Sinopsis:

Riley es considerado el experimento 66 por los científicos humanos, siendo estos quienes lo secuestraron, torturaron y entrenaron durante años para ser una perfecta máquina asesina. El arma suprema, como decían ellos.

Con la aparición de un posesivo Alfa y un sexy Beta, Riley tendrá que elegir entre la vida que siempre a conocido siendo una marioneta sin valor o la vida que puede tener junto a sus dos encantadores compañeros.

Evan y Max juraron proteger a Riley, pero el destino puede ser una verdadera perra.


Capítulo 01.

Los estridentes sonidos de los truenos se escuchaban por todo el recinto. Los pasillos oscuros resplandecían por los fugaces momentos de luz, el silencio reinaba en aquel frío y sombrío lugar; volviéndolo más lúgubre según los segundos avanzaban en el viejo y polvoriento reloj situado en el pasillo.

Unos pasos resonaron, rompiendo el silencio que había en las instalaciones, seguido de un rechinar de ruedas. Las sombras de tres personas se reflejaban en las paredes por los reflejos de las luces de los relámpagos parecían tirar de una gran jaula de metal de dos metros de altura y un metro de anchura. La jaula ocupaba todo el pasillo excepto unos centímetros lo que permitía circular por aquella zona sin problema alguno. Pocos minutos después se detuvieron en una enorme puerta de acero, uno de los sujetos se adelantó pasando con un ágil movimiento de muñeca la tarjeta de identificación que llevaba en su bata médica. Un “clic” sonó, indicando que la puerta había sido abierta. Empujando la mitad del gran objeto dentro de la puerta, el hombre que estaba detrás de la gran jaula empujó un mecanismo, parecido a una palanca, que hizo que la puerta de la misma se abriera. Un rugido resonó dentro de aquel confinamiento de acero. El shifter fue expulsado hacia el interior de la habitación, y la puerta de la jaula fue cerrada, apartada y segundos después la puerta de aquel oscuro cuarto se cerró. Los sujetos se alejaron, tirando con más facilidad de aquel armazón, ahora vacío.

Suaves maullidos resonaban en la oscura habitación. Se podía apreciar el olor a moho, humedad y a suciedad. ¿Nadie limpiaba el dichoso lugar? Su nariz estaba siendo atacada por esos malolientes olores, el felino se tumbó en una esquina; mirando hacia la puerta. La única salida que podía apreciar en aquel lugar. Sus ojos brillaron en la oscuridad del cuarto, un temible sentimiento se apreciaba en su mirada. La venganza era su única meta ahora. Quería venganza.

Se vengaría.

La puerta de su celda se abrió, un rayo de luz ingresó en el, antes, oscuro cuarto. Los ojos del joven acurrucado en una de las esquinas de la habitación se entrecerraron ante el cambio tan drástico de luz en el pequeño cubículo. Uno de los dos sujetos que estaban en la puerta entró, se acercó, elevando al joven con brusquedad del suelo al agarrarle de su brazo derecho. El tintineo característico del roce de las cadenas se escuchó por la celda. Las cadenas alrededor de las muñecas del joven prisionero dejaban una marca rojiza por la piel irritada y un color oscuro por las horas de antaño que había utilizado intentado deshacerse de estas. Cuando estuvo fuera de su celda, que había sido su hogar por los últimos meses, el segundo personaje que había estado esperando fuera del cuarto agarró su brazo libre; los dos extraños lo arrastraron por el blanco pasillo iluminado -tanto que el joven casi se quedaba ciego por tanta luz-. La cabeza del joven caía hacia adelante, si largo cabello azabache le tapaba el rostro casi por completo, dejando a la vista sus finos belfos de un color azulino por el frío que sentía. Había pasado tanto tiempo en cautiverio que ya no se sentía cohibido por estar desnudo cerca de desconocidas personas, aunque al principio les gruñía y amenazaba -haciendo eso solo se había ganado palizas y torturas-. Sin embargo, pronto se rindió. Los meses anteriores habían sido así. Se había acostumbrado.

Su nariz se movió levemente, un olor extraño instalado en el aire ganó su total atención. Elevó la cabeza, centrando su mirada en la maquinaria que tenía delante. ¿Por qué había un ascensor? Juraría que nunca había visto alguno. Siempre eran los mismos pasillos, la misma brillante blancura. El mismo procedimiento. Los mismos extraños que lo torturaban. Todo era lo mismo… ¿Entonces, por qué ahora diferente? Nunca había estado en aquella parte del edificio. Cuando las puertas el ascensor se abrieron, ellos ingresaron. Uno de sus carceleros -o como le gustaba llamarlos “cretinos idiotas”- apretó uno de los tantos botones que había. Su cabello impedía que pudiera verlos mejor. Tal vez, en algún momento, cuando estuviera libre de nuevo se cortaría el cabello y no dejaría que creciera jamás. Era abrumador. Un irritante sonido indicó que habían llegado a su destino. Las puertas se abrieron. Dos personas aparecieron en su campo de visión; otros pares de pies detrás de ellos. Cuando miró hacia los desconocidos, los analizó.

Un hombre entre los cincuenta estaba vestido con un uniforme. Su cabello marrón, en un normal corte estilo militar demostraba algunas canas por los lados de su rostro. Las arrugas surcaban su rostro, siendo más notables alrededor de sus fríos y calculadores ojos. La elegancia de su porte indicaba que seguramente era alguien bastante importante; desprendía poder. Su uniforme estaba inmaculado, sus manos envueltas en unos guantes blancos impolutos. La gorra entre su brazo derecho y su tronco. Los que se situaban detrás de él parecían de rango inferior, rígidos, pacientes, obedientes. A la espera de alguna orden.

No eran importantes, según su juicio.

La mujer situada a su izquierda poseía la misma bata que los cretinos idiotas que lo tenían sujetos. Sus brazos ya se encontraban entumecidos por la fuerza que ejercían. La mujer era de menos edad, entre treinta o treinta y cinco años. Su cabello era largo, recogido en una coleta alta de caballo, su cabello rojizo brillaba entre tantas paredes blancas. Su rostro era pequeño, casi adorable, su nariz era pequeña y su piel tan blanca que dejaba ver las pecas encima del puente de su nariz y sus mejillas. Sus ojos verdes pardos eran adornados por unas gafas con monturas finas y plateadas. Ella le regaló una sonrisa. Una pequeña. Pero la primera que había recibido desde había llegado. Confuso, completamente confuso, se fijó en la pequeña libreta que tenía en sus manos. ¿Quienes eran estas personas?

―¿Este es el sujeto 66?―Cuestionó el hombre, su mirada analizándolo. Su aura de poder aumentando.―No parece ser muy letal. Es casi un saco de huesos, Dra. Velvet.―Comentó mirando a la mujer a su lado, su rostro se oscureció. Al parecer no muy contento con el descubrimiento.―

―El Dr. Zark, según informó, lo envió a aislamiento por la última actitud de rebelión, Coronel Torres. Aunque parece que también envió a alguien para darle una paliza. Se ve…deplorable.―Reconoció la mujer, ahora ya tenía un nombre para ella. Dra. Velvet.―

―He financiado este lugar para encontrar y crear la super arma. No para que desperdicien el dinero, mi dinero, en dar palizas a futuros cadáveres. Quiero que el Dr. Zark sea despedido de inmediato, no toleraré una muestra de desobediencia.― El Coronel Torres habló, su mandíbula apretada, su rostro rojo de ira.―Ah… Que el sujeto 66 esté estable para la siguiente prueba. Espero el informe, Dra Velvet. No me falle.

―No le fallaré, Coronel Torres.―Respondió rápidamente. Apretó la pequeña libreta en sus manos, su rostro pálido; estaba asustada.―Lo prometo.

―Eso espero. Sino… prepárese por las consecuencias.―Sentenció recuperando el temple que había perdido minutos atrás.―

El Coronel Torres se alejó por el pasillo de la derecha siendo seguido de inmediato por los dos guardias que habían estado en silencio detrás de él en todo momento. Dejó a la Dra. Velvet delante del futuro sujeto de pruebas, haciendo una señal a los dos hombres, se giró caminando por el pasillo de la izquierda. Los dos carceleros mantenían su fiero control sobre los brazos ya magullados del sujeto 66. Seguramente pronto aparecerían moratones por la fuerza bruta. Siguieron sin rechistar la figura de la mujer, su bata se movía al son de sus movimientos. El sujeto 66 mantuvo su rostro hacia abajo, pero sus ojos no podían parar de mirar alrededor. Aunque era nuevo el espacio donde estaban, y se parecía a la zona donde le habían mantenido cautivo durante meses, tenía algo diferente.

Cuando cruzaron por unas puertas de metal su cuerpo se tensó por inercia. Ruidos sordos de gruñidos, aullidos, arañazos se escuchaban por todo el lugar. Su rostro se elevó tan pronto vió las innumerables puertas que adoraban los lados de cada pared. Cada puerta separada cada pocos metros de otra, y así sucesivamente. ¿Qué era ese lugar? ¿Por qué había más cambiaformas en esas habitaciones? Las preguntas surcaban la mente del sujeto 66 de ida y vuelta; pero la más importante de todas sería ¿que ocurriría con su persona? La Dra. Velvet se detuvo, pasando una pequeña tarjeta en el panel de control, seguido del código antes de que la puerta de su nuevo cuarto se abriera. Los dos cretinos idiotas lo metieron dentro, pero no le soltaron. La Dra. Velvet sacó del bolsillo de su bata una jeringuilla, acercándose al sujeto 66 se colocó delante.

―No te preocupes, sujeto 66. Esto solo te volverá dócil y apacible hasta que mis dos ayudantes puedan limpiarte y prepararte para la prueba.―La voz de la mujer sonó baja, casi inaudible, suponía que hablaba así para que él solo pudiera escucharla.―

― No me llames así. Tengo un nombre…―El sujeto 66 habló. Su voz se sentía ronca y débil por los últimos meses que no la había utilizado. Sintió el pequeño pinchazo de dolor en su antebrazo ante la perforación de la jeringuilla en su piel.―

―Lo sabemos, Riley.―La voz de la Dra. Velvet se volvió distante. Los ojos de Riley se fueron desenfocando, poco a poco la femenina figura de la mujer delante suya se distorsiono hasta el punto que se volvió una sombra oscura. Sus párpados se sentían pesados, obligándolo a cerrar sus ojos durante varios segundos hasta que no pudo abrirlos por completo y… solo sentías unas ganas enormes de dormir. Así lo hizo. Se relajó y por una vez su cuerpo no sintió dolor y su alma se tranquilizó. Su cuerpo cayó inerte entre los brazos de los dos hombres.―

Se podían apreciar varios ojos brillando entre las primeras líneas de los árboles. El follaje de los árboles le daba al gran edificio de un color marrón y verde un espectacular camuflaje. Sin duda alguna nunca hubieran encontrado aquel lugar sino hubiera sido por el tonto despiste de unos cachorros. Ahora solo debían seguir esperando. Los rastreadores habían localizado a los cachorros escondidos bajo un espeso arbusto, y donde se habían escondido con ellos cuando oyeron el característico sonido de motores. La pregunta en ese momento había sido una muy sencilla; Quienes eran y que era ese edificio. Cuando estuvieron seguros de que no corrían peligro, volvieron por el mismo lugar, aumentando su velocidad tanto como podían para que ningún cachorro o rastreador se quedara atrás y fuera descubierto. Al entrar en el territorio de la manada enseguida fueron recibidos por otros miembros, siendo escoltados por estos hasta la entrada de la casa principal. Los cachorros fueron llevados a sus padres y la puerta de la casa principal se abrió. Dos figuras salieron del interior de la casa. Sin mucho tiempo, el líder de los rastreadores se transformó en humano, haciendo una señal a su escuadrón para que se marcharan y vigilaran el perímetro. Sin importarle su desnudez ante el Alfa y el Beta hizo una inclinación de cabeza, mostrando su garganta a las dos figuras de poder de la manada.

―¿Que ha pasado, Silver?―Preguntó el Alfa. En su metro ochenta y cinco era una verdadera bestia, su cuerpo bien proporcionado y musculoso era adornado con un hermoso bronceado. Sus brazos cruzados a la altura de su torso indicaba que esperaba escuchar con detalle el suceso. Su cabello oscuro se movió cuando una suave brisa surcó por el lugar.

―Alfa, hemos descubierto unas instalaciones al Suroeste. Los cachorros se habían desviado de la zona de caza por lo que encontraron el edificio. Los sacamos tan rápido como pudimos de ahí, pero apreciamos varias furgonetas oscuras aparecer y detenerse cerca de la gran puerta del edificio. Es enorme, Alfa. No sabemos quienes son o qué hacen ahí adentro.―Silver fue sencillo al darle un rápido informe. Al contrario que en su escuadrón era el más joven de todos -ya que solían vivir miles de años-, y también era conocido por ser un locuaz perseguidor del Beta de la manada. Aunque era muy, muy bueno en su trabajo como rastreador.―

―Buen trabajo, Silver. Quiero que mantengan la vigilancia en ese edificio y aumenten las defensas. No quiero a ningún lobo descansando hasta que sepamos si son un riesgo para la manada o no.―El Alfa ordenó, su voz fuerte y ronca hicieron estremecer al líder del escuadrón. El Beta observó como se marchaba y se giró para ver al Alfa. Sentía la mirada de este en su persona desde hacía unos segundos.― ¿Que piensas, Max?―Cuestionó descruzando sus brazos y envolviéndolos alrededor del Beta de la manada.―

―En cierto modo, pienso que los humanos y esa instalación son verdaderamente un peligro. Esta muy cerca de nuestro hogar y de nuestras tierras, Evan. Algo me dice que no es algo bueno.―Max respondió con sinceridad, envolviendo sus brazos alrededor de la cintura del más grande. Max era unos centímetros más bajo que su Alfa con solo un metro ochenta. Su estructura era idéntica al adverso pero su piel morena contrastaba con el hermoso bronceado de su pareja. Sus ojos pardos nunca perdieron de vista los orbes ónix de su compañero y le regaló una tranquilizadora sonrisa.―Debemos hacerles una visita, Alfa.

Evan sonrió de regreso, acariciando la espalda de su compañero un poco pensativo, ajustando su cuerpo al adverso hasta que estaban tan pegados como una segunda piel. En realidad, era la primera vez que los seres humanos entraban en los territorios de la manada. ¿Como era posible que nunca hubieran encontrado alguna pista del edificio? Era casi imposible ocultar algo tan grande, sobre todo por el ruido de las obras que deberían haberse llevado a cabo. Separándose de su apuesta pareja acarició su nuca, jugando con los cabellos caoba de su Beta.

―Prepárate. Saldremos cuando el sol se oculte.―Avisó antes de aullar. Un sonido tan áspero y vibrante que envolvió todo el lugar, siendo escuchado de inmediato por los miembros de su manada. Quienes respondieron después en respuesta, alto y fuerte, a la vez.

El sonido de los aullidos se alargó, propagándose como si se tratara del viento por los alrededores, haciendo eco hasta el bosque. Los aullidos avanzaban, indicando a cada animal, shifter o no de que dentro de poco empezaría una batalla por el dominio del territorio y acabarían con una sangrienta lucha donde los perdedores se marcharía para siempre. Al fin y al cabo, los shifter lobos no eran una simple leyenda para los humanos. Eran reales y deseosos de luchar hasta la muerte por sus familias, por su hogar y por su Alfa. Eran orgullosos hombres lobos y muy posesivos con lo que era suyo.

Evan y Max miraron hacia el cielo. Solo quedaban unas horas antes de que el sol se escondiera, entonces podrían actuar y expulsar a los bastardos de su dominio. Solo un poco más y empezaría la verdadera acción.

El experimento 66, ahora conocido como Riley, se encontraba corriendo por una especie de terreno pantanoso, la vegetación del lugar había muerto desde bastante tiempo. Todo estaba desolado. Sus piernas se movían tan rápido como podía, calambres aparecían bruscamente en sus músculos, haciendo que pequeños jadeos de dolor escaparan de su garganta. Horas anteriores los cretinos idiotas -como solían llamarlos- les habían duchado, vestido con unos sencillos pantalones blancos, cortado el cabello hasta tenerlo cortos por los lados y por arriba aunque todavía mantenía un pequeño flequillo. Cuando había despertado ya se encontraba en aquel desierto paraje, su cuerpo se tenso – ya sea por la amenaza inminente o por el frío aire que le golpeaba sin piedad.-, sin camisa para cubrirse del gélido frío y sin zapatos para cubrir sus magullados pies todo le resultaba más complicado. ¿Por qué se encontraba ahora mismo corriendo? Fácil, estaba sobreviviendo. Un golpe ganó su atención. Sus ojos buscaban el origen del sonido pero no pudo averiguar de donde procedía. A continuación un desgarrador grito seguido de un feroz gruñido había hecho que saltara fuera de su piel y sin vacilar había acabado corriendo.

Saltando un podrido y derrumbado árbol intentó no tropezar cuando pisó tierra firme de nuevo. Podía sentir a algo acercarse a gran velocidad hacia su persona. Sus ojos revisaban el paraje para encontrar un lugar donde resguardarse de aquel monstruo que le perseguía con tanta insistencia. Girando hacia un grupo de viejos árboles se escondió entre las grandes y secas raíces que formaban una esfera vacía en la tierra, debajo del árbol. Jadeando intentó controlar su respiración para no alertar de su presencia a lo que fuera que era aquello. Un trote se escuchó cerca de su escondite y pocos minutos después un aullido que se alejaba de su madriguera. Un poco más tranquilo pero todavía alerta comprobó a su alrededor por las pequeñas rejillas que las raíces formaban. Solo pudo apreciar el silencio y la desolada muerte de -lo que asumió fue un hermoso- paisaje. Todavía no sabía que estaba haciendo ahí. Todo era tan confuso; una niebla espesa estaba apresando sus recuerdos. No podía recordar.

Cuando se relajó lo suficiente se apoyó contra una de las raíces, como apoyo para mantenerse en una buena posición. Por si debía correr de nuevo. Según las horas avanzaban sus párpados se volvieron cada vez más pesados. Y luego se desmayó.


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