No tengo miedo.

O mejor, tengo el miedo controlado.

Ante esta crisis soy espectador y actor a la vez.

Aconsejo ver la película «Náufrago».

Habría que ponerse en el lugar de aquellos que, en la postguerra, vivieron años ocultos entre cuatro paredes.

Me imagino en el zulo donde los captores mantenían a sus víctimas o en el reducido cubículo en el que se mueve un astronauta.

Hay personas que viven en burbujas.

Existen trabajos cuya sede está ubicada en zonas inaccesibles y peligrosas: plataformas petrolíferas, centros de investigación antárticos, barcos de pesca de altura, etc…

Me pongo en la piel de monjas, presos, enfermos largamente encamados, de las gentes impedidas, ancianas o de disminuídos psíquicos dependientes en un entorno clauso.

Entonces respiro hondo y me voy a comprar el pan.

Dormir, lavarse, dar desayunos a la familia, recoger cacharros del lavavajillas, faenar con la escoba (mejor con música), ejercitarse moderadamente en habitación ventilada, subir y bajar escaleras para tender en el terrado ático, hacer la compra de imprescindibles alimentos, preparar comidas, escribir cuentos, leer libros, discutir un ratito con los próximos, pintar cuadros, reparar objetos, inventar juegos, pellizcar la nalga de la pareja…, curarse la cara del bofetón que te han propinado por atrevido, rezar, aprender idiomas, investigar «on line», descomer, ducharse, hacer yoga… En fin, esto y muchas cosas más se puede hacer relajadamente.

Lo bueno de esta situación viene a ser que disminuye la contaminación atmosférica, que no parece haber tanto crimen de género, que a los políticos no les queda más remedio que entenderse, que ahorras si no vas a bares y espectáculos, que esta vez somos nosotros los apestados y los malos de la película para otros más humildes y habitualmente vituperados por nuestra cultura soberbia.

Si al llegar aquí eres capaz de entender y recordar de qué estoy hablando esto es signo de inteligencia por tu parte y este texto viene a ser una terapia ocupacional y un remedio para combatir el aburrimiento.

«No hay mal que por bien no venga»

Si te da ira, respira.

Si me das las gracias, de nada.


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