Seis de la tarde, ya casi es hora de bajar santamarias. Sentada aún recordando un pasado alegre, en un presente triste, deseando un futuro próspero.
Hace un año era un negocio lleno de oportunidades, una vuelta inesperada remarco el destino. La crisis del país deja estragos en cualquier rincón de cada ciudad, calles, urbanismos y hasta municipios desolados. No estaba exento aquel lugar.
Santamarias que cerraron y no volvieron a resonar. De veinticinco locales solo quedamos tres. La joven que vende granos, el inquilino de los detergentes y yo que ya no encuentro que vender.
El deterioro de la vía, los cables se han robado. La soledad se apodera y el silencio atordecedor permiten escuchar el murmuro de nuestra preocupación. Las personas que pasan son contadas con los dedos y el que compra es porque somos su última opción, algún que otro vecino que conocemos de años pide un fiado, porque no alcanzó el mísero sueldo que el presidente otorgó.
Yaney, una joven madre de dos niñas, que ni por su mente paso esta situación, su esposo emprendedor lograron tan jóvenes obtener: dos apartamento, el local y un carro. La vida llena de sorpresas, despidió de su trabajo al joven y poco tiempo descubre un cáncer en su joven esposa Yaney. Vender lo que tuvieron con esfuerzo para conseguir su tratamiento. Ella abre santamarias desde muy temprano, es la que mas vende de los tres. Caraota y frijol lo que más compran los clientes contados del día.
Daniel ya preparaba todo para irse del país con su esposa. La sorpresa fue que esperan un bebé, sus planes tuvieron que esperar.
Y por último yo, la que escribe esta historia con el tiempo que me queda de sobra en mi local. Esperando que pase algún cliente que compre lo poco que me queda para vender.
Buenaventura es el nombre del lugar que les comento y Venezuela mi país dónde hoy me encuentro.
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