Descubrir la vida con otros ojos

Descubrir la vida con otros ojos

Caminaba con prisa, mirando el piso, levantaba la cabeza solo de vez en cuando para observar a las personas que venían de frente y no llevárselas por delante. No miraba hacia atrás, no quería convertirse en una estatua de piedra, de sal o de lo que sea que diga el libro mitológico del momento. No quería quedar condenado a siempre vivir mirando hacia atrás, sin poder correr la mirada ni cerrar los ojos por estar «congelado», no podía aceptar lo que había visto.

Entró al café de la esquina, le pidió al mozo un cortado y sin decir ni acotar otra palabra pidió un lugar en la zona para fumadores. Era la primera vez que lo hacía, pero lo necesitaba, los nervios lo estaban consumiendo. Una y otra vez las imágenes se le repetían en la cabeza, toda la escena, con claridad, hasta con los detalles mas mínimos y en cámara lenta.

-Como usted ordene, señor- le contestó el mesero.

La no presencia de otras personas en la zona hacía que el silencio sea abrumador, que la bronca lo consumiera y que sus pensamientos se volvieran violentos. Eran tan fuertes que en la piel se le notaban las marcas del enojo, estaba a la vista su estado de ánimo. La transpiración estaba presente a pesar de que el clima no era para nada veraniego, las venas del cuerpo estaban visiblemente inflamadas, la sangre hirviendo le recorría cada parte de su ser.

Había regresado a su departamento antes del tiempo estipulado, luego de una reunión fallida con sus amigos, ya no soportaba a aquellos hombres, los veía y lo ponían mas irritante de lo normal, estaba cansado de todos, ya había pensado varias veces en alejarse de todos, en quedarse solo por un tiempo, con su pareja. Pero eso acababa de cambiar, porque ya no tenía pareja, o al menos en teoría no debería tenerla.

Después de entrar a su habitación durante 5 segundos, los 5 segundos mas largos de su vida, salió espantado por la escena que allí vio. Su novia estaba acostada, pero no estaba sola, no, le estaba siendo infiel, lo estaba engañando. La sola situación de entrar a un cuarto y encontrar a tu pareja con otra persona debe ser indescriptible, el dolor, la decepción y la bronca que se siente en ese momento no se puede comparar con nada en el mundo, excepto que tu pareja te esté engañando con una persona de su mismo sexo. Y eso fue lo que le ocurrió a Eduardo.

Él era una persona de mente «cerrada», la homofobia le fue inculcada desde niño, casi al mismo tiempo que aprendía a leer y escribir, aprendió a odiar a las personas homosexuales. Su familia tenía el machismo y los mandatos religiosos como estilo de vida, creían que cualquier persona que se saliera de la línea de mandatos estaba condenada a vivir un infierno en la Tierra; y ellos siempre estarían dispuestos a hacer que ese infierno sea real.

Estaba pensando en la escena, en las reacciones de todos, cuando el mozo llegó con su pedido. Volviendo a la realidad, vio que al sector de fumadores habían ingresado un grupo de hombres, todas personas importantes o al menos eso aparentaban. Sin darles demasiada importancia, terminó su café, encendió otro cigarro y siguió pensando.

Se preguntaba qué hacer. No podría volver a entrar a aquel lugar, no sin recordar las figuras en su dormitorio, no sin derrumbarse por dentro. La amaba, le había entregado todo, quizás en el último tiempo las cosas no estaban bien, pero siempre supo que esa mujer era el amor de su vida. Pero ya no estaba, se había ido, había tomado la decisión unilateralmente de terminar con todo, sin querer había puesto un punto final al ser descubierta.

La vida de Eduardo estaba terminada, acababa de perder todo lo que amaba, sus sueños, sus metas, a la chica de sus sueños. No sabía como seguir, no sabía como llegó a terminar en una situación tan dramática, ni siquiera sabía dónde pasaría la noche.

Estaba tan hundido en sus pensamientos que no pudo notar que alguien se le acercó, uno de los «señores importantes» que había entrado a la sala para fumadores de la cafetería se encontraba sentado frente a él, mirándolo fijamente, no parpadeaba, no decía nada, solo lo miraba.

-Te noto agobiado, ¿qué te sucede?- le preguntó aquel hombre.

-No se preocupe señor, estoy bien, solo un poco agotado por tanto trabajo, tantas responsabilidades. No estoy acostumbrado a cargar con tanto peso sobre mí, pero ya me voy a acostumbrar- respondió sin titubear.

Pero esa no era la verdad, estaba mintiendo y aquel hombre podía notarlo, También Eduardo entendió que su mentira no fue creíble, al menos no para la persona que tenía en frente. Pero no le dio importancia, jamás lo hacía cuando se trababa de desconocidos. Siguió metido en su mundo, pensando en qué hacer, en como salir, en como continuar, ni siquiera se había percatado del tiempo transcurrido allí, ni de que el hombre seguía sentado en el otro lado de la mesa.

-Disculpa, ¿se le ofrece algo? ¿Hay algo que pueda hacer por usted?- Preguntó, dejando notar cierta molestia en el tono de la voz y lanzando una mirada de desprecio.

-Bueno, la verdad es que el de las preguntas de ese estilo debería ser yo- respondió aquel extraño, sin dejarse intimidar por nada de lo que Eduardo hacía.

-Quiero ayudarte, te vi desde el momento que entré aquí y me pareciste una buena persona pero angustiada y llena de pensamientos malos.- continuó- Si necesitas ayuda, te dejo mi tarjeta, mi nombre es Michael, encantado de conocerte…

-Eduardo- completó.

Se levantó y se fue, Eduardo tomó la tarjeta y se puso a leer, quedó indignado cuando luego del nombre leyó la frase «Consultor Psicológico» y soltó una sonrisa burlona. No estaba loco, no necesitaba los servicios de aquél hombre ni de nadie que tenga algo que ver con la psicología. ¿Quién se creía aquella persona para llegar, meterse en sus problemas y tratarlo de loco? No lo soportó, no aceptaría aquel insulto, así que decidió retirarse.

Levantó la mirada, vio que lo estaban observando con mas detenimiento que antes. Guardó la Tarjeta en su billetera con la intención de desecharla ni bien tuviese una oportunidad, dejó la propina para el mozo y se retiró hacia la casa de sus padres.

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Ya habían pasado dos semanas y las cosas en la mente de Eduardo estaban demasiado desordenadas. Empezando por una escena de sexo homosexual en su cama, seguido por la pérdida de su amada y terminando con haberse ido de su casa a la casa de sus padres sin decir ni una sola palabra sobre todo lo sucedido.

Estaba mareado, estaba confundido, no confiaba en sus padres, si él se había llenado de odio con dicha escena, sus padres mandarían a asesinarla sin dudarlo. No tenía con quien hablar, sus amigos ya no eran sus amigos y las pocas personas de confianza que le quedaban estaban con Daiana, su ex. La culpa, la rabia y el odio se le mezclaban con la melancolía, la tristeza y la desazón y le generaban una tormenta en la cabeza que no lo dejaba dormir por la noche.

Un día, revisando su billetera, encontró un papel, algo que no pertenecía al lugar donde estaba. Lo miró, lo analizó y recordó: la tarjeta del sujeto de la cafetería. La miró con desprecio, no estaba loco, solo un poco agobiado, solo necesitaba descargarse, contarle a alguien que estuviera dispuesto a escucharlo y a intentar ayudarle a resolver todos sus dilemas. Pero jamás necesitaría a un psicólogo o algo parecido, consideraba aquello como algo que haría una persona débil de espíritu, y obviamente él no lo era.

Pero estaba atrapado, sin salida, no podía seguir así, no podía soportarlo solo, o terminaría yendo a ver a mas de un psicólogo a la vez o a un hospital para enfermos mentales si la situación ya era crítica. Se tomó un tiempo, un momento para pensar, analizó todas las opciones que tenía y se dio cuenta de que era llamar al número de la tarjeta o soportarlo todo solo. Y eso fue lo que hizo.

SINOPSIS:

Eduardo es un chico de unos 30 años, que pasó toda su infancia en una familia marcada por la homofobia y el racismo. Ya de grande, conoció a la que él consideraba el amor de su vida y había tomado la decisión de formar su propia familia con ella. Pero todo eso quedó desechado cuando la descubre siéndole infiel en su propio hogar.

A partir de ese suceso todo cambia, todo se vuelve confuso en su vida. No sabe a donde acudir en busca de ayuda emocional. La única opción que le queda y la que menos quiere tomar, es llamar a un Consultor Psicológico que conoció el mismo día del trágico descubrimiento. Lo que Eduardo no sabe es que aquel hombre se va a convertir en su amigo, en su pilar, en la persona mas importante de toda su vida.

El protagonista descubre que en lo que llevaba de su existencia sobre éste planeta, no había aprendido nada sobre lo importante que son los sentimientos en la vida de una persona, sentimientos puros, reales, sentimientos de amor, de odio. Sin tener en cuenta quien es la persona que los genera, los sentimientos y las emociones son los que nos hacen sentir vivos, los que nos marcan el camino y por esa razón… siempre hay que hacer lo que nos diga el corazón.

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