LA DECISIÓN DE VALENTINA

LA DECISIÓN DE VALENTINA

Valentina había peleado con el borracho de su marido. Con un balde de fierro le había propinado tremenda golpiza que creyó que lo había matado. Asustada recogió a sus cinco hijos y salió de su casa. Llegó hasta la casa donde vivía su hija Rosario.

— ¿Y “ora”?, ¿qué va a hacer madre?

— ¡Irnos lejos, muy lejos! Dios sabe que lo hice por mis hijos. Anda, dile a tu marido que nos lleve en la carreta a Ahuacapán. En el primer camión pasajero que pase, nos largamos a donde jamás pueda volver. Estoy harta de este pueblo fantasma, donde los muchachos nomás crecen y se van al norte para nunca regresar. Pero yo me voy al sur, a donde mis hijos no conozcan a esos «coyotes vaquetones». A un puerto que se llama Manzanillo, allí hay mucho trabajo.

—¡Adondequiera que vaya!, estaré mejor que aquí.

— ¿Y trae dinero suficiente?

—Sí, ¡mucho! Este cabrón me las pagó todas juntas. Como que ahora aparte de la venta del puerco que me robó, ha de haber ganado en la baraja.

—Suegra, si quiere nos vamos por el higueral para cortar camino.

—Como tú digas, pero vámonos, órale súbanse todos.

— ¡Oiga madre! ¿Por qué no me deja a los muchachos?…váyanse solamente usted y Domingo, mientras se acomodan. Yo le cuido a los demás.

— No, ya te lo dije, ¡acuérdate! «Dios aprieta, pero no ahorca».

— ¡Pero el niño está malo!, ¿cómo se lo va a llevar así?

— Ya está mejor, ya está aceptando el caldo de frijoles y aquí llevo leche de burra para el día de hoy.

Y así le hicieron. En la carreta halada por un caballo llegaron a Ahuacapán. Ya estaba el camión pasajero que venía de Autlán, de inmediato se subieron. Su lugar final era el puerto de Manzanillo. Domingo, quien era muy platicador, hizo amistad con el chofer, quien le dijo que Manzanillo era un lugar chico pero bonito. Que llegaban barcos mercantes, ahí podía trabajar de estibador o también embarcarse como marino y recorrer el mundo. Valentina seguía pensando en los baldazos que le había propinado a su marido pidiéndole a Dios que se muriera, que al cabo que para nada servía, solo así podría vivir tranquila. De repente, salió de sus pensamientos y le gritó a su hijo.

—¡Domingo! anda y dile al chofer cuanto nos va a cobrar.

— ¡Que nada, madre!, que no nos va a cobrar nada.

— ¿Y porque?… Se me hace raro.

—Porque le platiqué lo que usted hizo.

— ¿Y qué te dijo?

—Me dijo: Muchacho… tu madre tiene agallas, ojalá todas las mujeres fueran así. Hiciste que me acordara de la mía. Siempre sufriendo al lado de mi padre, así somos casi todos los hombres, solo el tiempo nos dobla. Tu padrastro se va a arrepentir de lo que hizo, ayuda mucho a tu madre muchacho, apóyala en todo. Madres así no se dan en macetas.

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