EL ÚLTIMO CAFÉ DEL FIN DEL MUNDO

EL ÚLTIMO CAFÉ DEL FIN DEL MUNDO

Mario Papich

14/03/2018

Resumen

Corría el viento desesperado aquella mañana lluviosa y, mirando por la ventana de madera maciza del Café “Las Lilas” recordaba viendo en el horizonte de ese océano azul y salvaje las cabalgatas que hacíamos con Elina en las playas del olvido.

Cada sorbo que hacía de mi café se detenía en mi garganta ocasionando un nudo que me dejaba sin pestañear y sin aliento; pues aquel recuerdo, aquella historia, cambiaria por siempre el sentido de mi vida y de mi pensamiento. Un oleaje de vivencias que llegaban hasta el arena del olvido y se desparramaba con los sueños más candentes de amor y locura.

La madre de las aventuras en el último rincón del planeta. Ushuaia, mi último café en el fin del mundo.

PRIMER CAPÍTULO

MAÑANA DE VERANO

Cómo todas las mañanas, corría las cortinas de lino blanco y puntilloso, abriendo de par en par las ventanas enormes de mi café que da hacia el océano Atlántico. Una postal única en el mundo y era solamente mía.

Sentir esa brisa fuerte y fresca en mi cara, despertaba mis sentidos, hasta creía sentir gotas en mi cara del agua que furiosamente se ondulaba en el mar azul y me dedicaba la mañana solo para poder admirar su imponente poder.

No era mucho el tiempo que podía deleitarme con aquella vista, ya que comenzaban a llegar mis primeros clientes de toda la vida a mi Café “Las Lilas”. Cómo olvidar así a mi madre, quien poseía el jardín más bello y colorido de la ciudad. Su cuidado y admiración se reflejaban en quienes paseaban por la plaza principal visitando el espacio verde de ella, quien con sus cabellos negros y recogidos regaba y desmontaba cada centímetro de la casi cuarta hectárea de su espacio.

Su amor y enseñanzas se fueron con el aroma de aquellas lilas que quedaron luego resumidas en una gran maceta que hoy conservo en mi Café.

Limpiando el mostrador, sube el peldaño mi gran amigo don Alfredo, quien siempre con su gran alegría y buen humor me reclama “música para sus oídos” escogiendo la mesa privilegiada sobre la ventana y observando como el gran astro recorre sigiloso su camino en los tiempos de Dios.

El cortado de siempre y un cubito de azúcar. Suficiente para endulzar su vida, o la que queda de ella con sus 87 años. Saca su libretita del bolsillo derecho de su saco de pana ajado y anota las actividades que le deparan ese día. Desde visitar la iglesia hasta pasar por la plaza comprar palomitas de maíz, sentarse en un banco y dejar que las gaviotas vengan a el, haciendo un manto de blanco puro que divierten a Alfredo.

Detrás de él y después de una media hora me visita doña Rosa, siempre elegante, con sus vestidos confeccionados por ella, maestra jubilada y soltera, de rasgos y características europeas, tiene su mesa siempre dispuesta debajo del gran cuadro pintado por Leónidas, un gran pintor de la época que dejó marcado su pincel en toda la comarca.

Lo observa detenidamente todos los días y cada día le encuentra un detalle más; como que en ese paisaje campestre observa su juventud y sonríe hacia un costado. Solo su mente puede observar lo que reflejan sus ojos verdes. Recupera su posición y se dispone a pedir su tradicional café con leche y canela.

Así de a poco se va poblando todo el salón con quienes siempre me acompañan todo el día hasta el ocaso.

Cayó el sol ese día y a punto de cerrar el local vi en el piso una hoja de la libreta de Alfredo que se había caído seguramente de su libreta. La levanté y fue grande mi sorpresa cuando leí un código extraño que decía ZARPAR ALERTA GAVIOTA MENSAJE.

Me senté un momento y traté de imaginar que quería decir esas palabras.

Cerré el café y subí a mi habitación, en la planta alta. Pensar que podían ser palabras sueltas de un crucigrama era lo más elocuente que podía decir pues a esa edad y teniendo en cuenta su lento caminar y las pocas tareas que realizaba Alfredo no podía pensar otra cosa, lo cual con el tiempo iba a saber que tan equivocado estaba.

Esa noche tuve pesadillas que volaban mi cabeza. De barcos voladores que eran tragados por enormes ballenas azules como gaviotas que soltaban en el pueblo miles y miles de papeles con la palabra PAZ.

Un nuevo día asomaba en el horizonte y con él un nuevo capítulo de aventuras.

Ansioso esperaba mi primer cliente Alfredo mientras las horas corrían deprisa, nunca llegó ese día. Doña Rosa llegó afligida y agitada pero volvió a sentarse en su lugar de siempre, fijando su vista en el cuadro de la pared. Pidió rápidamente su desayuno mientras volvía su mirada desesperada hacia el cuadro; como que intentaba descubrir algo más en él. Luego de media hora dejó el pago de lo consumido en la mesa y salió rápidamente.

No entendí nada de lo que pasaba pero mi curiosidad pudo más y me propuse investigar lo que sucedía.

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