INTRODUCCION por Gervi Sloan’s

San Sebastián, Octubre de 1980

El tren Expreso hizo su entrada pesadamente en la Estación de RENFE de San Sebastián, alrededor de las siete de la tarde. Enseguida el andén fue un trasiego de idas y venidas de gente, que se apeaba y peleaba con los bultos del equipaje, otros que se afanaban en descubrir a los que estaban esperando y los más que se preocupaban por encontrar su acomodo para emprender su viaje. Entre toda esta gente, tres hombres jóvenes caminan juntos hacia la salida con sus equipajes de mano, mirada resuelta, paso firme y como queriendo abarcar en un golpe de vista, cuanto sucede a su alrededor. Cuando llegan a la calle se detienen un momento y mientras esperan la llegada de un taxi, uno de ellos, Carmelo Merchán Picó de nombre, mira tristemente al cielo y mueve un poco la cabeza como con desaprobación, llueve intensamente y ya es de noche.

Carmelo y sus compañeros iban a presentarse en su primer destino después de superar satisfactoriamente un periodo de prácticas por las calles de Madrid, ya eran miembros de la Policía de verdad, y aunque tenían una ilusión tremenda de servir a la gente, de detener a los criminales, de librar a la gente de los delincuentes, en el fondo lo que querían era labrarse un porvenir, como cualquier hijo de vecino, sin embargo, lo que se iban a encontrar allí era bien distinto.

Es conveniente saber que Carmelo y sus compañeros eran la primera promoción de la nueva Policía Nacional, la primera que vestía de marrón (vulgarmente los llamarían “maderos”) y lógicamente la última que vistió de gris; eran la policía de una recién nacida Democracia que lo primero que hizo fue cambiar el uniforme tal vez con el deseo de romper con el pasado pero “El hábito no hace al monje”, de modo que seguían teniendo las mismas virtudes y defectos que la anterior Policía Armada. En Octubre de aquel año, casi toda la Promoción de las Academias de Policía (Habían en España, al menos dos o tres), fueron destinados al País Vasco, Bilbao, Vitoria, San Sebastián etc.., sin duda ésta última la peor. Eran el relevo de los que ya estaban allí dos años, unos forzosos como nuestro protagonista y otros voluntarios, que también los había.

Después de casi media hora de espera, el taxi llegó, parando debajo de una especie de sobre techo con el fin de que el taxista acomodara las maletas y bolsas en el maletero, sin mojarse demasiado. Una vez dentro del taxi, los miró por el retrovisor y les dijo: ¿Qué vais, a Aldapeta? Los muchachos se miraron completamente atónitos y en tono distraído, disimulando, contestaron: “Sí, a la calle Cuesta de Aldapeta”

Carmelo se sentó justo detrás del taxista con un compañero al lado y el otro en el asiento delantero, su mente con una mezcla de miedo y tensión, funcionaba con gran celeridad…” “Mira que si nos metemos en el taxi con ésta agua, sin conocer nada de la ciudad, y el tío éste nos lleva a cualquier sitio y nos matan el primer día” Disimuladamente sacó su arma reglamentaria, una Star de 9 mm corto, apoyando el cañón en el respaldo del conductor, sin montar pero presto para disparar si la cosa se torcía, mientras su compañero le miraba sin decir palabra. Afortunadamente no pasó nada y el taxista los dejó en la puerta del Cuartel, cobró su carrera y desapareció entre las sombras de la lluviosa noche. Los tres policías suspiraron de alivio al entender que ese mismo día habían llegado muchos policías a la ciudad, y que se les notaba en la cara o que eran policías o el miedo que tenían.

El acuartelamiento de Aldapeta, ubicado en la cuesta de su mismo nombre, era un edificio viejo por dentro y por fuera con la típica planta de un cuartel con sus garitas semicirculares y elevadas en los vértices del edificio y un enorme portalón de madera vieja y pintada con evidentes signos de de carcoma. En el interior un patio grande, una cantina y un pequeño calabozo. Como seguía lloviendo de modo incesante, les hicieron formar en los pasillos, en posición de firmes al lado de su equipaje, para pasar lista y meterlos en un autobús que los trasladaría, momentáneamente al cuartel militar de Loyola, en el mismo San Sebastián. La verdad es que no había sitio para tanta gente, eran un montón de novatos y lógicamente, los veteranos aún no se habían ido.

Todos estaban nerviosos, un poco tensos ante lo desconocido y durante el traslado Carmelo Merchán no pensaba nada en particular, se fijaba a su alrededor y veía que el autobús, convenientemente escoltado por varios coches de policía delante y detrás, andaba despacio bajo la pertinaz lluvia, camino de su nueva ubicación. De pronto, un disparo sonó dentro del autobús y el convoy se detuvo instantáneamente…Uno de los compañeros novatos, manipulando su arma, se le disparó accidentalmente hiriéndose en una pierna; hubo que bajarle y llevarlo a un hospital. El incidente no tuvo mayor transcendencia pero Carmelo comenzó a sentir cómo iba a ser su vida a partir de ahora,¡¡ había que espabilarse!! Pues un descuido como esos, fruto de los nervios y la falta de experiencia podía haber tenido consecuencias irreparables.

Llegados al cuartel de Loyola sin novedad, fueron conducidos a una especie de pabellón lleno de literas de dos camas, con taquillas sucias, desvencijadas e incluso rotas. Al ver aquello Carmelo pensó para sus adentros…” Collons ¿ aquí vamos a tener que vivir? Pues sí, allí estuvieron viviendo Carmelo y sus compañeros una semana o más, a la espera que vaciase Aldapeta.

Al anochecer, después de pasar lista, el Sargento solicitó que dieran un paso al frente quienes tuviesen el Permiso de conducir y , junto a varios compañeros, Carmelo avanzó. En ese momento, le cayó el primer destino : 63ª Bandera Mixta de la Policia Nacional, 1ª Compañía, iba a ser conductor de un coche Patrulla adscrito al 091 de San Sebastián.

Carmelo pensó para sus adentros: “ Joder… Al volante de un Zeta y aquí, en San Sebastián…Voy a ser un blanco móvil pero muy fácil, como los patitos de los barracones de la Feria…

El dia 20 de Octubre se estrenó Carmelo en su primer servicio como conductor en el 091; los coches salían del Parque Móvil, sito en el Paseo Urumea y nunca iban solos, normalmente siempre iban dos vehículos, primero el zeta policial, de color blanco, con distintivos y tres policías uniformados a bordo, y el segundo un K, coche camuflado con dos funcionarios de paisano, que en teoría iba escoltando al primero a poca distancia. En realidad, todo el mundo sabía que era otro vehículo policial.

Los traslados hasta Aldapeta para los relevos, los hacían los conductores y Carmelo y los demás recibieron órdenes de hacerlo a toda velocidad para minimizar el riesgo de atentado aunque aun así hubo alguna explosión al paso de algún coche pero sin consecuencias.

Por fin, pasados unos días, los recién llegados abandonaron Loyola y pudieron ser acomodados en el Cuartel de Aldapeta; todos pensaban que mejoraría su acomodo pero cuando Carmelo vió su pabellón, en el tercer piso, la nº 15, se encontró más de lo mismo…un pabellón compartido con catorce personas más, frío, húmedo y muy triste. En ciertas partes de las paredes, donde se encontraban los supuestos “armarios” para la ropa se observaban capas de moho verde, fruto de la humedad, que a Carmelo le parecieron enormes, aunque solo tuvieran medio centímetro de espesor (que ya es ¿eh? )El invierno era frio, era triste, nevando durante muchos días … Y Carmelo empezó a hacerse por primera vez , unas preguntas que le iban a perseguir durante mucho tiempo…¿ Dónde había entrado yo?¿Era esa la Policía que soñé?¿Quería yo seguir allí? Y eso que todavía no sabía lo que le aguardaba en la calle, en su día a día…No tenía ni idea…

En aquel entonces y por lo general, la gente llegaba destinada a las provincias Vascongadas de dos maneras: Voluntarios o forzosos, éstos últimos, normalmente, eran los policías, cabos, sargentos, oficiales, etc, que en los cursos de ascenso habían sacado los números más bajos de la promoción pues, generalmente, según el número que sacaras en la promoción, podías elegir un destino u otro, quedando los últimos para las Vascongadas. Digo generalmente porque a veces, todas las plazas que salían eran para Vascongadas y claro, entonces no había elección posible.

En la modalidad de forzoso, la gente no estaba cómoda ni tan siquiera tranquila, estaba mal, muy mal, muy a disgusto y eso repercutía en sus subordinados, en el trato, en todo, creando un ambiente difícil en el Cuartel. En cambio los voluntarios era otra cosa, lo hacían por el dinero, ya que en el Norte se cobraba el doble que en cualquier parte de España y además se disfrutaba de dos meses de vacaciones al año; tampoco debo olvidar al grupo de los patriotas, que eran los menos , pero que también los había… legionarios, paracaidistas, valientes de primera línea, gente que plantaba cara a la muerte.

SINOPSIS

En realidad no estoy muy seguro de hasta donde puede llegar esta especie de historia,que no me atrevo a llamar novela ; lo que pretendo transmitir, basándome en la vivencia de un viejo compañero de colegio que por allí anduvo, más que un relato de aventuras o acción, es el gran drama interno que sentían quienes habían ido a servir al pueblo, a su pueblo,como policias y eran recibidos, tratados y acosados como el más feroz de los enemigos.Por supuesto que habrá acción, drama,ternura y dolor pero quizá lo más dificil sea haceros llegar el cómo se siente un joven que desea ser policia y lo envían allá, a la boca del lobo,a participar en una guerra terrible, donde unos daban la cara y otros, pérfidamente, se escondían en el anonimato para matar sin piedad.

Este proyecto da para mucho pues el protagonista consigue salir con vida de varias situaciones , atentado incluido,logra salir de Vascongadas y vive una segunda etapa como policía donde le pasan muchas cosas pero jamás consigue quitarse de encima lo vivido en ese destino, que le perseguirá para siempre…Pero eso lo veríamos en un segundo volumen…Si es que se da el caso.

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