Sinopsis

Claudia está decidida a terminar con su vida. Víctima de violencia doméstica, lleva años soportando la amargura de la indiferencia y los malos tratos. No sabe que el destino le tiene reservado un giro inesperado. Un desconocido salva su vida, son dos extraños unidos por una repentina convivencia. Claudia se niega a los compromisos, plagada de dudas, retoma la relación con su esposo abusador, mientras que Alejandro intenta conquistarla, para él es una hermosa mujer llena de secretos, silencios y actitudes esquivas. Ambos asumen el reto de traspasar la coraza del miedo y algo mucho más difícil, confiar en el amor. Cuando la pasión se abre paso en sus vidas y comienzan a unirse, Alejandro tendrá que enfrentarse a la situación más dura de su vida. Una historia llena de pasión he intriga.

CAPITULO I

¡Soledad!. La sensación resonó a través de mí ser. Sentía latir mi corazón. Era un susurro en mi mente. Era, en cierto modo, toda mi existencia. Suspiré y metí las manos en los bolsillos. Mis pensamientos fueron tan deprimentes estos días. Estaba cansada de estar viva. Era el momento de acabar con todo.

Me topé con el puente, sentía miedo. Tenía las manos húmedas, escalofríos sacudían mi cuerpo, a pesar del calor de la tarde. Mil pensamientos pasaron por mi mente como una película en cámara lenta.

No eres buena. Eres una inútil. Nada de lo que hacía iba bien. ¡Nadie te ama! Sollocé. No le encontraba sentido a mi vida, subí a la barandilla del puente.

«Entonces, qué», pensé, «bajaré con estilo», el agua empapará mi abrigo y lo hará tan pesado como cadenas en mi cuerpo, como un entierro en el mar.

A la mitad del puente me detengo y miro el río. Es plomizo, frío y se mueve rápidamente. Me pongo de pie en la barandilla y me doy cuenta de que las púas de la herrería solo me llegan hasta los tobillos. Poniéndome de puntillas como una bailarina condenada, miro a la derecha y a la izquierda, luego al amenazante río, y reflexiono sobre la costa, la solidez de la Catedral algo lejos, y en cuestión de segundos… porque no queda mucho tiempo… la fragilidad de mi existencia etérea llegara su fin.

«Esto debería ser fácil», pensé.

-¡Oye! ¡No lo hagas!

Sorprendida por la voz, di media vuelta. Mi pie resbaló. Mis brazos se agitaban. Podía ver el cielo inclinado… Algo negro se acercó de pronto, y sentí su abrazo fuerte alrededor de mi cuerpo. No podía moverme.

-No voy a permitir que saltes.

-¡Déjame ir! Traté de golpear a mi captor, pero tenía los brazos inmovilizados.

Vi los ojos negros de mi salvador, piel oscura, cabellos oscuros… Caí de rodillas, presa del miedo. Vino a mi mente la imagen de Roberto, sus ojos negros clavados en los míos, tomándome fuerte de los brazos, gritándome, lanzándome sobre la cama y golpeándome en el rostro, sentí el sabor de la sangre en mi boca. Intente mil veces borrar ese recuerdo de mi mente, pero se volvió recurrente.

-¡Aléjese de mí!, dije en un grito desesperado.

-Cálmate, sólo estoy tratando de que no cometas un grave error.

-¡Suélteme! Entre en pánico.

El hombre levantó las manos y comenzó a alejarse lentamente mientras decía…

-¡Sólo trato de ayudar!

Se subió a una moto y acelero.

-Cuida de ti y no intentes saltar.

Se fue a toda velocidad, su largo saco de cuero negro aleteaba con la brisa a medida que se alejaba del puente, ¡que tonto! pensé, podría saltar ahora.

Lo observe hasta que desapareció de mi vista. Me volteé y di un paso hacia adelante, sentía mariposas en mi estómago.

“Vamos”, me dije, “sólo hazlo.” Me agarre de la barandilla nuevamente, trague saliva. El sudor corría por mi frente. Mis nudillos se volvieron blancos, estaba agarrando la barandilla con tanta fuerza, que los músculos de mis brazos me dolían. Cerré mis ojos.

¡Eso, solo hazlo! … No puedo… ¡No puedo! Me di la vuelta.

Corrí, corrí hasta que me falto el aliento, volvieron a mi mente las golpizas de Roberto.

¿Por qué, aun duele tanto? No es la primera vez que salía corriendo, lo hacía cuando discutíamos y me golpeaba. No quería regresar a casa. Pero, ¿dónde podría ir? Había vivido allí toda mi vida.

Vagué por las calles, sentía el viento cálido en mi rostro. Mientras caminaba, mis pensamientos se calmaron, hasta que mi mente se vacío, disfrutaba del aire fresco. Los brazos me dolían, aunque no tanto como el alma.

Después de un rato, mi mente se calmó. Me sentía en paz.

Di una vuelta manzana, en una de las esquinas vi algo que se movía con el rabillo del ojo. Me volví a mirar. Era un hombre, corría directamente hacia mí. Nos miramos a los ojos por un instante. El parecía sorprendido, y trató de detenerse, pero iba demasiado rápido. Choco contra mí. Nos caímos hacia atrás. Todo parecía dar vueltas, y el viento recorrió mi cara. Sentí una sensación muy extraña, como si me deslizara por fina arena. Toda la luz desapareció, cesaron los sonidos de la calle, y perdí la sensación del tacto. Mi mente, trataba de averiguar que estaba ocurriendo. ¿Me había golpeado la cabeza?

Por una fracción de segundo, quede en la oscuridad, y luego… la luz. Volvieron los ruidos. Las sensaciones. Miré a mi alrededor, desconcertada. ¿Dónde estaba? Parecía ser un bosque. Los árboles se elevaban a mí alrededor, y podía oír los pájaros y el sonido del agua. En mi infancia había vivido cerca de un bosque como ese, lo había explorado muchas veces, pero ¿cómo iba a estar allí ahora? Quedaba del otro lado de la ciudad. Observe los arboles más de cerca. Parecían… diferentes, más pequeños de lo que recordaba. Y había algo en el aire; Era un olor, un olor fresco, salvaje que nunca había experimentado antes. Un ciervo deambulaba por el bosque. Ahora estaba aún más confusa.

-¡Oye! ¿Estás bien?, una voz me saco del ensueño.

Pude escuchar la voz de un hombre asustado y sobresaltado.

-¿Qué? pregunte

-¿Estás bien?

Estaba confundida, observe al hombre. Parecía joven, tal vez de mi edad, tenía el pelo un poco largo y negro. Grandes ojos color miel muy profundos. Llevaba un buzo negro ajustado, pantalones cortos de baloncesto verdes, y zapatillas.

-¿Dónde… dónde estamos? ¿Y quién es usted?, Pregunté.

Poso su mirada en la mía.

-En la calle, ¡por supuesto!, puedes llamarme Ale.

-¿En la calle?

-Bueno obviamente. ¿Dónde crees que estamos? No estamos en el bosque, nos chocamos y seguro te has golpeado la cabeza, susurrabas sobre un bosque, ¿te llevo al hospital?

-Ahora recuerdo, no, no quiero ir al Hospital estoy bien, ayúdame a levantarme por favor.

Me ericé al incorporarme y sentí un fuerte dolor de cabeza, Ale era un hombre alto y atlético

-Nos chocamos en el camino. Me pareció que ibas muy distraída, a propósito, ¿cuál es tu nombre?

-Claudia. Dije, mientras quitaba el polvo a mi blusa y acomodaba el bolso.

-Mira Claudia, no puedo dejarte aquí en este estado, debo asegurarme que llegues bien a tu casa ¿quieres dar un paseo por el parque?, así tomas un poco de aire fresco, ¡podría asegurar que te gustan los bosques!, dijo en forma irónica mientras esbozaba una gran sonrisa.

No articule palabra, estaba confundida y me dolía la cabeza, quizás ese desconocido tenía razón, y me haría bien el aire fresco y su compañía.

Era obvio que me había golpeado la cabeza, cuando caí yo estaba alucinando con un bosque, ¡qué tontería!, sentí vergüenza. A medida que caminábamos, no pude dejar de notar lo hermoso que era el parque, lo había cruzado mil veces, lo había visto, pero no lo había “mirado “en realidad. Estaba lleno de vida. Era increíble que en tiempos modernos, aun existieran lugares así. Los pájaros revoloteaban entre los árboles y las ardillas caminaban por sus ramas, charlaban por encima de nuestras cabezas, luchando por obtener su alimento. Una luz suave, de color verdosa haciendo juego con las hojas, iluminaba todo.

Podía oír el barullo de la gente que se diluía en la distancia; Ale caminaba callado.

Me preguntaba por él. ¿Quién era él? ¿Fue la casualidad o la causalidad que nos cruzó? La forma de moverse… Ale era muy ágil, como un gimnasta o un experto en artes marciales. Parecía estar en completa armonía con el mundo que lo rodeaba, una armonía que yo no tenía… De pronto el hizo una parada en el camino.

-Bueno, ¡aquí estamos!, ¿quieres sentarte? ¿Estás bien?

-Estoy bien, prefiero caminar.

-De acuerdo. Dijo, y seguimos en silencio.

No supe de donde saque el valor para caminar, así de pronto, junto a un desconocido del que no sabía nada, ni cómo transcurrieron los minutos entre el momento que comenzamos a caminar y cuando ya conversamos en el parque, porque nunca había imaginado que un momento así llegaría, mi mundo giraba en torno a Roberto, a tal punto de pensar que solo la muerte cortaría con este círculo vicioso de amor odio.

El desconocido se llamaba Alejandro, le gustaba que le dijeran Ale, y amaba el mar. Para ganarse la vida ejercía de guía ocasional y de reportero de viajes en una revista que le pagaba por historias sobre mares australes e islas de cocoteros, era aficionado al deporte y esa tarde, como todos los días había salido a correr.

Él me contó de sus navegaciones. De las islas de coral que había visto en el Pacífico. De los cormoranes que le avisaban de la proximidad de una tierra que él aún no podía divisar. Me habló de su velero y de por qué se llamaba “Intrépido”, en recuerdo de un paso por el cabo de Hornos que hubiera asustado al mismísimo demonio. Me relató aquellas noches de agosto, lejos de cualquier ruta, cuando millares de luminarias volaban por el cielo y de cómo él, con cada una de ellas, expresaba un deseo que, en realidad, siempre era el mismo. Habló de delfines que saltaban junto al velero jugando a ser más rápidos que su proa y que se ocultaban bajo la quilla para, más tarde, aparecer en la otra eslora. De temporales que rompían palos y hacían que uno rezase todo lo que su madre le había enseñado. De jarcias y bitácoras, de gavias, de peligrosos abrojos y de calimas misteriosas. De praderas de espuma salada. De la luna que, en el medio del mar, siempre es más grande.

Yo le conté de soledades mal llevadas, de Roberto y sus golpizas que cada vez eran menos espaciadas; de mis sueños de antaño donde aspiraban a formar una familia feliz. De románticas cenas en terrazas alumbradas por velas de colores; de hermosas melodías que acompañaban un baile lento; de los viajes por todo el mundo con los que soñé de niña y que nunca logre realizar. Le hable de noches en vela sufriendo por la indiferencia y falta de comunicación con Roberto. De mis ansias por salir de esa situación, por sentir pasiones que no me permitía. Sin saber por qué, le contaba a un desconocido todo aquello y le susurre acerca de lo dura que es la oscuridad sin un cuerpo al que abrazarse o de lo triste que es una amanecer sin un beso de buenos días. Deseaba ser yo la que esperara embarcarse y navegar y escapar de esa vida que me atormentaba. Incluso le confesé mis intentos de suicidio.

Y él me dijo que sí, que todo eso era terrible, que merecía amar y ser amada. Me lo dijo sin palabras, cuando me miró de aquella manera que me arrastró al fondo de sus ojos y al anhelo de sus manos. Y es que mi corazón estaba sediento de amor y comprensión.

Desperté desnuda en una cama solitaria pero caliente y llena de aromas de besos. La noche había ya caído. Me acerque a la ventana y vi que un velero doblaba el faro de la costa y se dirigía hacia aquella luna de alabastro que, efectivamente, estaba más grande que nunca. Alejandro, levantó la mano y la agitó en una despedida, la brisa que llegaba del mar acarició mis cabellos y creí oír que me susurraba, -“hasta luego amor”-.

Después de reflexionar sobre esa noche junto a Alejandro, fui consciente de que otra vida era posible. Parecía que toda mi existencia fue una cárcel, que Roberto había creado a mi alrededor para que no me alejara de su lado, cuando nos conocimos nunca imagine el infierno que viviría, Roberto era un hombre frio pero dulce a la vez, no demostraba su amor con palabras adornadas sino con hechos, y me enamore perdidamente de él.

Pasado un tiempo se tornó un ser posesivo y celoso a tal punto que tuve que dejar mi empleo, luego comenzaron los insultos y las golpizas, hasta ayer que no soporte más. En este punto no pude evitar sentir culpa por la situación, nunca lo había engañado y hasta sentí que no se lo merecía. Rápidamente aparte esos pensamientos de mi mente y reflexione, que si había llegado hasta el puente y hasta aquí, fue por él, definitivamente debía decidirme, y Alejandro era mi única esperanza de sobrevivir.

En ese momento comencé a planificar mi huida de ese mundo aterrador.

¡Bien por ti!, me dije, me sentía vivía.

Me revolví entre las sabanas, había perdido el sentido del tiempo, luego me puse de pie, busque mi ropa, estaba arrugada y sucia por la caída. Me di la vuelta y en la cómoda había un par de pantalones, una especie de chaqueta y unas zapatillas de lona blanca. La ropa no tenía adornos y era unisex, pensé que Alejandro la habría dejado allí a propósito al ver el estado de mis atuendos. No parecía muy cómoda. Suspiré y me lo puse.

Al final, resultaron ser más agradables de lo que pensaba. Por primera vez en horas, miré a mí alrededor, era una casa decorada de manera extraña, un tanto hippie, ordenadamente desordenada, pero acogedora.

De pronto unos brazos fuertes y tibios me rodearon.

-Bueno, ¡mire usted! Casi se las arregla para quedar bien con esa ropa.

Me di la vuelta al oír el sonido de la voz de Alejandro.

-No te ves para nada mal, me dijo mientras me besaba tiernamente en una mejilla.

“Ohm” me sentía satisfecha. El llevaba una camisa de manga larga que le llegaba hasta poco más allá de las caderas, pantalones tres cuartos, y sandalias de pescador en sus pies.

-¡Eres tan hermosa!, murmura mientras se cernía sobre mí.

Inclinando mi barbilla hacia atrás, planta un beso suave en mis labios, sus ojos brillaban con lujuria, haciéndome temblar. Su boca está en la mía, saboreando, sintiendo una espiral desde lo más profundo de mi vientre, encendiendo fuego en lo profundo de mí. Suavemente besa mi cuello, y todo en mi cuerpo se tensa.

Mientras nos besamos, frenéticamente, sus dedos se curvan en mi cabello.

Sin previo aviso, suavemente pasa sus manos por mis muslos. Mi corazón está palpitando. ¿Cómo puede su cuerpo provocar esto en mí?

Hicimos el amor sobre un mar de cojines coloridos que esparcimos por el suelo de la habitación, mientras unas varitas de incienso se quemaban lentamente en un pocillo de barro cocido y sonaban baladas lentas en el tocadiscos.

Alejandro tenía uno de esos aparatos en que colocas diez o doce discos unos sobre otro en un soporte y van cayendo bajo la aguja cuando el anterior finaliza. Cómodo y útil, porque hubiera sido un fastidio tener que detener la pasión con cada LP.

-No te hagas ilusiones de nada- le dije al terminar el segundo-. Ya me han roto el corazón una vez.

-No me las haré- contesto.

-Júramelo- me puse seria por un instante, lo que decía era totalmente en serio.

-Te lo juro- dijo, sin siquiera pensar qué estaba jurando. Sólo tenía tiempo para sentir su piel en mi mano.

-Es sexo, sólo sexo ¿de acuerdo? – dije mientras me contemplaba.

-Me gusta tu sexo. Que siempre lo sea- contesto, nos reímos, atrapaba sus brazos con mis manos, apretándolo contra mi pecho, el fingía que no podía liberarse y volvíamos a empezar.

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