Las tierras eran pobres.

Agrestes y enlomadas en un sinfín de olas, agrias de labrantío, trabajosas.

Escasas nubes en ásperos horizontes y que rara vez llegan. Solo regadas por una “llantina” de siglos y el sudor de generaciones esquivas. Aguas recibidas como despedidas, con igual lamento.

Eslabones de una profana cadena interminable de progenies y óbitos tempranos, sin esperanza. Sumisa y sumida en el arañazo diario a los terrones. Con la propiedad de sus seres y, un cucharon de madera en heredad.

Pocos eran los aldeanos, de perfiles recios y desconfiada mirada, siempre puesta en un cielo tan huraño como su gesto. Mujeres amargas, semblantes trabajados por escondidos rencores, y lutos eternamente encadenados.

Las fiestas de empujones jansenistas, murmullo de rezos ancestrales. Escondiendo envidias por el oscuro templo. Fresco y único inmueble bien jaharrado con las manos de los orantes. Parroquia sin párroco. Huérfanos de moral y guía. Nada cambia si nada hay que cambiar.

Casas inundadas de olores establecidos. Quijotescas comidas sonreídas con la matanza, despensa anual de energía para cebar otro profano sacrificio más, y sonreír entre los gritos de la muerte.

Ambulantes aventuras a lomos de ganado trashumante, empujados con prisas por llegar al principio de su infinito camino.

Pocas casas, de escaso porte.Puertas bajas de maderas agrietadas. Justo ventanaje de sucio cristal, opaco a sus adentros familiares de rigurosa y temprana disciplina.

Al alba al campo, saltando pronto de la cuna a encallecer almas y las manos. Poca caza con que alegrar la cuchara de madera. Poca infancia, de cortas carreras y cercanos horizontes.

Un niño de guedejas desgreñadas corre el aro. Tropieza el niño y termina por caer junto el aro. Está sucio, con ajadas ropas. Mira su aro maldiciendo en silencio y corre. Cae el aro, tropieza el niño. Repite, una y otra vez su solitaria y singular batalla. Mientras, le brillan los ojos limpios como luceros, negros de rabia.

Lentamente, en silencio abandono el sitio. Dejando todo como lo encontré. Mi presencia no se notara nunca. Jamás estuve allí.

Solo recuerdo el brillo de esos luceros negros, limpios…

Iluminan la esperanza.

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