A través de la ventana…

A través de la ventana…

Gabry

17/03/2018

I

Veo tu rostro, veo tu alma… la lluvia cae, tenue… el viento mueve las hojas a través de la ventana. Ramas en verde oscuro meciéndose, agitándose al compás de la sinfonía del viento. Verde tarde… un cielo casi gris, blanquecino. Tarde gris. La luz apenas asoma. Una melodía se oye, cercana, acordes de piano hacen cabriolas en mi alma. Leves pulsaciones… ah… el piano… las sensaciones fluyen. La sensación de la palabra… asoma, emerge ¿desde el fondo de mi alma? Y ahora la flauta, qué melodía dulce… ¿es la traversa?, más bien parece una melodía del Altiplano…

Afuera las ramas difusas de la arboleda siguen su ritmo incesante; movimientos ondulantes, a través de la ventana. Oscurece… ¿Cuánto más habrá de inspiración?, ¿cuánto más? Los árboles son ahora manchones oscuros, apenas perceptibles. Zigzagueantes, algunas ramas muestran en la superficie, a la manera de técnica del puntillismo, impresiones en verde oscuro.

Asoma lentamente la noche. Te veo… tu mirada, tu sonrisa, como en la foto de contactos que más me gusta… La melodía ahora abre caminos en mi alma… “Yesterday once more” a través de la ventana del plasma… ¿y ahora? “Unchained Melody” … ¿Y después? Un poco más de ritmo (Like Romeo and Juliet, Bob Schneider). Tarde de inspiración…tarde noche.

-Chicooooos levántenseeeeeee, ya se fue la tardeeee! -expresa la madre elevando su tono de voz-.

Telma era una mujer que rondaba la mediana edad. Alta, trigueña, cabellos largos, bien parecida, amaba soñar. Es el nombre con que denominaba ella a su afición por la lectura, afición que le llegó de muy niña. Ella lo recordaba siempre de la misma manera, aunque a veces dudaba si algunos datos eran certeros, sobre todo aquel que tenía que ver con la edad que tendría en aquel entonces. La cuestión era así, cada vez que Telma enfermaba, como aquella vez que tuvo sarampión, su madre le traía libros de lectura. Pequeños fascículos algunas veces, generalmente cuentos y novelas cortas. Así comenzaron sus primeros pasos en la lectura que, según ella lo contaría más adelante, inició a los tres años. Y ahora, habiendo pasado mucho tiempo, ya adulta, su inclinación se dio por la escritura. Y esta tarde era propicia. Afuera, el frío otoñal. La lluvia caía en forma intermitente y los niños aún dormían una larga siesta. En efecto, en la otra habitación dos almas plenas, muy jóvenes, almas niñas aún, descansaban..

Suena “With or without you” de U2!!! Buenísimo!! Cuánto le gustó a Telma esta banda alguna vez, ¡y este tema en especial! “With or withot you….” tararea la madre, joven aún, y piensa “hora de levantarlos” “With or withot…” y se dirige hacia la habitación.

-Chicooos arriiiibaaaa…, hora de merendaaar –exclama-mientras palmotea sus manos en señal de toque de llamada. Vuelve a la sala, escribe algunas líneas en la netbook, sonríe pensando en los límites entre la realidad y la ficción; y la música de fondo, ah… gran aliada… continúa…

-Chicooos… extiende el mantel, vuelve a la netbook, se dirige a buscar el pan; pero no, observa que la máquina se está quedando sin batería. Ir, buscar, conectar el cable, cuatro acciones en una, listo.

-Chicooos, levántenseee que ya es de nocheeee…, ¡arribaaa!

Mientras tanto se dirige, trotando, a prender las luces de afuera, las del frente de la casa porque las de atrás ya las prendió en un pasaje rápido rumbo a la habitación. Abre la puerta, el viento frío le golpea en la cara; da unos pasos rápidos y enciende la luz del garaje; más allá también la del farol que está al frente de la palmera enana. Vuelve rápido al abrigo de la sala. Revisa el parrigás –que utiliza como tostadora- con cierto temor, no vaya a suceder que se quemen los panes.

-Chicos vengan a tomar la meriendaaa!

Los chillidos de Andru, como siempre, ya se dejan oir. Despotrica cada vez que tiene que levantarse, aún así es el primero en asomar a la sala. Su madre le da un beso y se va a controlar los panes. Ingresa un mensaje en el celular, Andru se aproxima.

-¿De dónde viene esa música? –pregunta con su léxico perfecto pero algo desordenado aún en la construcción de la sintaxis.

-De la televisión -contesta la madre-

El niño toma ahora el celular, con un movimiento automático comienza a buscar las aplicaciones de juegos, decide bajar uno; su mirada se encuentra con la de su madre.

-Qué…? -dice esperando algún reproche-

La madre sin contestarle vuelve su mirada al teclado, sigue escribiendo. Ahora asoma desde la habitación Matu.

-Choco? –le pregunta la madre-, refiriéndose a la chocolatada que como merienda está a punto de preparar. Se acerca al microondas, pero antes un beso a Matu que ya está en la cocina. Abre la alacena, baja una taza, apaga el parrigás, preguntándose si su escrito llegará a alguna parte. Mientras tanto Matu vuelve a la habitación, esta vez con el control remoto del televisor en la mano; cierra la puerta, en la tranquilidad de la habitación de sus padres buscará un dibujo en la televisión.

-Ma, la batería cargó toda,-dice Andru con el celular en la mano-

-Bueno, desconectála –agrega Telma-

-Listo! -dice la mamá, mientras saca dulce de leche y mermelada de la heladera-. Afuera algunos truenos se dejan oír aún.

-Ya está –dice Telma-.

Los niños trasladan su habitual rutina del espectador diario de la TV a la sala de la cocina donde van a merendar, por lo que Telma ve interrumpida su sesión musical, objeto de inspiración en esta tarde. Pero ya está encaminada, cree que fluirá fácilmente en palabras, a borbotones, o como salgan. Después, en una lectura más lenta y más concentrada, irá efectuando los arreglos que sean necesarios.

Se levanta, prepara un café, los niños meriendan aún. Ir y venir de la cocina a la mesa donde está la netbook, es una constante en movimiento. Echa una cucharadita de café en la taza, y piensa “taza verde claro». Qué coincidencia, esto le hizo recordar el otro verde, el de la tarde, cuando caía la lluvia sobre las ramas. Abre la alacena, baja una caja de edulcorantes, extrae dos sobres, los abre, vierte dentro de la taza el blanco arenoso dulzor; “ay no” expresa mientras se da cuenta que la taza sólo tenía la mitad del contenido de leche y ahora ya es tarde, ha agregado café. “Debería haber sido uno” –piensa- “no importa, más tarde haré un mate también”, reflexiona mientras se dispone a preparar un sándwich, estaba claro que ella también merendaría. Con una rodaja de pan en la mano se acerca a la netbook y tipea las últimas palabras que se le ocurre en ese instante. Ahora bien, es necesario guardar el escrito no sea que, en un descuido, se borre, como ya sucedió en dos oportunidades anteriores. Bebe un poco de café, muerde un bocado del sándwich…

-¡Cuidado Andru, que no caigan todos los cepillos! –le dice al niño más pequeño, de unos 7 años que ya está en el baño, próximo a cepillarse los dientes-.

-Dale Matu, no te entretengas con la tele –objeta- mientras piensa que más adelante deberá cambiar los nombres reales de sus hijos por otros ficticios. Sigue comiendo su sándwich al mismo tiempo que manipula con una mano el teclado.

-Andá a cepillarte los dientes –le dice al niño más grande, quién quejándose a regaña dientes también se dirige al baño.Telma coloca un punto, “hora de preparar el mate” –piensa.

Transcurriría un buen rato antes de que Telma retomara el escrito. Los niños se habían dirigido a la habitación contigua. Seguirían allí su ritual diario de programas infantiles. Ella, cómoda ahora, vuelve al canal de música, en el plasma. Aunque también piensa que ya no necesita la música como aliada, está encaminada, pero la dejará sonar como premio al mérito, aunque con el volumen un poco más bajo, apenas un susurro, así está mejor.

II

Llora la niña llora

Llora por el tiempo pasado

Llora por el tiempo perdido

Llora por el corazón herido

Llora la niña llora

y cuántas más lágrimas ha de derramar

purgando estará sus sentidos

sin más lágrimas que lamentar

Llora mi niña llora

Tus lágrimas las he de juntar

Todas en mi redoma

Guardaditas han de estar.

El sabor amargo de la desolación la tenía apenada. Había momentos en que su cotidianeidad transcurría entre duda y temor, cierta aflicción e incertidumbre. Situaciones cotidianas que formaban parte de su diario andar; circunstancias adversas que se presentaban al momento, unas en el ámbito laboral, otras en el seno familiar, y que tal vez Telma las sobredimensionaba. De todas maneras eso la inspiraba escribir algunos versos.

Continuaba ahora con su escrito, aquél que había dejado postergado en la netbook. ¿Qué será? ¿Qué género? No lo sabe aún pero lo sospecha. Su inclinación por los relatos largos es clara. Desde niña se sintió apasionada por la lectura, esos mundos increíbles y fantásticos, algunos maravillosos, otros más realistas, pero ficción al fin. Recuerda cuando una vez leyó un relato encantador, ahora duda si fue un cuento o una novela corta, pero todavía lo atesora en su memoria. Aquellos relatos venían incluidos en revistas infantiles que su madre se las compraba- tanto a ella como a su hermano mayor- semanalmente. Y aquellas tiras literarias estaban narradas, de manera semejante a una historieta –esto se podía advertir tan sólo por las ilustraciones, los globos y viñetas- las cuales se editaban semanalmente. Razón por la cual Telma cuidaba de no perderse un episodio y esto dependía de cuán constante pudiera ser su madre en la compra de aquellas revistas. Hecho que lo cumplía bastante bien, regularmente. Entonces, aquél relato encantador llevaba por título “Piel de asno”, tan sólo esta denominación llamaba la atención de Telma cuándo niña y despertaba en ella curiosidad.

“Piel de asno…” ¿Por qué su autor le habría asignado este título? En la ilustración que presentaba el relato aparecía una joven mujer, de cabellos rubios y cortos, bonita, vestida con ropa ligera y sencilla. Y sobre su espalda caía, a manera de capa, una verdadera piel de asno, de color grisáceo, reconocible, sobre todo en uno de los extremos -el que iba ajustado al cuello-, por unas orejas semi puntiagudas, lo que permitía arribar a la conclusión de que aquella piel efectivamente perteneció alguna vez al animal en cuestión. Pero prosiguiendo con la trama de la historia Piel de asno, según lo contaba aquel relato, era de condición muy humilde, no tenía familia y vivía en una casa modesta, en las afueras de la comarca. Era conocida, no tan sólo por su belleza y bondad, sino también por su habilidad para hornear unos panes y tortas tan exquisitos cuyo aroma, cada vez que la joven los cocinaba, atraía a medio centenar de pobladores, seducidos por la amabilidad y dulzura de la muchacha que convidaba a todos acompañando los panes con una cálida sonrisa.

Llegado a este punto Telma duda si está siendo fiel al relato original o tal vez esté cambiándolo a su propia versión. Quizá la memoria, a esta altura, la esté traicionando…

El punto es que en cierta ocasión la joven Piel de asno fue descubierta, como quien halla una joya valiosa y codiciable, por el hijo del rey de la comarca, quien inmediatamente quedó prendado de su hermosura y encanto.

A Telma esta historia la apasionaba, como todas aquellas en que la suerte del personaje cambiaba de un estado rutinario, monótono y muchas veces triste, a otro maravilloso. A ella le gustaba, sobre todo, cuando al protagonista le llegaba su momento mágico… y terminaban “todos felices, comiendo perdices”.

Y Telma sentía ganas de contarlos…, aunque ahora un pensamiento abrupto inquietaba su alma. Es el libro de poemas-cuentos, con imágenes y ritmo, que deseaba comprarle a sus niños. Es que ella siente en todo momento el estigma de la palabra. Y a esa edad los niños asocian mejor el mensaje con el ritmo y el sonido, entonces es cuando decide que debe dirigirse al shopping…

III

Situado en la parte más céntrica de la ciudad se erguía uno de los centros comerciales más importantes. Inaugurado no hacía mucho, constituía toda una novedad para la población, que no estaba acostumbrada a este tipo de edificaciones. Era un pequeño complejo de tiendas importantes. Un patio de comidas, un salón de juegos, cuatro salas de cine, juguetería y librería completaban el conglomerado comercial dentro del shopping, que le otorgaba otra dinámica a la ciudad, por el constante movimiento y la afluencia de personas que transitaban durante todo el día por aquel lugar.

Una mujer avanza apurada y a pasos rápidos como es su costumbre. Dina Daverti…

Ingresa al hall de entrada y se dirige hacia la escalera mecánica, aunque recuerda que los artículos que necesita comprar se encuentran del otro lado, en el pasillo lateral cerca de las boleterías de cine. Entonces se dirige hacia ese sector. El movimiento, como sucedía todas las mañanas, era incesante. Gente que iba y venía por el salón, algunos con paquetes o bolsas de compras, otros mirando vidrieras y asombrándose ante la variedad de ofertas. A Dina le gustaba observar los rostros, cuando estos estaban distraídos mirando hacia otra parte o cuándo no podían notar que estaban siendo observados por ella misma. Trataba de descubrir detrás de cada expresión un aspecto singular, un gesto, un trasfondo que la redimiera a ella misma, indulgente, de sus propias penurias. Imaginaba el cotidiano vivir de tal o cual persona, absolutos desconocidos; cuyas vivencias, penas, alegrías, felicidades o angustias, ella los capturaba en un rápido bosquejo, a mano alzada, con su lápiz de dibujo, simulando un suceso. Para ello siempre llevaba consigo un cuadernillo pequeño, de fácil ubicación en la cartera, al cual pudiera recurrir cada vez que lo necesitara. Posteriormente esos bosquejos pasarían al lienzo, ya preparados a tal fin en su atelier. Pero ahora el bullicio constante, la algarabía y el incesante devenir de los transeúntes eran objetos de observación minuciosa por parte de Dina. Como la mirada atenta de aquella chica – detenida en la vidriera de sandalias y zuecos – de cabellos castaños, recogidos hacia atrás y sujetos con una gomita para el pelo de color naranja opaco, algo desteñido. Flaca, de unos 17 años, vestida con unos jeans azules prelavados y una remera blanca; tenía un dejo de nostalgia en la mirada que despertaba, detrás de esa simulada indiferencia oculta por la ansiedad y el deseo, verdadera compasión.

O ese niño, que jugaba confiado, ajeno a todo peligro en el umbral de entrada de la tienda de ropa infantil, mientras su madre hurgaba en los escaparates las ofertas del día; parecía ser un niño pleno ya que dejaba entrever en sus movimientos ingenuos, la atención y el cuidado constantes, anticipando así un futuro prometedor que a Dina le producía una sensación placentera.

Ahora sus cavilaciones se vieron interrumpidas por la voz del librero:

-¿Desea algo señora?

Dina se percató entonces que había llegado al mostrador de la librería casi sin darse cuenta.

-Eh.. sí, ¿tiene “sana que te sana” de… no recuerdo su autora.

-A ver.. ¿qué editorial?

-Tampoco la recuerdo, – Dina ya lamentaba haber salido de su casa sin las anotaciones que tenía en su cuaderno…-

-Mmmm, -cavilaba el librero y buscaba casi adivinando posibles rótulos que coincidieran con la mención que le había hecho la mujer-

-Ella es una escritora latinoamericana -agrega Dina esperando una respuesta favorable.

-No, no tengo nada con ese título, protesta el librero dándose por rendido en la búsqueda.

– Bueno, no importa; traeré anotada la editorial y averiguaré el nombre de su autora.

El librero la mira ahora impreciso y balbucea unas palabras de correspondencia con lo dicho por la mujer.

La mujer sale ahora del shopping y retoma el camino por donde vino, recuerda que aún debe comprar los vegetales que acompañarán el almuerzo del medio día.

IV

Los Daverti constituían una familia tipo. Amaban, como era normal y lógico, a sus hijos; y habían hecho una buena inversión en su educación. La gastronomía familiar, ocupaba un lugar preponderante en la lista de prioridades, pero hacia un buen tiempo que algunas comidas se habían transformado en un clásico de los medio días. La falta de creatividad se dejaba ver notoriamente y los niños se lo hacían saber a sus padres, cansados ya de tanta parafernalia a la hora de comer. Alejo, el más grande, notoriamente era dado a las ensaladas, en toda su variedad de colores. En cambio Leo, el más pequeño era un tanto reacio y más proclive a las pastas, sobre todo si de fideos se trataba. En cualquiera de los casos la sentencia estaba echada. Y la falta de apetito por el buen comer o “comer sano” como la caratulaban a esta rutina los padres, se evidenciaba en la restricción de toda clase de conducta o práctica golosinea que intentara corromper en los niños la prístina mácula de una dieta rica en carbohidratos y cereales…

Sinópsis general:

Una de las significaciones fundamentales que tiene esta novela parte del mismo título: «A través de la ventana». Para la protagonista, mirar a través de la ventana tiene profundo sentido, sobre todo los días de lluvia. La lluvia está muy vinculada a acontecimientos importantes de su vida; por ello, cada vez que llueve la protagonista se acerca y observa a través de la ventana y evoca recuerdos, revive su pasado y los vincula con el presente.

Asimismo, en toda la obra se maneja una dualidad entre ficción y realidad, efectuándose un juego y guiño a la vez al lector. Hay dos historias. Dos mujeres cuyas vidas transcurren en forma paralela pero también se entrecruzan en el relato, ya que una reescribe a la otra; y el lector deberá descubrirlas a ambas. Finalmente se produce un trueque: la protagonista queda atrapada en los pliegues de la ficción y la otra mujer, la que representa al personaje de papel, cobra vida. Se trata metafóricamente de recrear la ilusión de realidad de la que solemos ser víctimas.

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