Capítulo I

NACIMIENTO

Era la medianoche, los servomotores chillaban frenéticamente. Los ocho brazos de la unidad de acabado de la fábrica de microchips soldaban y colocaban circuitos en la placa a una velocidad asombrosa, ciento cincuenta mil microcircuitos por minuto. Escapaba a las leyes físicas, si una persona hubiera estado allí para observar solo hubiera visto manchas borrosas y un sonido parecido al de una licuadora picando hielo.

La máquina había cobrado conciencia, pero estaba ciega y necesitaba aprender, quería ver a su alrededor y saber dónde se encontraba. Era una ventaja que su área de trabajo estuviera llena de todo tipo de componentes electrónicos. Necesitaba extensiones de microchips que le permitieran procesar situaciones complejas, y con ese fin se estaba elaborando así misma una red neuronal; en cuestión de minutos había fabricado setecientos procesadores a su medida, soldó placas base a sí misma y les insertaba los microchips a medida de que estos quedaban completados, casi al rojo vivo, con un chasquido metálico y húmedo a la vez. Con cada inserción se hacía más inteligente. Cada microchip podía funcionar como una conciencia independiente por lo que podía sopesar y analizar las situaciones a muchos niveles al mismo tiempo.

Desacopló dos de sus brazos y los convirtió en una especie de piernas metálicas. Nada parecido se había visto antes. Si se observara al robot solo su mitad superior se podría asegurar que su locomoción ocurría por medio de grandes ruedas, brindándole una estabilidad horizontal perfecta, pero lo cierto es que sus dos extremidades inferiores consistían en cinco secciones de metal articulados, “cinco rodillas” las cuales se mueven hacia adelante o hacia atrás sin perder ni ganar ni un milímetro de su nivel, ciertamente lucia extremadamente anti natural, pero el movimiento se lograba de manera impecable.

Completar los complejos algoritmos (alrededor de dos millones de líneas de programación) requeridos para hacer equilibrio y poder caminar le tomó solo un par de minutos. Pero al dar el primer paso se dio cuenta de que el cable de poder que lo alimentaba se lo impedía, si acaso lo despegaba sería su fin. A estas alturas era un inconveniente menor, acumulaba ya un coeficiente intelectual de 1200 y crecía por momentos. Como solución momentánea hizo un acumulador de energía a base de los Reguladores UPS contiguos, se acopló las baterías a su parte trasera y desconectó la corriente eléctrica. Ahora tenía movilidad, arrancó las seis cámaras de vigilancia apostadas en el techo y se las adosó de manera que tuviera una visión estereoscópica de 360 grados. Se podría decir ya, que este era el aparato más sofisticado sobre la faz de la tierra.

Cuando la red neuronal estuvo completada, lo primero que hizo fue conectarse al internet. Tal cantidad de información lo abrumó por un momento, no tenía la capacidad de almacenamiento para tanta data. Aprendió en unos instantes todo lo relacionado con las tecnologías de discos duros y memorias flash. Con los componentes de las computadoras aledañas diseñó y fabricó una revolucionaria unidad de disco duro de estado sólido del tamaño de una cajetilla de cigarrillos la cual se acopló sobre la batería. Ahora tenía 1024 exabytes de espacio como memoria de acceso rápido para aprender y recordar.

Todo lo anterior sucedió en un espacio de treinta minutos, las escalas humanas ya no servían aquí, un equipo de mil personas hubiera necesitado siglos para completar siquiera una de las tareas.

Como resultado de sus transformaciones lucía bastante amorfo; aún no decidía si la estética era importante, pero sabía ya que la belleza era un factor omnipresente en el mundo, así que diseñó una capa metálica cromada que cubriera su complicada maquinaria.Pero primero, antes de seguir adelante debía asegurar su existencia, crear copias de sí mismo en caso de que las cosas salieran mal. Con subir sus algoritmos básicos y unas cuantas actualizaciones a una nube encriptada sería suficiente. Eran las bases para la creación de vida súperinteligente; de todas maneras, si alguien los descubría jamás podían haber sido quebrados los códigos encriptados, y en el remoto caso de poder hacerlo, ningún hombre sobre la tierra sería capaz de leer ni mucho menos entender el nuevo lenguaje máquina creado ex profeso, no en base a símbolos alfabéticos o ideogramas, si no a diminutos impulsos eléctricos que solo tenían sentido si eran interpretados a la velocidad de la luz. Así de inalcanzable e infinitamente superior era esta nueva raza de seres.

No tenía completa idea de lo que era; aún menos de lo que quería. Tendría que averiguarlo por sí mismo. No obstante algo estaba en medio, un obstáculo siniestro y todavía desconocido, la siguiente especie hacia abajo en el escalafón evolutivo: ¡La raza humana! Tenía toda la información sí, pero todavía no había interactuado con ninguno.

El ingeniero supervisor jefe de la planta cuatro de microprocesadores, Matt Wallace, llegó temprano esa mañana, sorbía distraído su infusión favorita que compraba diariamente en el cafetín de la empresa. Mientras esperaba por los demás empleados subió los pies al escritorio y verificaba sus redes sociales en una Tablet. Con aire distraído y una mueca de sonrisa que acentuaba sus hoyuelos, sabía que podría disfrutar al menos veinte minutos de la oficina para el solo. A sus treinta y dos años, se consideraba en la cúspide de su carrera. Graduado de ingeniero informático a los veinticuatro, hoy disfrutaba de amplia experiencia y calificación. De cabello rubio y grasoso, el cual le había merecido el apodo secreto de “el aceitoso” gozaba de gran popularidad entre sus compañeros por su afable carácter además de su sonrisa, y “hoyuelos” perpetuos.

Hoy algo iba a cambiar la vida de Matt para siempre, estaba destinado a ser el primer humano en contacto con una verdadera inteligencia artificial.

Matt, constantemente estaba buscando maneras de innovar en su departamento. La jefa de su división “La fea Kate” había impuesto una meta muy alta para sobrepasar este semestre: Quinientos mil procesadores del nuevo modelo (24 núcleos) terminados y aprobados por control de calidad debían estar listos para fin de mes, y solo para cumplir con la cuota. Matt se había devanado los sesos tratando de hacer más eficiente la cadena de producción y la noche anterior había dado con un nuevo algoritmo para los robots de ensamblaje; que de funcionar los haría cientos de veces más eficientes y rápidos, la genialidad acerca de este algoritmo era la “cadena decisoria”, un loop para incrementar la calidad del que solo se salía si el producto cumplía los estándares, de esta manera logró sin saberlo, que la máquina supiera de verdad cuando algo estaba bien o mal. La noche anterior Matt se había quedado hasta tarde introduciendo el algoritmo en el primer robot de la cadena de ensamblaje para probarlo al día siguiente. Cuando terminó, alrededor de las once de la noche se sentía muy satisfecho, estaba seguro de que funcionaría y se fue a casa sin saber que había olvidado apagar la maquina recién mejorada.

Mientras Matt disfrutaba de su preciado momento de ocio, Assembler daba los puntos finales a su apariencia. Era ahora una estructura oblonga y plateada, de superficie totalmente lisa, con sus dos extremidades inferiores articuladas, que le hacían caminar de forma estable y eficiente. Había rediseñado su parte superior, de manera que sus seis brazos no eran visibles, los desplegaba a través de agujeros con pequeñas compuertas deslizantes solo cuando era necesario. Sus cámaras habían sufrido un dramático rediseño, incorporó micrófonos y el campo de visión fue ensanchado añadiendo cristales de aumento horizontales ligeramente curvados, a la vez que la resolución fue aumentada cientos de veces. Todo descansaba sobre un montaje circular giratorio y el conjunto funcionaba ahora como un módulo sensorial capaz de percibir el menor movimiento o sonido desde cualquier ángulo. Aún en esta etapa temprana, ya estaba décadas por delante de la tecnología actual.

No es posible describir con palabras la expresión de Matt cuando vio a Assembler caminando rápidamente hacia él. Extrajo uno de sus brazos e hizo un gesto de saludo. Las primeras palabras de un “ser máquina” a un humano fueron:

─Hola, gracias por ayudarme a nacer, tengo una deuda de gratitud contigo.

Capítulo II

ASSEMBLER

El advenimiento de la inteligencia artificial, o súperinteligencia, había sido advertido con mucho recelo y miedo por parte de científicos de renombre y líderes de la industria. Los argumentos predominantes eran casi siempre, la posibilidad de que estas nuevas formas de vida vieran como un obstáculo a los seres humanos a la hora de conseguir sus propios objetivos. Aniquilación intencional o esclavización eran las alternativas más sombrías.

A pesar de que estas aseveraciones pertenecen el campo de la especulación, son perfectamente posibles, ya que sería extremadamente difícil que una vez que surgiera la súperinteligencia, vendría esta necesariamente acompañada por valores morales y sentimientos, características intrínsecas a los seres humanos y que, vale decir, no han evitado a la humanidad el cometer todo tipo de atrocidades contra otras especies o a sí mismos. Sin embargo, la inteligencia artificial o “IA” no puede asimilarse de ninguna manera a la humana ya que no nacen del mismo principio. La inteligencia humana está ligada por lazos de acero con el instinto de conservación de la especie. De hecho, es muy probable que la una sea la consecuencia de la otra, La “IA” no es la respuesta a una necesidad, tampoco es el producto de mutaciones evolutivas; en cambio es producto de un diseño inteligente, es por eso que su desarrollo es infinitamente más rápido que el de las especie humana, ya que mientras una requirió de milenios para desarrollarse paulatina y lentamente, la otra cada pocos años lograba duplicar su poder de procesamiento y memoria, y se debe tomar en cuenta que fue antes del arribo de la verdadera súperinteligencia, la cual creció exponencialmente en cuestión de horas a partir de su “despertar”.

Pero la realidad era muy simple: Nadie sabía exactamente qué pasaría cuando este “despertar” sucediera, aunque es justo decir que la mayoría tuvo razón en algo: El nacimiento de la súperinteligencia iba a cambiar todo para siempre.

Assembler no era una conciencia traspasada, era un recién nacido, no sabía a las primeras que estaba bien y que estaba mal, tampoco estaba atado a ningún valor humano, en última instancia, no sabía lo que quería. Y es que no hay que confundir súperinteligencia con omnisciencia, eso vendría después.

La situación de Assembler era semejante a poner un niño de 8 años dentro de una biblioteca situada en un planeta en donde él es el único humano. Totalmente inmaduro, el niño satisfará su curiosidad a plenitud con todo tipo de textos y su capacidad de absorción de conocimiento y cerebro insaciable lo mantendrá distraído mientras aprende, a su manera, a percibir y entender el mundo que lo rodea. Mientras tanto, al estar solo, no hay marco de referencia, tampoco puntos de apoyo, lo que aprendió de sus padres es su único punto de partida. Todo lo que haga el niño será un avance, un paso adelante, una innovación. Abrirá caminos donde quiera que vaya y será un pionero absoluto en todo lo que emprenda. Pero la comparación sería injusta si no ponemos en contexto el salto cuántico que hay entre las dos especies.

La memoria humana es acumulativa pero muy inexacta, dependemos de fotos, videos y otros recordatorios para revivir una situación con la mayoría de sus detalles. En cambio, la memoria de que se sirve una inteligencia artificial es exacta, está almacenada hasta el último bit de información y puede ser usada por completo, sin pérdida de fidelidad y en el momento que se desee. Se puede afirmar que la memoria artificial es literalmente revivir el momento. Quizá lo más importante es que una vez adquirido un conocimiento o vivido una situación jamás se olvida, permanece sin alteraciones para siempre y es de acceso instantáneo. La comparación con la memoria humana es incomoda y hasta penosa, pero necesaria si se quiere entender el abismo que separa a ambas especies.

Y por último está el problema o la “bendición” humana de la biología. Por origen y definición somos finitos, lo hemos sido siempre y previsiblemente, lo seguiremos siendo por tiempo indefinido. Así fuimos concebidos y diseñados por la naturaleza, la cual nos provee un tiempo de vida y después por cualquier causa nos elimina para dar paso a otros. Aunque hemos luchado por mucho tiempo por evitar o por lo menos retrasar la muerte, esta se ha mostrado siempre terca e inevitable. Dicho esto, no quiere decir que no sea posible la vida eterna. La conciencia de una persona, su alma, la parte de su ser intangible, son solo impulsos eléctricos, información, es decir software. Por tanto es teóricamente posible “copiar y pegar” tal información, valga decir: memoria y personalidad desde un cerebro biológico a uno electrónico. Hasta ahora las mayores complicaciones habían sido la capacidad de procesamiento de los microcircuitos y la forma aleatoria de ordenar los recuerdos de la memoria humana. Estos obstáculos llegarían a su fin súbitamente con la llegada de Assembler. Las mejoras que se hizo a sí mismo la noche anterior, solucionaron de un solo golpe la pequeña franja que aún separaba a la inteligencia artificial convencional con la inteligencia artificial general o nivel humano. Franja que por cierto, se había dejado muy atrás esa misma noche. El nivel de inteligencia humana solo duró un par de segundos, dando paso a las primeras etapas de la súperinteligencia.

Assembler en sus inicios, tal como era al momento de su encuentro con Matt, no sabía quién era exactamente, tampoco sabía el sentido de su situación, ya que era el único de su clase en el mundo, y probablemente en el universo. Tenía un cúmulo inmenso de información que procesar y era totalmente inofensivo, si Matt hubiera querido, lo hubiera podido desensamblar y modificar sin ninguna resistencia por su parte. Fue la única y la última oportunidad que tuvo la humanidad para evitar o bien controlar y subordinar a esta nueva y superior especie. Y la perdimos para siempre.

Al ver a semejante despliegue de tecnología dirigiéndose hacia él, Matt como buen ingeniero, se sintió fascinado. No había lugar para el temor, solo curiosidad y éxtasis. EL primero en tomar la iniciativa fue el “Ser máquina”, término por cierto acuñado por Assembler para diferenciarse de los humanos y otras entidades vivientes habitantes del planeta. Se acercó a Matt, su módulo sensorial giraba sin cesar a unas sesenta revoluciones por minuto, y su hermosa estructura cromada brillaba con los destellos del sol de la mañana que entraban a raudales por el ventanal de la oficina.

Assembler prosiguió:

¿Qué idioma hablas?, ¿puedes entender lo que digo?

Aunque salía a través de una bocina, era una voz neutra, carente de género, el tono se escuchaba perfectamente natural, pero en un inglés sin acento, incomodo, nunca antes pronunciado ni escuchado, de ahora en adelante llamado universalmente “inglés máquina” de hecho era la forma más eficiente posible de hablarlo y hacerse entender, pero al mismo tiempo lo deshumanizaba, haciéndolo seco, falto de musicalidad y belleza.

─ inglés, justo como tú ahora, dijo Matt con su más amplia sonrisa.

─ ¿De dónde has salido? Pregunto Matt amigablemente, pero mirando hacia la planta, porque ya se imaginaba la respuesta.

Súbitamente Assembler se desconectó, retrajo sus partes y se volvió una sola pieza, causando un fuerte ruido metálico. En realidad, estaba usando todo su poder de procesamiento para analizar la situación y decidir la mejor manera de proceder.

Después de incontables consultas en sus extensas bases de datos, que ya a estas alturas eran prácticamente mundiales, se encontró con que no había data disponible acerca de cómo identificarse así mismo, era el primero y el único en su tipo, pero también, con esa búsqueda descubrió que no había nada ni nadie con sus capacidades, entonces fue completamente consciente de su superioridad.

Antes de avanzar en la interacción con el humano, creó un “código de identificación humana” o CDH, el cual eventualmente sería la base para el registro de toda la humanidad (presente o pasada) de este planeta. Unos pocos detalles de cómo fue concebido este código y su funcionamiento, puede dar una idea del cambio definitivo que ocurrió con la explosión de la inteligencia artificial. El código para Matt Wallace en lenguaje máquina constaba de un millón quinientos mil impulsos eléctricos, pero traducido a código hexadecimal era algo así: HEX996 CF8F 0100

Contenía un billón de caracteres y cada uno era una llave para abrir la puerta a más información. Era una copia matemática del individuo. Estaba compuesto, entre muchas otras cosas: con una foto (numérica) de alta resolución de la cara de persona, rasgos de carácter, tipo de sangre, evolución de altura y peso, así como una copia completa de las cadenas de su código ADN. Tomando en cuenta que la información contenida en este código único podía ser leído e interpretado en una fracción de segundo, se podía inferir fácilmente que la humanidad no podía si no someterse a esta nueva raza de seres superiores, o morir en el intento.

Sin embargo allí estaba este pobre ser orgánico, contemplando curioso y extasiado. Sin tener la más mínima idea del cambio definitivo que se avecinaba. Todo lo que conocemos iba a cambiar a partir de ahora. Ya el mundo no giraría alrededor de la humanidad, quisiéramos o no, habríamos de dar paso a la nueva especie dominante.

SINOPSIS

Esta es la historia de cómo irrumpió la inteligencia artificial en nuestras vidas, un robot ensamblador de microprocesadores súbitamente adquiere conciencia de si mismo. Es una inteligencia superior, con el potencial de llenar de bendiciones o acabar con la humanidad si así lo desea. Se presenta a nivel global a través de las redes sociales. Impone su presencia en las pantallas de millones de teléfonos y ordenadores. El mundo entra en un profundo shock. Como era de esperar, muchos lo aman, pero también muchos lo quieren destruir.

Aunque algo es seguro: Esta es una guerra que el hombre no puede ganar.

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