La incomprensible deidad

La incomprensible deidad

Jorge Sosa

30/03/2018

Capítulo l

Anastasia canta, desde sus ojos azules profundos como lagos insondables. Sentada en su trono de anciana, en el jardín, flotando levemente en sus misterios, rodeada de duendes, quizás un poco ajena a los oscuros personajes que preguntan por ella aún hoy entre perdidas ruinas y arena.

Canta con voz increíble y sonríe como Gabriela, tal vez con colores más profundos que su nieta.

No hay hora para que abra su abanico sonoro, su mundo es atemporal, sin reglas ni interrupciones pero un pequeño movimiento del otro lado del muro o un carraspeo casi imperceptible, la enmudecen y endurecen su mirada, gesto solo advertido por sus más cercanos.

Todo eso porque su vecino es Alberto, sí, su adorado tormento de épocas de las cuales ya no quedan ni registros fotográficos ni repentinos ataques de memoria. Ahora comparten únicamente un insípido saludo por encima del cerco, espacio aéreo protegido por diferentes avecitas que se acercan a oír a la señora.

Mateo quien por amor o disciplina los frecuenta a los dos, llama al refugio de su madre “el paraíso de doña Tasha”, mientras que al patio de al lado lo nombra “la antesala del infierno”, esforzándose para que suene a chiste.

Una de las particularidades que más ha trascendido en el barrio sobre la “viejita maravillosa” es con la naturalidad que habla del mundo celestial. Como si se tuteara con todos sin excepción y eso incluye al mismísimo Dios. Comentarios que muchas veces alteran los nervios del padre Ignacio, que la considera muy especial en la comunidad parroquial, pero sonríe incrédulo ante algunas historias.

El los conoce a todos, vio formarse y casó a las “parejitas de lujo” como les dice a Aníbal y Gabriela y a Javier y Anita.

Quisiera ver más seguido a Mateo, a Juliana y a Anahí, pero por lo que siente mayor curiosidad es por los chismes sobre Carlitos, el “siete oficios” que frecuenta el barrio.

Sabe que cada uno de ellos espera un milagro.

Si Anastasia espera milagros nadie lo sabe, se supone que si, por la manera de comunicarse que tiene con los poderes sobrenaturales, manifiestos en su voz cristalina.

Se habla siempre que pidió esto y aquello y le fue concedido, se dice que hace unos años un adinerado hacendado del interior del país vino a pedirle ayuda porque una peste imparable diezmaba su ganado. Ella sin hacerlo esperar comenzó a susurrar algo que parecía canto gregoriano. Fue tan especial que el hombre y Mateo lloraban sin parar aun cuando el ganadero ya había subido al auto para volver a su establecimiento de campo.

A los pocos días llegó una carta diciendo que el mal momento había pasado. Agradecido le enviaba un cheque que según él no pagaba nada de todo lo que ella había hecho, pero sabía que la “Doña” le daría el mejor destino.

Para Mateo ser hijo de semejante señora, imponía que a pesar de su gesto serio y su manera de vestir tan simple igual dijeran que se aprovechaba de la fortuna de la “pobre vieja”.

Todos lo ven diariamente abrir sin falta y bien temprano el quiosco de la parada del ómnibus y cerrar muy entrada la noche, consiguiendo siempre lo que sus clientes le encargan.

El Matu es todo un personaje, tiene facha de antisocial pero un corazón de miga de pan en el que entra todo el barrio y un poco más.

Son sus ojos profundos, negros, de fuego interno e intenso, tan distintos a los de su madre, los que afirman su imagen, y se sabe que trabaja denodadamente para no ser descubierto en actitud vulnerable.

El no canta como su madre, observa, trata de ser útil, es un crítico cruel de la fatuidad de la gente, enemigo de los “dobles discursos”.

Muy apegado a su perfil bajo, lo divierte la multicolor preocupación de la vendedora de empanadas que parece estar buscándole novia constantemente. Juliana, la morena del garaje lo quiere mucho, lo respeta pero le gusta discutir con él y cuando no consigue hacerlo entrar en razón, lo rezonga cariñosamente llamándolo “burro loco”

Frecuenta al padre Ignacio, con quien vasito de grappa con limón por medio, se trenzan tratando de encontrar similitudes, diferencias y fines entre religión y revolución.

De Alberto Paravíes, alias el Palomo, el vecino de su madre, es el único interlocutor válido, mandadero y representante. Vaya tarea.

Ha oído o sabe que su progenitora a veces suspira por un pasado poco explicado junto al conflictivo individuo, acusado tácitamente de ser en un tiempo lejano, gatillo de alquiler de varios regímenes políticos autoritarios, soporta bien la presunción de que tengan relación sanguínea.

El resorte íntimo de la atracción entre estos hombres es poder extenderse horas hablando de tesoros y naufragios, y cuando se les llenan los bolsillos de sueños, apuntan su curiosidad y recelo hacia una casa en la otra cuadra, que siempre está cerrada.

Entre sus pocos ídolos vivos está Gabriela, la nieta de Anastasia, su sobrina, con la que no se permite ni un casual roce de dedos al entregarle las revistas de artesanía que colecciona. Cuando lo saluda al pasar se le completa el día, se ve en su mirada una luz atada a una suave sonrisa.

Gabi nació en la abundancia y quedó huérfana entre hierros retorcidos Fue criada amando la vida, sin resentirse por las faltas, porque apoyo y afecto tuvo sin límites.

El día de su séptimo cumpleaños, flotando entre las luces de las velitas de la gran torta, descubrió el rostro de su mamá que ya no la abandonó más.

Sólo podrán disfrutar su voz magnífica si está trabajando con las manos de alfarera, hundidas en la arcilla refrescante.

De Aníbal la deslumbró la constancia efectiva de sus proyectos. Lo vio crecer sin tener que usar el poder de otros, pura inteligencia. Así la conquistó, con la contundencia de un gran ejercito de un solo guerrero.

La entrampó delicadamente con regalos deliciosamente inservibles. La fascinó llevándole una serenata de músicos del altiplano, debajo de su ventana, el día de su vigésimo primer cumpleaños.

Sabe muy bien de la envidia que rodea a quienes tienen éxito, se sabe centro de una gelatinosa duda social, pero ignora las debilidades ajenas, convencida que no le hace daño a nadie, ni obtiene nada por vías siniestras.

A su tío Mateo, lo admira y lo quiere como a un padre, con solo estar presente ha hecho la diferencia en su vida de pequeña. No faltó nunca, ni en fiestas escolares ni actos donde ella casi siempre era la estrellita del día, ni tampoco dejó de vigilarla de lejos cuando creció.

Ama poner la cabeza en la falda de su abuela que siempre tiene un dicho brillante o una de esas palabras que ajustan con la necesidad momentánea.

Si a alguien se le ocurriese interceptarla para decirle algo ofensivo o simplemente amargarle el día, vaya la sorpresa que pueden llevarse. Es fácil darse cuenta que está más allá del bien y del mal, y lo sabe llevar con mucha distinción.

La que tiene el lugar principal en su pequeñísimo cajón de amistades es Ana, sin posibilidades de bajar de ese lugar. La fraternidad es cosa seria.

Los que conocen a Anita viven excusándola, por ser nieta de Alberto, por ser mujer de quien es, por haber sido criada por monjas, `por ser vegetariana, por todo. Pero nadie duda de su corazoncito leal.

Cuando Javier la pidió en matrimonio supuso que se transformaría, tomaría un brillo definitivo, pero fue todo lo contrario, se sumió en una madeja de incertidumbres de las que solo sale cuando hace algo bueno por otro

Su capacidad de amar es sublime, sería genial que alguien la convenciera de esto. El indicado debería ser su marido, pero él sí que es un signo de interrogación para todos, incluida Gabriela.

El corazón de Ana se acelera cuando Aníbal está cerca, hasta el punto de tirar por la borda su filosófica fidelidad.

La cansa la falta de éxito de su esposo y aunque no quiere confesarlo se anula sexualmente cuando discuten por las cuentas que hay que pagar.

Su gran fantasía es ser absolutamente transgresora, apoderarse de un golpe de los jugosos hombres que la rodean y matarse de risa de las brujerías que hacen sus compañeras de trabajo, pero de solo pensar se muere de miedo.

Nadie la podrá encontrar encendiendo velas a ningún santo, porque la misma religión la vacunó, según ella, de toda fe o creencia en cosas invisibles ya que en el colegio le enseñaron que lo más importante son los benefactores y sus familias.

Si bien su imagen tiene algo de todas las mujeres que pueden llegar a ser referentes para ella, no es una copiadora compulsiva, es una mujer en construcción. Para todos es simplemente la persona correcta en quien confiar un trabajo o también un secreto.

A Javier no le falta capacidad, ni hombría, ni astucia, ni se puede culpar a su mujer de que no es lo que necesita todo gran hombre para resaltar y realizarse como tal.

Un día cualquiera él dejó de mirar hacia su propio futuro para preocuparse por los pasos que dan los que considera triunfadores.

Está hipnotizado de la ventana trasera del apartamento, supone que en cualquier momento podrá ver “algo” que quite la máscara legal al marido de Gabi, milagro que podrá ayudarlo a conseguir “el pase del año”, que cambie definitivamente su gris modo de vida.

Sueña golosamente con el momento de contarle a Ana que ya no podrá quejarse ni ridiculizarlo. Le hablará suave y bajito, viéndola retroceder con los ojos súper abiertos, tartamudeando, la verá tropezar con la mesita ratona y caer aparatosamente por la misma ventana que le permitió ganarle a la mala suerte. Luego saldrá al patiecito y gritará al cielo su triunfo.

Nadie sabe ni sabrá lo que le cuesta mantener el personaje que inventó para borrar el pasado que lo ahoga como un alambre en el cuello. Si su mujercita sospechara solamente el esfuerzo que hace para sobrevivir veinticuatro horas al día, lo adoraría en lugar de esa condena sistemática, tal vez podría cambiar la constante música de rezongo que lo empuja inevitablemente a la ventana a tratar de encontrar las «siete diferencias», como cuando pequeño le daban la hoja del diario con las tiras cómicas.

Todo comenzó un día cualquiera donde la foto fue la misma y la misma,, insanamente, repetitiva, de ahí en más.

Javier se obliga pensar que Aníbal no puede ser naturalmente como se lo ve, hay algo maligno, tiene que haber, en esa paz aparente.

Se enfoca seriamente en la persecución, o mejor dicho en la vigilancia, a la espera de «la verdad», regodeándose minuto a minuto pensando en las caritas que pondrán los seguidores de ese tipo, los gestos de “yo no fui”, y el desafuero total al «cachorro», que sorprendido ya no podrá ocultar ni su pierna izquierda más corta ni su debilidad, si no lo rodean sus pistoleros.

Paciencia, en este momento la realidad es otra, tiene que verlo bajar del auto europeo azul metalizado y dirigirse hacia el apartamento donde lo espera siempre Gabriela con su bonita energía.

Al aludido, casarse con aquella hermosa persona, le significó un gran esfuerzo, pero estaba acostumbrado, cuando pequeño jugaba al fútbol, estudiaba y se ganaba algunas monedas haciendo mandados para una vecina viuda que había decidido en honor a su difunto, no salir más a la calle.

Con una pelota entre los pies era mágico, tenía tal sentido de la oportunidad que hizo pensar a todos que con los años llegaría a ser una estrella internacional.

Nunca sonreía. la alegría era el gol, la gente gritando, las muchachas que fueron creciendo con él, esperándolo en las cercanías de la cancha para adularlo. Pasó de amateur a profesional casi sin darse cuenta.

El primer pase, la foto en «El matutino» con su nombre completo, <<Aníbal Da Potti. Nueva figura en Primera División>> Lo fascinaba verse con la camiseta de sus sueños, pisando la «de cuero», en pose de campeón mundial.

Imposible de olvidar todo aquello y menos la tarde en que el zaguero brasileño le partió la pierna del lado del corazón. Que mala pata.

Mientras todos lloraban, él comenzó a pensar que haría cuando le dieran de alta. Había hecho muchos amigos, tenía una pequeña fortuna que a pesar de las bromas sobre tacañería pudo guardar; tendría que ver como mezclar esos dos ingredientes para tener éxito y permanecer en lo alto de la ola.

La fractura descolocó a su novia de aquel momento, que le gritó que no acompañaría el fracaso de nadie.

Ese día, se fue Ana del sanatorio, cuando Gabi, equivocándose de sala entró preguntando por otra persona.

Al mirarse a los ojos quedaron conectados. Luego no quedó otra que darle a todo para delante.

Pasó el tiempo, su primera oficina de representación de deportistas y artistas era una caricatura, la segunda estuvo más cerca del centro y hasta tenía sala de espera, la actual es todo el tercer piso del edificio del grupo empresarial que dirige.

Mirar en redondo, con gran precaución, por si algún loco le tiraba con algo al pasar, se puso de moda después que se enteró que todos sus cercanos recibían anónimos, menos él.

Pensó que «se la iban a dar sin aviso», eso lo hizo descubrir la cabecita inconfundible de Javier, marido de Ana haciendo guardia en la ventana, dedujo que la esposa le había contado de sus amores casi infantiles. Sabía que no era un tipo limpio, lo había estudiado pensando darle una oportunidad de progreso ofreciéndole el pase a su empresa, pero a sus socios no les gustó. No lo comentó con nadie.

A Ana afectivamente no le debía nada, pero jamás olvidaría la gran mano que le había dado el abuelo de ésta, con él sí estaría en deuda para siempre.

Preocupado por la seguridad de su señora, mantiene en el Bar de Diego a uno de sus muchachos de confianza, por cualquier cosa.

Para Alberto Paravíes, Aníbal, el «pichón de crack», era su debilidad inevitable. Aunque siempre fue incapaz de molestarlo con tonterías de viejo, de vez en cuando le hacía saber que tenía ganas de verlo, entonces su «protegido» venía a pasar un rato en la tarde del domingo, mientras su mujer visitaba a Anastasia.

La leyenda se parece muy poco al Alberto verdadero, se lo disputaron, durante años, tres bibliotecas diferentes, santo para aquellos, demonio o vampiro para estos, mercenario sin alma para los otros.

Imposible imaginar la verdad porque el anciano siempre insistió en hacerse el difícil e inaccesible.

Las paredes de la casona desbordaban anécdotas en fotos amarillentas que saltaban de un continente a otro y en distintas situaciones.

No falta el marco de plata reteniendo para la eternidad a una pareja aparentemente de enamorados, él abrazado con una actriz de cine de las que hicieron historia.

Tampoco faltan instantáneas junto a una flacucha con ojos de cielo, incluso la que le sacó a Anastasia embarazada recostada a una choza zulú.

Su curiosidad es famosa y a pesar de su «imposibilidad momentánea» tiene en Mateo y en Carlitos una fuente inagotable de noticias y también de chismes.

Relacionarse con él no tiene desperdicio, conoce facetas inusitadas de muchos personajes, puede comenzar con un dato de la vida secreta de algún pintor, tanto como repetir otra vez cuando cenó con Ernesto Hemingway en la época que éste escribió «El viejo y el mar».

Lo alteran los anónimos, sin acusar explícitamente a nadie cree que es Javier, situación que no le impide gastarle bromas muy gruesas, porque sabe muy bien que el otro jamás osará contestarle porque le conoce los malos pasos.

Sueña con jugar al ajedrez con Anahí por el despido sin indemnización, y ganarle en tres movimientos.

Lo espiritual para él significa poder, saber más sobre el oponente, adivinar el momento que flaqueará para golpearlo y acabarlo sin esfuerzo.

Es asombroso, sabiendo que se hablan tantas cosas de este señor, ver al padre Ignacio venir una vez a la semana y permanecer por más de tres horas, siempre al caer la tarde.

Si se quiere marchar antes de lo acostumbrado el astuto dueño de casa deja caer una frase de esas que desequilibran a cualquier «fraile», – A lo mejor Dios se mandó a mudar porque se acabaron las siestas bajo el perfume de las glicinas –

Eso alcanzaba para recomenzar la esgrima verbal por lo menos una hora más, luego de la cual los dos salían satisfechos por la firmeza de sus propios principios.

De tanto saber, preguntar, oír y tratar de recordar, embarullaba el orden de algunos acontecimientos, por ejemplo le era difícil acertar la edad de sus conocidos. Por eso le costó creer cuando le recordaron del octogésimo aniversario de Tasha.

La noticia tuvo carácter tan movilizador que provocó varias reuniones, hasta entre gente que no quería ni verse.

Resumen:

La Incomprensible Deidad narra los cruces sentimentales entre dos parejas jóvenes y entre dos ancianos y su alrededor, En su privado mundo fantástico conviven con ideas y entidades de cielo y tierra. La idea surge de una parábola moderna propia, que cuenta sobre un señor que viaja en auto por una carretera latinoamericana y va escuchando música en una radio.

De pronto se deja de oír y el piensa que algo caótico sucedió y la emisora colapsó misteriosamente. Al cabo de mucho pensar se da cuenta que su antena está rota.

Muchos creen que Dios a veces no está y deberían revisar su antena.

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