LA ARTISTA

      Con gran ternura y pasión el pianista aborda las notas y los acordes del Adagio Sostenuto de la sonata Claro de Luna de Beethoven. La belleza de la composición resuena poéticamente en la humilde habitación de Elisa. Pocos enseres la pueblan: una cama… una mesilla de noche… una silla… y una mesa baja con tres fotografías. La primera, muy antigua, en sepia, es del día de su boda donde aparece radiante junto a Pedro, su marido, que luce mirada penetrante y porte austero. A su vera, dos fotografías más, la de la primera comunión de su hija, en blanco y negro y una de su nieta, ésta sí en color. El marco de esta última es sencillo, de gusto dudoso, comprado en el bazar de la esquina. Pero lo más llamativo de la estancia se halla en la pared de enfrente: de dimensiones notables, preside el ambiente un cuadro en el que una hermosísima pianista con semblante gozoso y extasiado ofrece un recital en el Carnegie Hall de Nueva York. En una esquina una fecha: 23 de abril de 1956. Completa la sala un antiguo equipo de música de alta fidelidad que aún proporciona un sonido de calidad más que aceptable.

      Elisa, mujer mayor, pelo cano y lacio, mirada extraviada, entrada en años, con el rostro marchito y esculpido por el paso del tiempo escucha embelesada esa música de tan grato recuerdo. Esboza una leve sonrisa de satisfacción. Incluso diríase que canturrea discretamente las bellas notas de la sublime página de Beethoven. En lo más profundo de su alma está esperando que el pianista aborde el Allegretto y el Presto Agitato de la pieza. Sin lugar a dudas esa bonita composición la transporta a un tiempo lejano donde las cosas fluían de otra manera. Recuerdos de una juventud ausente. Un tiempo donde ella era una famosa y admiradísima pianista que actuaba en los principales escenarios de medio mundo. Con cuanta melancolía y placer contenido recuerda los aplausos y los bravos de su público.

      Se mira las manos. Envejecidas y deslucidas ya no están para muchos trotes. Un rictus de tristeza asoma en su rostro.

      ¿Están llamando otra vez a la puerta de la habitación? Maldita sea. ¿Volverá a ser esa rubia teñida que la viene a molestar constantemente? Por favor… Dios mío… Habrase visto semejante osadía… Vaya desfachatez gasta la rubia. Y tiene el atrevimiento de llamarle madre y desearle buenos días. Vaya farsante está hecha esa mujer: feúcha y empalagosa la intenta convencer de que es su hija y lleva su comedia hasta el extremo de fingir que lo es. Nunca hubiera imaginado tanta ruindad. Por suerte le queda la música. Cuánta felicidad le proporciona escuchar a su amadísimo Beethoven.

LA HIJA

      Llama a la puerta de la habitación de su madre. Temerosa espera oír su maldita cantinela. ¡Lárgate! ¡Tú no eres mi hija…! ¡Ella se fue hace muchos años!

      No puede más. La terrible enfermedad de mamá, el alzheimer, está acabando con su migrada salud y teme no poder resistir mucho tiempo más. Si la muerte de su padre ya fue un mazazo terrible, la larguísima agonía de ella acabará hundiéndola en el pozo de la desesperación.

     Diría que está escuchando Beethoven. Los ojos empiezan a humedecérsele. No lo puede evitar. Una amarga nostalgia la transporta a épocas pretéritas. Aún recuerda los buenos tiempos de su infancia y adolescencia cuando con sus padres viajó por medio mundo. Él violinista, ella pianista. Gracias a ellos conoció a importantes artistas y actores. Como si fuera hoy aún recuerda la noche de la gala en Nueva York donde compartió velada con personajes tan ilustres como Frank Sinatra o un jovencísimo Woody Allen.

      ¿Por qué? ¿Por qué? Nadie merece pasar este calvario y menos su madre, mujer que en su juventud, aparte de bella y famosa, fue generosa y afable con cuantos la conocieron. ¿Por qué las tinieblas envolvieron su mente? La incertidumbre de la respuesta la hunde en sus pensamientos antes de entrar en su habitación.

LA NIETA

     Demasiado joven para hacerse cargo de la situación, espera jugando con su moderno iPad en el comedor de la residencia familiar. A sus nueve años aun vive sus propias fantasías: se ha enamorado de un youtuber muy popular que la tiene encandilada con los vídeos que cuelga en la red. A la abuela sólo la ha conocido cuando la enfermedad ya había hecho mella en su cerebro y se había llevado por delante buena parte de su personalidad. Para ella la abuela Elisa es alguien cercano y a la vez lejanísimo. Su madre le ha inculcado que debe respetarla y amarla y así lo hace con complacencia y amabilidad pero es incapaz de entender sus bruscos cambios de humor y sus desvaríos. Cuando la llame su madre, entrará a darle el beso de rigor y a desearle buenos días. Con suerte, si la mujer no tiene achaques ni humor de perros, le sonreirá amistosamente.

      La niña agradece los breves momentos de lucidez de su abuela, dulces ratos en los que la anciana le canta canciones y escuchan fascinadas maravillosas piezas de piano. De mayor ella quiere cantar y bailar como Rosalía o Shakira. Está haciendo sus pinitos con el piano y se nota que tiene madera de artista: sus vídeos en Tiktok están causando furor.

      Acompaña la lectura del texto el Adagio Sostenuto (Claro de luna) de la sonata 14 de Beethoven interpretado por Daniel Barenboim. Con licencia concedida a You Tube UMG (en nombre de: Decca Music Group Ltd.); LatinAutor – UMPG, LatinAutorPerf, EMI Music Publishing, UNIAO BRASILEIRA DE EDITORAS DE MUSICA – UBEM, UMPG Publishing -.

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