FRONTERA SUR

Todo el mundo debería conocer

su árbol genealógico.

La familia es nuestro cofre del tesoro o

nuestra trampa mortal.

Alejandro Jodorowsky


“Recuerdo que cuando era pequeño, mi madre me

contaba que vinieron los soldados y dispararon

contra el poblado, mataban a todos, mujeres, niños y ancianos…”

Relato de un anciano cacique de la etnia mapuche

sobre la Campaña del Desierto. 1879. Argentina.


CAPÍTULO I

Argentina 1976

“Ella”


En la carretera 22 la noche es oscura, cada tanto, un par de faros ilumina el coche que conduce Marcelo; se yerguen como una provocación, luces que encienden recuerdos. La angustia se había apoderado de él después de leer la carta que estaba escondida en el cofre de su madre. Sintió que su mundo de certezas se desmoronaba y lo dejaba sumido en una dolorosa pregunta: «¿Quién soy?»

Impulsivo cuando lo dominan fuertes emociones, no había podido esperar a dormir antes de lanzarse a la carretera. Desde Mar del Plata donde vive hasta la ciudad de General Roca, en la provincia de Río Negro, tiene más de novecientos kilómetros a recorrer. Lleva horas conduciendo; se estremece, no sabe si del frío que siente o de solo recordar el sueño que disparó su aventura:

«…habitación en penumbras un sarcófago silencioso y opresivo en el centro una mesa iluminada por un potente rayo de luz que penetra por una ventana encima de ella un libro con sus brillantes ribetes dorados sobre la tapa del mismo cubierto de polvo un tablero de ajedrez con solo cuatro piezas me acerco escucho gritos y disparos un peón negro defendido por un caballo amenaza a la reina blanca protegida por un alfil “¡jaque a la reina!” grita ella me mira con sus grandes y rasgados ojos y suplica “¡ayúdame!” sólo yo el alfil blanco puede salvarla si eliminaba al peón caería por el ataque del caballo negro no dudo disparo y el peón cae fulminado sobre el tablero un soldado con un antiguo uniforme negro con su cara tapada montado en caballo color azabache levanta su espada ensangrentada sobre mi cabeza la ventana se abre con violencia forzada por una fuerte ráfaga de viento que tira las piezas y abre el libro antiguas fotos de mujeres niños y ancianos se elevan y vuelan por la habitación como una bandada de pájaros asustados las persigo salto trastabillo sin poder asirlas se escapan entre mis dedos el viento cesa de golpe y las fotos van cayendo una sobre otra se funden solo en una solo una cara redonda de piel morena solo unos ojos oscuros y rasgados que me miran con tristeza y dulzura la nariz pequeña de base ancha con unos labios carnosos el rostro semi-cubierto con una cabellera castaña suavemente ondulada de pronto emerge de la foto se levanta cubierta por un poncho a cuadros rojos y azules parece desorientada me da la espalda y comienza a alejarse en una llanura oscura silenciosa y desierta corro hacia ella y me interpongo en su camino está llorando me tiende su mano en actitud de súplica avanza hacia mí trato de abrazarla pero me atraviesa y se disipa en medio de la niebla que se levanta»

Marcelo recuerda: «aquella mañanadesperté sobresaltado dando manotazos en el aire. Más calmado, luego de una ducha reconfortante, ya recuperado, me dirigí al taller donde aprendo sobre guiones de cine:

—Llegas tarde Marcelo, ¿haz hecho el trabajo?, hoy te toca —me recibió Marisa, la coordinadora.

— Discúlpame, no estoy inspirado –dije, mirándola a los ojos.

No soy de mirar a los ojos, es un rasgo más de mi timidez; con ella es diferente. Su mirada irradia una energía que atrapa, pareciera que te están reclamando: «mira estos grandes y hermosos ojos que tengo y si me miras con deseo y dulzura, a lo mejor pueden llegar a ser tuyos». Es una de mis fantasías, se dispara cuando estoy delante de ella. Disfruto fantaseando que a lo mejor fue mi amante en otra vida.

—¡Marcelo, por favor! ¿Dónde estás? Aparta esa mirada perdida y lee la primera parte del artículo que te acabo de dar.

Leo el título: La literatura y el inconsciente. Los sueños como fuente de inspiración.

En un fogonazo aparecieron en mi mente las imágenes de mi sueño Mi corazón se aceleró con una sensación de ahogo y opresión en el pecho. Comenzaba uno de esos ataques de pánico que sufría con frecuencia. Me levanté disculpándome mientras me transpiraban las manos. Salí corriendo del edificio e inspiré profundamente el aire fresco de la mañana como me había recomendado mi profesor de yoga. Me encaminé a mi refugio, la cafetería Alfonsina, donde suelo escribir antes de ingresar al taller.

Entré, me senté en “mi mesa” junto al gran ventanal donde el mar se convertía en el personaje melancólico de mi historia. Reconocí las “boiseries” que decoraban las paredes y unos ventiladores de techo con sus aspas de madera. El mostrador simulaba la cubierta de un barco con un timón en uno de sus extremos. El ambiente acostumbra estimular mi imaginación, allí podía navegar entre mis fantasías. Ahora, sentado a la mesa, escuchaba un saxo que lloraba tristeza y el café recién servido con desbordante espuma y delicioso aroma era mi calma y protección. Disfrutaba la belleza de la inmensidad del mar gris, tan gris como el cielo nublado, confundidos juntos en el horizonte. En la pared lateral del bar, las imágenes de Alfonsina Storni me vigilaban. Cuánto dolor y desesperanza la habrían llevado aquella noche a internarse en el mar para no volver. Una decisión triste y tan cruel para quienes la amaban.

Me sorprendió que, en los cristales de la ventana, se reflejara la imagen de la misteriosa mujer del sueño. Abrí mi cuaderno de apuntes y comencé a dibujarla. Siempre he tenido una habilidad innata para el dibujo y la aprovecho para representar las escenas de los guiones que escribo y “dar vida” a mis personajes.

Esta vez mi mano se había independizado de mi control y rápidamente perfilaba los rasgos de la mujer de la foto. Una sensación de “deja vu” se apoderó de mí: estaba seguro de haberla visto antes. Un rayo de sol traspasó súbitamente las nubes, me deslumbró e iluminó mi conciencia: ¡la foto en el álbum de mi madre!, allí estaba «Ella».

Mi exclamación hizo que la camarera se acercara sobresaltada. Me levanté con premura, le pagué con una buena propina y salí corriendo en su busca.

De pronto, la vibración que produjo el coche al cordonear la banquina lo despertó. Marcelo había cabeceado y perdido, por unos instantes, el control del vehículo. Miró la hora en el tablero: las cuatro de la mañana. Puso la radio:

es larga la carretera cuándo uno mira atrás…”, cantaba Charly García en “Canción para mi muerte”. De pronto, se sorprendió de que el motor del auto dejara de funcionar. Aprovechando la inercia estacionó en la banquina. Los faros iluminaron un cartel que señalaba en dirección a un camino lateral: “A 2 km hotel con museo de reliquias mapuches”-.

Bajó ansioso del auto. La radio se apagó; de pronto, casi como un murmullo, escuchó gritos de agresión y de dolor y ruidos de galopes de caballos como emergiendo del fragor de una batalla… callaron de golpe. Con asombro, escuchó que el motor estaba nuevamente encendido y a Sui Generis: “tomate del pasamano porque antes de llegar se aferraron mil ancianos y se fueron igual…”. Sorprendido, con miedo, se preguntó si lo sucedido había sido una alucinación auditiva provocada por su alto nivel de tensión.

Muy nervioso, Marcelo desvió el auto hacia el hotel y solicitó un cuarto. Ingirió su pastilla sedante y en pocos minutos se quedó dormido.

«… me enfrento a uno de los tres espejos del viejo armario de la abuela me impacta la imagen de un hombre la cara de piel quemada y resquebrajada por el sol ojos negros con las comisuras caídas cabello canoso y bigotes finos una cicatriz le cruza la mejilla izquierda y se pierde detrás de la oreja viste un uniforme militar antiguo de tela que fue azul raída y cubierta de polvo en su mano derecha una espada que gotea sangre su aspecto amenazante contrasta con una expresión triste y acongojada quiere hablar está tratando de decirme algo pero ningún sonido sale de su boca siento que me empujan hacia él me resisto se abalanza hacia mí y se pierde en mi cuerpo»

Despertó ansioso, sentía como si alguien dentro de él lo empujara para no llegar tarde, ¿adónde?, ¿ por qué? se preguntó. De nuevo al volante nada lograba quitarlo de su tarea: investigar y lograr respuestas que alivien su angustia en el laberinto de su memoria. Los recuerdos aparecen y se van como los pájaros que cruzan el cielo, imágenes rotas, fragmentos deshilachados de su niñez. Trató de distraerse con el paisaje, aunque monótono, de la clásica llanura inacabable de la Pampa salpicada de montes de eucaliptus y de ganado pastoreando impasible. Las imágenes se repetían como los cuadros de una cinta de celuloide con mínimas variaciones para generar en su proyección la ficción de vida en el cine.

Ha estado conduciendo muchas horas, necesita descansar. En la entrada a la ciudad de La Adela, encontró una cafetería abierta. En la bandeja que le sirvieron el sándwich tostado de jamón y queso acompañado con un café con leche, había un folleto sobre la historia de la Carretera 22, que llamaba de la “Conquista del Desierto” en alusión a que era el camino que había seguido el ejército que comandó el general Julio Argentino Roca en 1879 para extender el dominio del gobierno nacional a todo el territorio. Según expresaba el folleto: “Uno de los períodos más turbulentos de la historia del país: la colonización, el asesinato al indio y la organización nacional sobre una guerra desigual”.

No entendía bien por qué al leer el folleto su cuerpo comenzó a temblar con todos los síntomas del ataque de pánico. No alcanzó a terminar la merienda, salió corriendo del local, estrujó el folleto arrojándolo a un montón de basura. Subió al coche y encendió la radio:

Sigue nublado y la temperatura no asciende, solo 7º C , fuera de nuestro Estudio”

La transmisión se interrumpió en forma abrupta. Un locutor con voz ceremoniosa anuncia en cadena nacional que los comandantes en jefe del Ejército Nacional, de la Marina y de la Aeronáutica, han destituido a la Presidenta de la Nación, María Estela Martínez de Perón y disuelto el Congreso. “En este momento, el gobierno es asumido por una Junta Militar”.

La noticia lo impactó. Se detuvo al costado de la carretera. Marcelo no se preguntó por las consecuencias del golpe de Estado para el país y menos imaginarse cómo afectaría este trágico suceso a su vida. Sólo se preocupó por la situación de unos compañeros de su trabajo, militantes de izquierda, pero lentamente volvió a recordar los sucesos de los últimos días:

Comencé la búsqueda del álbum familiar. Mamá me mostraba las fotos y me contaba como habían desembarcado en este país, una historia poco original en la Argentina: estaban las de sus abuelos, y postales de la ciudad de Valencia de donde habían partido, ella con sus hermanos mayores, escapando de la pobreza.

Ahora buscaba la foto de “Ella”. Cuando mamá falleció, tía Lulú se quedó con la mayoría de sus pertenencias personales. Llamé a la agencia de publicidad donde trabajo para avisar que me tomaba el día libre. Me atendió la recepcionista de veinte años, “la escultural Andrea” con su voz melosa, se supone para agradar y atraer a los clientes. Una voz cálida, dulce, que me hace sentir en verde… si, en verde esperanza, la esperanza de que esa voz esté dirigida a mí, la ilusión de que le atraiga la madurez, aunque todavía no tengo canas, de mis treinta y ocho años; mis compañeros se burlan, quizás por envidia, porque Andrea y las chicas de la Agencia me han apodado “calibre 38”. En fin, abrigo la esperanza de tenerla arropada en mi cama en los fríos inviernos marplatenses o quizás estar disfrutando de un largo abrazo en la playa mientras la cámara gira a nuestro alrededor como la romántica escena de la película “Un Hombre y una Mujer”… ¡Salve Lelouche! ¡Salve Anouk Aimee y Trintignant!

En un viaje a Buenos Aires fui a ver esta película cuando tenía veinticinco años, con esa “minita”, Cristina, la de los ojos grandes, sí…”minita” porque era chiquitita, flaquita, livianita y nerviosa; —«Las chiquititas tenemos más frío, ¿sabes?—», me decía mientras se enroscaba como una serpiente ávida por morder. Aquella vez fuimos a la cafetería “Florida Garden” donde cada vez que iba a la Capital me deleitaba con los “chips” de pavita pero esta vez anticipaba un deleite diferente. Con Cristina comentamos la película pero el clima romántico se rompió cuando me contó que tenía relaciones con un amigo marica y que creía que a ella también le gustaban las mujeres. Me invitó a su casa, pero por más esfuerzos que hice no pude…mi primer gatillazo y allí descubrí que soy un adicto al amor romántico. Busco enamorarme de la primera que tenga ojos grandes, mirada tristona como pidiendo protección. —«Enamorado del amor»—, dice Ruth, mi psicóloga.

—«¡Marcelo Ruiz! ¡Como siempre, te pierdes divagando! ¿Dónde estabas en tu “racconto”?» —Se dijo —. Recuerda que en busca del álbum familiar. Aquel día, se dirigió a la casa de su tía Lulú.

Me pegué un susto bárbaro cuando al acercarme a la verja me saltó el perro de policía con ladridos que me paralizaron. Por suerte, enseguida, salió mi prima Florencia.

—¡Marcelo, qué milagro! ¿Qué te trae por acá?

—¡Hola primucha, tanto tiempo! Estás muy linda, seguro que cambiaste de novio y largaste al pelmazo de Martín.

—¡Siempre el mismo loco lindo! — dijo sonriendo–. Acertaste, ¿te acuerdas de Luis? Con ese ando, ahí…que sí, que no.

—Florencia, necesito encontrar el álbum de fotos de la familia.

Con mi prima, revolvimos cajones y finalmente dimos con él. Busqué con ansiedad entre los retratos, no me interesaba ninguno de ellos, solo quería encontrarla. Cuando ya estaba por desistir y aceptar que mi intuición había fallado, que el sueño era otra de mis locuras y no un mensaje del inconsciente, encontré lo que buscaba: la imagen mostraba la sala de recibo de la casa de mis abuelos, sentadas en un sofá estaban tres mujeres jóvenes. Enseguida reconocí a mamá y a mi tía Lulú. En el medio estaba “Ella” con un bebe acurrucado en su regazo. Coincidimos con mi prima en que podría ser yo aquel pequeño, pero ignorábamos quién era esa mujer. Imposible preguntarle a mi tía que reposaba enferma en su habitación. Frustrado, dejé la casa.

Al día siguiente encontré un mensaje de Florencia en la agencia; me requería con urgencia, tenía novedades de la foto. Salí corriendo, el corazón al galope, respiración orgásmica. La tía había recordado que la mujer de la foto era una compañera suya del colegio Don Bosco, de origen mapuche, la etnia que los españoles bautizaron araucanos, uno de los pueblos originarios que habitaban en la Patagonia. Había sido becada por los padres salesianos de la ciudad de General Roca. Me mostró una clásica foto de fin de curso. En la parte de atrás estaba su nombre. “Ella”, se llama Aylén Hernández. También me entregó un pequeño cofre con una llave con joyas y recuerdos que habían pertenecido a mi madre y que yo nunca había visto.

Aquella noche, tenía el cofre en mis manos como quien tiene un delicado gatito que hay que acariciarlo suavemente para que ronronee y no salte asustado. Mi cuerpo recordó las caricias de mi madre y su voz diciéndome: «Marcelito querido, hijo, levántate que vas a llegar tarde al colegio y te espera el desayuno caliente en la mesa».

Mimando con mis manos el cofre, sentí la presencia de mi madre. Sé que ella me protege desde donde está. Abrí despacio el estuche. Fui sacando joyas, el anillo de matrimonio, un atado de cartas y fotos de mis padres, muy jóvenes, Matilde y Raúl,tomados de las manos en la playa y en la rambla marplatense. Antes de ponerme a leer las cartas pasé la mano por el fondo para verificar que estaba vacío. De pronto, se abrió una bandeja por un costado del cofre; en ella se posaba un sobre cerrado. Con curiosidad ansiosa, lo tomé en mis manos y leí la dedicatoria escrita con letra temblorosa: Para mi hijo Nahuel Hernández. Busqué un cuchillo para rasgar el sobre con cuidado, pude abrirlo y leí la carta que estaba en su interior

SINÓPSIS DE LA NOVELA “FRONTERA SUR”

Se trata de una novela histórica y de amores románticos que relata la historia de dos vidas paralelas íntimamente relacionadas por vínculos de sangre y ambientadas en dos contextos de violencia y genocidio de la historia argentina.

El relato que tiene a Marcelo como personaje principal comienza con el golpe de estado y la instauración de la dictadura más sangrienta de la historia del país, con 30.000 desaparecidos (1976-1983).

La segunda historia separada por cien años, trata de la vida de Manuel y transcurre en el siglo XIX, en el contexto de las epidemias de fiebre amarilla y de las campañas militares del gobierno argentino para desplazar y aniquilar a los pueblos originario.

Manuel y Marcelo se enamoran de mujeres de la etnia mapuche, sufren persecución y exilio Ambos descubren que les han ocultado sus verdaderos orígenes y quienes eran sus padres biológicos. En las familias hay secretos, mentiras, traiciones y asesinatos que se transforman en “maldiciones”, mandatos y culpas a pagar, transmitidos a descendientes a través del inconsciente familiar y que emergen en el lenguaje de los sueños.

Al final de la novela, las historias confluyen y donde la psicología y los amores que viven los personajes, sanan la trama familiar, transforman a las personas, rompen prejuicios y unen culturas.


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