Prefacio

Dicen que cuando algo se anhela realmente y se desea con todas las fuerzas, el universo conspira para que se realice.

Pronoia.

Prólogo

Esa noche, durmieron con un sueño inquieto. Ambos soñaron con el otro y la atracción que sentían en ese instante, tan distinta de la habitual antipatía, los llevó a experimentar la sacudida de un temblor y la sensación de flotar en el aire.

Despertaron asustados, pero la somnolencia era tal que cayeron inmediatamente rendidos de nuevo en la oscuridad de la mente y las visiones sin sentido de su inconsciente que se revelaban allí, en sus sueños.

Capítulo 1

El sonido incesante de un despertador sacó a Matías de un pesado sueño. Adormilado aun, se levantó a apagarlo, pero no reconoció el lugar donde estaba.

Manoteó sobre lo que parecía una cajonera de ropa y encontró el endemoniado aparato. Lo apagó y se sentó en la cama. Seguramente estaba en la casa de alguna conquista de la noche anterior, aunque no recordaba haber regresado acompañado. Eso le pasaba por tomar tanto. La mujer debía de ser una máquina de sexo, porque le dolía todo, hasta músculos que ni siquiera sabía que tenía.

Se pasó la mano por la cadera, que le dolía brutalmente.

«Qué demonios…»

Estaba en camisón de dormir. ¿Con qué loca se había metido?

Salió del dormitorio buscando un baño. Se sentía con el cuerpo pesado y más pequeño, como si hubiera encogido. Justo al frente había uno. Encendió la luz y se miró al espejo.

El grito que lanzó despertó a todos en la casa, que llegaron corriendo a ver qué sucedía y se retiraron bastante molestas.

«¡Pero qué diablos pasa!» Era una mujer.

Se volvió a mirar en el espejo. Efectivamente, era una mujer. No una mujer cualquiera, sino la enfermera gorda que era una piedra en el zapato.

Se tocó el rostro y se miró el interior del camisón. Allí había un par de senos que se movían cuando él lo hacía.

«¿Qué iba a hacer?»

Todo debía de ser culpa de ella. Seguramente había hecho alguna brujería o algún truco barato. Quizás si se acostaba y dormía de nuevo, despertaría en su cama siendo él de nuevo.

Entró en el dormitorio y descubrió la cama infantil. Sabía que ella tenía un hijo, pero no recordaba la edad.

Se acercó con sigilo y descubrió a un niño de unos 4 o 5 años durmiendo. Lo miró un momento, en estado de shock, hasta que cayó en la cuenta.

«Mierda, ahora soy madre»

Lo que estaba pasando no podía ser cierto. Seguramente era un mal sueño.

Se acostó en la cama, pero los dolores salvajes que tenía no lo dejaban dormir. Cada posición era imposible de mantener, porque tenía diversas zonas del cuerpo que dolían mucho y no podía mantener la postura mucho tiempo.

«Alguien va a pagar por esto»

Priscila despertó con el sonido de un teléfono. Se sentía aturdida, como si hubiese tomado demasiado la noche anterior. Le dolía mucho la cabeza.

Encontró el aparato en un velador al lado de la cama. No sabía de quién sería ese teléfono que sonaba tanto, ni quien llamaría a esa hora.

Vio la pantalla. Era ella.

Una sensación de déjà vu la recorrió. Tomó el celular y contestó la llamada.

Antes de poder hablar, se escuchó a sí misma gritando del otro lado.

—¿Qué me hiciste bruja? Quiero volver a ser yo mismo, ¡ahora!

—No… —se interrumpió al escuchar la voz del Dr. López salir de su boca.

Dejó caer el teléfono sobre la cama y se miró las manos. Tenuemente iluminadas, eran claramente las de un hombre.

Se levantó corriendo de la cama y se dio cuenta de su desnudez.

Gritó desaforadamente.

—¡Soy un hombre! ¡Y tengo una erección! —Se tocó ligeramente el miembro erecto con asco. No pudo evitar sentir un leve estremecimiento con el roce. Se soltó inmediatamente y cerró los ojos. Cuando los abrió, la erección seguía allí, saludándola burlonamente.

Corrió a la cama con incomodidad, al sentir como se movía su nuevo aditamento, y cogió el teléfono. Ella aparecía aún en línea.

—¿Qué pasó? —dijo con la voz de Matías.

—Pensé que habías sido tú, pero por tus gritos histéricos, asumo que no sabes nada tampoco.

—No. No tengo idea. Quiero ser yo de nuevo —dijo la joven estirándose para poder rascarse una nalga y notando por primera vez que no sentía molestia alguna—. Aunque debo reconocer que no tener dolor es muy agradable.

—¿Siempre sientes este dolor? —preguntó Matías con incredulidad.

—Sólo es parte de la fribromialgia. Toma lo que me recetaste ayer. Si sigues así la próxima semana, tendré que pedirte algunos exámenes —No pudo evitar sonreír. Su deseo se había realizado. El infeliz estaba en sus zapatos.

—Necesitamos hablar. Ven a buscarme —dijo Matías en tono imperativo.

—Suenas a mujer caprichosa. No sé manejar, así es que tendrás que venir tú. Y trae a mi hijo —Se le encogió el corazón—. Si lo maltratas, tu cuerpo pagará el precio.

—No hay nada que puedas hacer para amenazarme. Si intentas suicidarte, tal vez mueras y pueda recuperar mi cuerpo —Su voz sonaba muy petulante, usada por ese individuo.

—Siempre puedo acostarme con un hombre que me encanta y nunca me tomaría en cuenta como mujer. Pero sé que tú le gustas mucho. Estaría encantado de acostarse contigo —Sonrió para sí— Apuesto que todos sabrían en el trabajo tus nuevas preferencias sexuales.

Matías escuchaba incrédulo. No hubiese imaginado jamás que esa mujer pudiese ser capaz de hacer ese tipo de cosas. Su propia voz almibarada sonaba peligrosamente amenazante.

—No te atreverías —dijo al fin, siseando.

—Ponme a prueba. Trata mal a mi hijo y te aseguro que me encontrarán, o sea, a ti en una situación muy vergonzosa —Y colgó.

Matías vio al niño dormir como un angelito y no quiso despertarlo. Él era tan culpable como Priscila de lo que había pasado. No le pareció correcto despertar a un niño pequeño sólo por el capricho de una mujer. Le tomó una foto y sonrió satisfecho.

—Ahora a ver qué me pongo…

Encontró todo lo necesario en un pequeño closet, pero no sabía por dónde comenzar.
Había ropa interior en un cajón y casi se cayó de espaldas al ver los conjuntos de encaje. En otro momento lo hubiese disfrutado, pero sólo pensar en ponerse algo de eso le revolvía el estómago.

Tomó algo de ropa al azar y se metió al baño.

Se miró al espejo, sin poder asimilar aún la figura que veía en él. Seguro de que era una broma pesada, hizo algunas muecas, que el espejo reflejó a la perfección. Se agachó rápidamente y apareció de improviso ante el espejo, pero seguía siendo ella.

Con una mueca, se quitó el camisón de satén y se contempló en el espejo.

Estaba bastante pasada de peso, tenía estrías que le surcaban el abdomen, parte de los senos y uno de los hombros. Se tomó el abdomen y lo movió arriba y abajo.

No era nada atractiva para él. Más encima los malditos dolores.
Levantó un brazo y apenas llegó a la altura de la cabeza. Tratar de llegar más alto significó un gran dolor, por lo que desistió.

Se metió con dificultad a la ducha y logró bañarse.

Se colocó algo de crema y la ropa interior. Se giró a ambos lados para verse bien.

«Algo mejor. No me veo tan fea. Digo feo»

«¡Por dios! Que gay suena eso»

Se colocó la ropa que había llevado y las sandalias de plataforma. Al menos usaba zapatos cómodos, para ser de mujer.

En ese momento sonó su celular. Era un mensaje de Priscila, diciéndole que no olvidara los medicamentos que estaban en el pastillero del closet.

Matías buscó lo que le pedía.

—¡Es broma! —Exclamó.

El pastillero en cuestión tenía el tamaño de una Tablet de 7 pulgadas.

Lo metió en un bolso y salió.

Tomó una micro hasta su casa y se dedicó durante el camino a mirar todo el contenido del celular de Priscila.

Cuando llegó finalmente, le dolía la cabeza y la espalda, se sentía sin fuerzas, y estaba con náuseas.

Priscila le abrió la puerta sin mucha ceremonia y lo observó de arriba a abajo.

—Podrías haberte puesto algo que combinara, al menos —Le dijo con acidez.

—Difícil, teniendo en cuenta que tus calzones se meten en el culo y los sostenes tienen un fierro que se incrusta bajo la axila —Entró en la casa y se lanzó en el sofá.

—¡Con esos pantalones claro! Son muy ajustados. Seguro que elegiste la ropa interior más pequeña del cajón.

—Tomé lo primero que encontré —dijo casi sollozando—. Me siento fatal.

—Seguro que no desayunaste.

—No. No tuve tiempo. Me demoré casi una hora en lograr moverme.

—¡Bienvenido a mi mundo!

Priscila preparó un café, bien cargado, con un pan con bastante mermelada casera que encontró.

—Ten, come. Te ayudará a sentir mejor. Tienes que tomar estas 4 cápsulas.

—¿Qué son?

—Antidepresivo, Pregabalina y estas dos son para que logres mantenerte despierto durante el día.

—¡Demasiado! —dijo devolviéndolas al pastillero gigante—. Sólo el antidepresivo.

—Bueno, no las tomes. Pero te vas a arrepentir. Créeme.

Matías la ignoró y terminó de comer. El dolor de cabeza seguía igual de fuerte. Su humor empeoraba por segundos y no lograba arreglarse el maldito calzón.

Cerró los ojos y fingió que nada de eso estaba pasando.

—¿Dónde está mi hijo?

—Durmiendo. No lo quise despertar —Abrió los ojos y le mostró la foto del celular.

Los ojos masculinos se llenaron de lágrimas.

—Espero poder ser yo de nuevo y poder estar con mi hijo —dijo con voz afectada—. Este tipo de cosas sólo pasa en las películas. No sé qué podemos hacer para volver a cambiar de cuerpo.

—No podemos ir a trabajar así.

—¡Verdad!

—No puedes atender pacientes como si fueras yo. Estoy seguro que no podrías ni firmar recetas.

—Cierto. Además, tampoco podrías ver mis pacientes.

—Eso no creo que sea tan difícil, están los manuales en internet. Sólo hay que seguir las pautas.

—Entonces veremos cómo lo haces. Yo no puedo pedir licencia. Estoy con contrato de reemplazo.

—Yo sí. No me puedo arriesgar a que te equivoques con algún paciente —dijo Matías—. Tendrás que decir que estás enferma, digo, enfermo y no ir a trabajar.

Priscila se comió la rabia. Sabía que ese médico era petulante, pero no imaginaba cuánto. Decidió que era la oportunidad perfecta para demostrarle que él no era mejor persona que ella.

Si a él le parecía fácil ocupar su lugar, entonces ella no iba a contradecir al «diostor«.

Capítulo 2

24 horas antes…


El bullicio de la ciudad tenía a Priscila de muy mal humor. Sus dolores no habían cedido y lo peor de todo es que necesitaba ver médico. Lo bueno es que había conseguido hora, pero ojalá hubiese sido con cualquiera, pero «No ese médico».

El Centro de Salud era un caos, como todos los días en la mañana. Llegaba tarde para colmo y, seguramente, ya habían llegado sus pacientes.

Subió con dificultad las escaleras. Por ningún motivo iba a usar el ascensor.

En el pasillo de su sector, se encontró frente a frente con el doctor López. Era un hombre joven y bien parecido. Demasiado, para el gusto de Priscila. Se decía de él que era un mujeriego y se creía dios. Algo bastante común en los médicos. Pero su arrogancia emanaba por los poros de su piel. Tampoco ayudaba en nada su postura gallarda, ni el metro noventa que llevaba siempre consigo.

—Doctor, buenos días. Tengo hora con usted —Le dijo al pasar por su lado.

Matías la miró a los ojos con una sonrisa burlona en el rostro. No le gustaba mucho esa mujer. Primero, afeaba el lugar, por ser baja y estar gorda. No era fea, para nada, pero su exceso de peso y su cara redondeada, la hacía parecer a veces un cerdito. Claro que no podía negar que siempre se vestía bien y era impecable en su presentación personal. Segundo: tenía la impresión de que ocultaba algo más allá de lo que se veía a simple vista.

—¿Qué le pasó? ¿Quiere una licencia? —le dijo burlón.

Priscila sintió de nuevo esa ráfaga de desconfianza que aparecía cada vez que lo veía con esa mirada.

—Nunca pido licencia médica, doctor. Sólo necesito algún medicamento que me quite el dolor y pueda caminar normalmente de nuevo —Casi escupió las palabras. Era demasiada su rabia.

Sin esperar respuesta, siguió su camino, tratando de disimular un poco la cojera. Estaba cansada de que todos le preguntaran el motivo de ésta, aunque algunos ya se habían acostumbrado a verla así de vez en cuando.

Cuando llegó la hora, Matías la hizo pasar al box e inmediatamente se sintió incómoda.

—Cuénteme que tiene —le dijo reclinándose en la silla.

La joven se sentó frente a su escritorio y apretó las manos, nerviosa.

—Estoy coja.

—Eso es evidente, pero cómo se produjo la cojera —dijo burlón.

—Llevo una semana con dolor y ha ido aumentando. Comenzó como un dolor ciático, pero ahora me duele toda la pierna y la cadera.

—Bueno, para eso va a tomar el antiinflamatorio que le voy a dejar, cada 8 horas, y Tramal.

«Ni siquiera me va a examinar»

—Si sigue así la próxima semana, tendría que pedirle algunos exámenes.

»¿Alguna enfermedad crónica?

—Fibromialgia.

—Entonces, seguramente, los dolores son por su patología de base.

«Dime algo que no sepa, idiota»

—Muchas gracias, doctor. «Y hasta nunca más»

Se retiró del box con la receta en la mano. Debió pedir que la viera otro médico, pero no quería que se supiera de su enfermedad. Claro que la fibromialgia estaba de moda. Había varios funcionarios que la tenían. Menos mal que andaba con un pequeño botiquín y tenía algo que tomar. No tenía tiempo para ir a comprar la receta del doctor.

La rompió en pedazos y la dejó caer en una caja de reciclaje de papel.

«Menudo imbécil»

Se tomó los medicamentos y esperó casi dos horas a que el dolor comenzara a ceder. Seguía trabajando como siempre, pero el malestar la estaba matando. Cuando éste empezó a disminuir, aumentó el cansancio y el sueño descontrolado; a tal punto, que dormitaba mientras atendía.

No valía la pena estar mejor en esas condiciones.

En ese momento odió a Matías López. Estaba segura de que él no sería capaz de aguantar su vida si estuviera en sus zapatos.

Resignada, siguió trabajando y tomó un litro de Coca-Cola. Con esa cantidad de cafeína, logró resistir hasta el viaje de regreso; donde comenzó a dormitar de nuevo.

Sinopsis

¿Qué harías si despertaras un día y ya no fueras tú? ¿Si tu cuerpo fuera el de otra persona y además del sexo opuesto? ¿Qué pasaría si tuvieras que vivir la vida de otra persona por un tiempo indefinido? Descubre lo que sucede en la vida de esta pareja que no se aprecia en lo absoluto y los enredos que ocasionan sus prejuicios y desconfianza. Averigua si lograrán sobrevivir un tiempo en sus zapatos, sin destruir la vida del otro ni la suya propia.

Cuando todo parece ir mal, siempre puede ir peor. Nada es como lo imaginan y lo más importante deberá comenzar por ellos mismos: la empatía y el entendimiento de que cada vida es un mundo, y cada uno lo vive como puede.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS