Capítulo 1

El alba acababa de despuntar, todavía era muy temprano como para que hubiese vida por la ciudad y aún así ya estaba abriendo un fodd truck en la esquina del prestigioso Centro General de Investigaciones IoH. Olía a café recién preparado, el aroma llegaba hasta el piso más alto del edificio y para Jefferson era como la campana del recreo de un colegio infantil, una señal de descanso. ¡Como amaba ese camión de comida!, por fin había llegado su momento de evasión.

Era cliente fijo nada más que por el café que preparaban. Todos los días, a la misma hora de la mañana, ni un segundo antes ni un segundo después, el olor a café llegaba hasta su despacho avisándole que su vaso estaba esperándolo. Café hirviendo con un pequeño toque de leche y sin azúcar. El sabor a amargo le encantaba, era su carga de energía y ese food truck su batería.

Como todos los días, bajaba por el ascensor con una aparente tranquilidad y caminaba con una prisa bien disimulada hasta su preciado café, su leve cojera no le retrasaría de tomar su ambrosía. Se lo bebía allí mismo, a pie de calle y con la única compañía de la dueña de aquel negocio. No había conversación, solo el ruído de los coches que comenzaban a circular por la calle y algún que otro transeúnte. Tampoco leía el periódico ni miraba el móvil mientras lo tomaba, era su momento del café.

Cuando terminó de beberlo volvió a su despacho pero, antes de entrar en él vió por su cristalera que Márquez ya estaba esperándolo allí, de pie frente a su mesa. Menos mal que había recargado sus pilas pues comenzaba otro duro y fatigoso día.

– ¿Cómo se encuentra hoy nuestro amigo? – preguntó Jefferson nada más entrar por la puerta.

– Buenos días señor, por lo que he podido observar, el amigo se encuentra en perfectas condiciones, aunque algo melancólico. Aún así está controlado, no hay riesgo de que cometa alguna locura.

Jefferson se sentó en su silla dejando a un lado su bastón, unió sus manos y apoyó ligeramente su cabeza en ellas, quedándose callado y pensativo durante un breve periodo de tiempo. Sabía que podía confiar en él, en uno de sus mejores trabajadores, en el más leal de todos los soldados que él mismo había formado, él era su orgullo. Pero, desgraciadamente, los giros que da la vida han hecho mella en su chico favorito y Jefferson no estaba seguro de cuánto tiempo más iba a poder contenerlo.

– Melancólico – dijo mientras expulsaba el aire de su nariz de manera brusca a modo de resignación – eso no es bueno, soldado. No puede sentir melancolía, ni tristeza ni nada que se le parezca. No podemos permitirnos que se marche – hizo un pequeño mutis y prosiguió- ni que tenga sentimientos.

– Con el debido respeto señor, nadie puede controlar los sentimientos de ningún ser humano. No somos nosotros los que debemos decidir qué sentimiento debe experimentar en cada ocasión. Creo…- Jefferson levantó su mano derecha pidiendo que se callara.

– Usted no está aquí para que crea o no, está para acatar órdenes.

– Esto no es el ejército, no debe olvidarse de ese detalle.

– No, no lo es, ¡claro que no lo es!. – Tan enfurecido estaba Jefferson que no fue consciente de que elevó su voz al contestar. – Trabajamos para una organización secreta con vínculos gubernamentales. Manejamos información tan delicada referente a tantas personas con poder que los podríamos hacer desaparecer en cualquier momento, con tan solo un chasquido de dedos. Todos están controlados por nosotros y ni lo saben, ni siquiera tienen conocimiento de nuestra existencia. Un ínfimo error por nuestra parte y todo nuestro trabajo se iría a la basura, ¿sabe lo que se nos vendría encima?. Por esa razón necesito a todos mis SOL-DA-DOS anímicamente bien. – Jefferson alargó su mano izquierda para coger un bastón y acto seguido se incorporó de su asiento, comenzó a andar hacia la puerta de su despacho y abriéndole de par en par le dijo a Márquez. – No se olvide dónde trabaja usted Márquez, y cumpla con lo ordenado. Buenos días y adiós.

– Pecaré de insolente, señor, pero si sabe que no somos el ejército, ¿por qué nos llama soldados? – contestó sin mirar y continuando dándole la espalda a Jefferson, con la mirada clavada al asiento vació de su jefe. – Esta situación no va a poder mantenerla por mucho tiempo, ni ellos, ni usted, ni yo. Ya he avisado en varias ocasiones de lo que puede ocurrir si seguimos por este camino. Buenos días de nuevo y adiós, señor. – giró sobre sus talones y sin mirarlo salió del despacho. Ya hacía varios años que Jefferson le había encomendado la tarea de vigilar a su compañero y amigo de trabajo John, pero empezaba a cuestionarse si era correcto o no vigilar e informar de todos sus actos y conversaciones al jefe sin que él fuera conocedor de ello. John siempre ha estado en los momentos malos y buenos, no quería que pensase que lo estaba traicionando, aunque en cierto modo eso era exactamente lo que estaba haciendo, traicionar su confianza y lo peor de todo, su amistad.

El sol bañaba tenuemente toda la habitación, eran las primeras horas del día pero los grandes ventanales permitían que los rayos del sol entrasen e iluminasen con sumo cuidado cada recoveco de la estancia. Era una habitación muy espaciosa, sin apenas decoración a excepción de un par de cactus que había sobre la amplia mesa de escritorio. Un esplendoroso armario presidía casi la totalidad de la pared cercana a la puerta del baño y en el centro de la habitación se encontraba una cama de matrimonio en el cual se hallaba descansando un joven hombre. La luz del sol le comenzaba a dar en sus ojos, tiñendo todo su rostro de un color ambarino, haciendo que brillara aún más su cabello dorado. Su rostro era el fiel reflejo de la tranquilidad más absoluta que pudiera existir, dormía plácidamente, profundamente.

De pronto, el repentino sonido del teléfono quebró sus dulces sueños. John abrió lentamente sus ojos azules mientras maldecía no haberse acordado de apagar el móvil nada más llegar a su apartamento. Parpadeo varias veces y miró a su alrededor como si se estuviese asegurando que se encontraba en su casa, en su habitación, solo. Tras un profundo suspiro decidió levantarse de su cama, él aún estaba vestido con la ropa de la noche anterior y su cama seguía hecha, un poco revuelta pero al fin y al cabo hecha. El teléfono continuaba sonando insistentemente, pero John, lejos de contestar a la llamada, se quedó mirando los cactus que había sobre su escritorio, quedándose sumido en sus pensamientos durante un par de minutos, llegando incluso a soñar, pero en esta ocasión, despierto. Cuando por fin cesó el sonido del teléfono John se levantó de su cama, la arregló y se fue hacia la ventana, perdiéndose de nuevo en sus pensamientos. La fuerte alarma de su reloj de la mesita de noche hizo que saliera de su trance, miró su reloj de pulsera y al mismo tiempo que lanzaba algún que otro improperio se fue al baño para lavarse el rostro con agua fría. Tras secarse en una toalla, se marchó hacia el armario de donde sacó una chaqueta negra, cogió el móvil que estaba en una esquina del escritorio y se marchó corriendo, no sin antes mirarse en el espejo para arreglarse el cabello y darse el visto bueno.

Ya en la calle, aún desierta por las horas tan tempranas, emprendió a pie su camino hacia su trabajo. Hacía fresco, lo normal para esas horas de la mañana, así que guardándose las manos en ambos bolsillos de la chaqueta continuó su camino. Le encantaba andar a esas horas, la paz que se respira y sobre todo los bellos colores de la ciudad, del cielo que todavía no lucía lo suficientemente azul pero que aún así permitía presagiar el día caluroso que estaba por empezar. Algunos coches se permitían la osadía de tapar el cantar de los pájaros que estaban en el parque por el que siempre cruzaba John para acortar el camino hacia su trabajo. Como si de una pugna se tratase, los pájaros parecían que cantasen más alto, como si hiciesen hincapié de que nada ni nadie silenciarían su canto.

Apreciar los pequeños detalles como el escuchar el canto de unos pájaros o ver como la ciudad despertaba antes que la propia humanidad, eran lo que ella le había enseñado apreciar. El nunca se había parado antes a admirar las cosas que estaban a su alrededor, pero desde que la conoció todo cambio, su mundo cambió, su vida, sobre todo cuando el destino jugó con ambos. Aún no se conocían, quedaban unos meses para que volviese a verla sonreír a una de sus bromas tras tropezarse ambos en la biblioteca, menos mal que no hubo libros esparcidos de por medio pues el ruido del choque entre ambos, junto a la caída de los libros, hubiese sido muy escandaloso. Nunca olvidaría su tímida sonrisa a la vez que se disculpaba, por su parte él no encontró mejor modo de romper el hielo que hacer una gracia para restarle hierro al asunto, al fin y al cabo, había sido un accidente por parte de ambos.

John se paró en seco y cerró los ojos con fuerza al recordar la escena, respiró hondamente recordando el perfume que ella llevaba puesto ese día y los que siguieron hasta el último de ellos. El sonido del móvil lo expulsó de manera sobresaltada de tan preciada escena. Lo sacó del bolsillo de la chaqueta y miró la pantalla, era del trabajo, así que con pesar atendió la llamada. Fue breve, simplemente querían saber su posición, como si ellos no lo conociesen ya. Tras dar toda la información que le solicitaban y recibir la negativa a su pregunta de si querían algo más, colgó y continuó admirando lo que le rodeaba.

Llegó pronto a su destino, era un conjunto de pisos en pleno centro de la ciudad, la cual daba a una gran avenida de tiendas y oficinas en donde se desarrollaba gran parte de la actividad cotidiana del lugar. Mientras cruzaba el umbral principal y se dirigía hacia el ascensor, buscó en los bolsillos de su pantalón y de su chaqueta las llaves y justamente cuando se percataba de que se las había olvidado apareció su compañero de trabajo Carl, el cual lo llamó con el tintineo de algo brillante, las llaves.

– Otra vez te las has olvidado, menos mal que yo no tengo tu mala cabeza. – dijo Carl mientras sonreía con algo de fanfarronería.

– Gracias mi salvador – contestó mientras se acercaba una mano a su corazón de forma burlona y pestañeando como si de una damisela en apuros se tratase. Subieron juntos al ascensor entre risas.

– John, ¿te he dicho alguna vez lo guapo que estás por las mañanas? – Carl le encantaba bromear con su amigo, las horas se hacían amenas junto a él.

– Carl, siento comunicarte que mi corazón ya tiene dueña. – esbozó una sonrisa triste al recordarla pero inmediatamente la ensanchó más para que Carl no se diese cuenta de su dolor.

– Teóricamente aún no, amigo.

– Exacto, teóricamente, pero me refiero en la práctica.

– ¿Puedes dejar de ser tan baboso por un día? Tanto romanticismo me mata. – dijo entre risas – Prefiero cambiar de tema, ya que he sido rechazado.

– Sin problemas, cambiamos de tema, ¿quién te ha dado calabazas?. – Carl rio mientras le daba un pequeño golpe en el hombro a John. – Eso duele amigo, cuidado o voy a tener que dar un parte sobre la agresión que acabo de sufrir.

Salieron del ascensor riendo y se dirigieron hacia una de las puertas del largo pasillo que se presentaba frente a ellos. Tras entrar y cerrar la puerta se dirigieron a la cocina para prepararse el desayuno, unos cafés, como era la costumbre entre ellos antes de comenzar a trabajar.

– Hoy tenemos reunión con Jefferson, así que Márquez vendrá a recogernos a medio día. No sé lo que quiere el jefe ni si nos asignará un nuevo lugar, desconozco el motivo de esta reunión.- tras servirle una taza de café a John, Carl se apoyó en el mueble para continuar con la conversación – Pero me han llegado a mis lindos oídos que han tenido, llamémosle un roce y ¿el motivo sabes por qué es?, ¿te lo imaginas? – John negó con la cabeza mientras sorbía un poco de su bebida.- ¡Tú!

– ¿Yo? No entiendo a razón de qué tienen que discutir por mi, no he hecho nada.

– Aún – contestó mordazmente Carl con una sonrisa en sus labios mientras se servía el café.

– Ni ahora ni después, para eso estamos aquí, ¿no?. ¿Acaso nuestro cometido no es cambiar el curso de las cosas? Pues que no se preocupen, di mi palabra.

– Estas muy guapo cuando te pones serio. – bromeó Carl para quitarle tensión a la conversación. John se rió mientras le arrojaba una servilleta que estaba cerca a su amigo. A pesar de ser una persona extrovertida John se había vuelto con los años algo tímido y las bromas de Carl les causaban a veces cierta vergüenza. Miró el calendario de su móvil y su reloj de pulsera, estaba nervioso y no era precisamente debido al efecto del café.

Hoy era el peor día para Márquez, no solo había discutido con su superior sino que también toda aquella persona que estaba bajo su mando parecía como si estuviese confabulado con Jefferson. Su secretario se había confundido con la organización de su agenda, la encargada de buscar las carpetas que poseían trabajos e investigaciones realizados hace años le entregó material que la propia Márquez no había solicitado. Pero ahí no terminó la cosa, tuvo que volver a ver a Jefferson y en esta ocasión casi se lanzan mutuamente al cuello del otro, tenían puntos de vista distinto con respecto a la situación de John y el trabajo que éste debía de desempeñar en la organización. Para colmo, cuando cogió el coche para ir hacia el apartamento donde estaban trabajando Carl y John, se encontró una multa y como guinda del pastel su hermana la llamó anunciandole su inmediata llegada a la ciudad junto con su esposo y sus tres niños, los cuales se quedarían seguramente durante la visita en su casa. No es que no quisiera ver a su hermana, lo que Márquez quería es que la avisara con tiempo para organizar la casa y su agenda. Ahora mismo era un mal momento para tener invitados, estaba saturada de trabajo, además de agobiada por su cada vez peor relación con su superior. Ya llegaba tarde a la cita que había concertado con Carl y John por culpa de su secretario, por mucho que quisiese correr no iba a lograr llegar a tiempo, por lo que decidió mandar un mensaje de texto a ambos para que supiesen que se retrasaría. No sabía que iba hacer con John, las cosas se estaban complicando y él ni siquiera era conocedor de ello.

Continuará…

Sinopsis

El centro general de investigaciones IoH es una organización que posee vínculos secretos gubernamentales y militares. La pugna por el control de ciertos proyectos nazis y todo lo relacionado con los viajes en el tiempo provocarán unos sucesos ocurridos en Bahía Naledi, en donde dicha organización necesitarán de todos sus recursos para ocultar un horrible misterio. John, el protagonista de esta historia, se verá metido hasta el cuello cuando le toque decidir si cumplir las órdenes de sus superiores o quedarse junto al amor de su vida.

Antes de que todo se convierta en un caos alguien logrará mandar un aviso al “presente” para que se puedan tomar cartas en el asunto antes de que sea demasiado tarde. ¿Quién será el mensajero?, ¿qué ocurrirá?, ¿qué tiene que ver en todo ello John?.

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