse a Fernanda, que me acompaña en estas sendas jornadas de espionaje involuntario.

Detrás de nuestro hogar, dos señoras al parecer extranjeras dedican 4 horas del día a murmurar de los residentes en inglés, a grito entero, sin advertir que algunos hablamos y entendemos el idioma. Nos causa risa saber que el chisme es un idioma universal.

Dos casas más allá, dos vecinos salen de pesca en la mañana. El vecino del frente, que es ruso, sale temprano y llega sobre las 11 pm, con unos tragos de más, sin hacer ruido.

Este ejercicio del espionaje, que advierto ha sido completamente involuntario, nos ha hecho entender, que cada ser es un universo, con sus aciertos y desaciertos, con sus libertades y prohibiciones, pero que funcionan así y hacen funcionar el mundo, que solo depende de nosotros hacer del planeta un lugar más tolerable, mas llevadero, menos convulsionado y entender definitivamente que la ansias de poder, dominio y dinero no nos está dejando ver nuestra expuesta vulnerabilidad.