Sinopsis

Una mañana de otoño y a las faldas de la cordillera de los Andes, en la zona central de Chile, Bladimir se encontraba observando junto a su cuñado un bosque de eucaliptos. Estaba cerca de saber que él y dos personajes que en ese bosque conocería, serían los verdugos de esos árboles. Entre los eucaliptos, renacen historias que aparentemente resultan jocosas pero que reflejan la degradación humana, el abandono y amores trágicos no correspondidos, y mientras el bosque va desapareciendo, los leñadores ocasionales mezclan sus sentimientos con la agonía de cada uno de los árboles.

LOS EUCALIPTOS

Ya estaba todo concluido. El verdugo observaba a la víctima inconclusa que no se resignaba a tan macabro destino, y se sostenía apoyado por el viento, en un último intento por conservar su gallarda postura.

Capítulo I

– ¿Y que te parece? –

Frente a mí se presentaba un bosque de eucaliptos de unos 35 metros de altura, los cuales calculaba, de acuerdo a mis vagos conocimientos agrícolas, tendrían más de 30 años de vida.

Todos,independiente a verse erguidos y majestuosos, habían crecido en total desorden, y era difícil descubrir una sola hilera, que diera muestras de que alguna vez estuvo la mano del hombre al cuidado de ellos. La zarzamora y otras especies de arbustos, plagaban el entorno e interior de ese bosque de más o menos 10 hectáreas, dejando nula la mínima posibilidad, de poder ingresar a él sin sufrir algún tipo de accidente.

Miré a mi interlocutor que resultó ser mi cuñado, médico veterinario, calmado y con características de considerar, de acuerdo a su personalísimo punto de vista, que cualquier empresa es factible de realizar, solo basta tener la voluntad suficiente y la persona capaz de hacerla realidad. Indudablemente esa persona era yo.

– Me parece razonable -acoté por decir algo, mientras entrecerraba los ojos escudriñando y tratando de descubrir que clase de bichos podían existir en esa enmarañada selva. Creo que puse cara de

miedo y desilusión, porque mi cuñado colocó afectuoso una mano sobre mi hombro, y me palmoteó varias veces la espalda, con la clara intención de devolver mis rasgos normales, y acrecentar una confianza que jamás había perdido, porque nunca la tuve.

Eran las nueve de la mañana, y de acuerdo a las indicaciones de su reloj, tenía tiempo suficiente para realizar todos los arreglos correspondientes que requerían una empresa como esta. Claro que yo venía como observador, una conversación anterior e indirecta, me puso al tanto de que en un sector de Pirque, lugar ubicado a unos treinta kilómetros de Santiago y hacia la cordillera de los Andes, había un cliente de mi cuñado, que quería ampliar su parcela ganadera,para eso, requería desmalezar algunos metros de pastizales, y derribar cierta cantidad de árboles, considerando dentro del trabajito, sacar los troncos y dejar todo el lugar despejado; la leña que se obtuviera de aquella descomunal obra, iba a ser el salario de quién realizara semejantelabor. Estaba claro que mi cuñado había aceptado el desafío, y más claro aún, que el desafíolo traspasaba íntegro a mí.

– ¿Crees que podamos? – dijo mi cuñado, colocando un pié sobre un tronco aparentemente podrido, pero que al darle pequeños golpecitos sonó como madera petrificada. Yo lo miré directo a los ojos, para saber si me estaba hueveando, o en definitiva tenía la intención de trabajar codo a codo conmigo.- Bueno, hay que sopesar los inconvenientes.- terminó diciendo, ya que yo no hablaba y solo me limitaba a observarlo , con un inicial síntoma de depresión agresiva, que lograron inquietarlo, porque sacó el pié del tronco petrificado y se alejó un poco del bosque, creo, con el propósito de que lo siguiera y pudiera tener otra perspectiva de la situación. Yo me alejé también de los deslindes de lo increíble, y me acerqué hacia una piedra que estaba siendo ocupada, por una entumecida lagartija de color verdusca, que daba la apariencia de haberestado atenta a la situación, y que al percibir la sombrade mi trasero que se desplomaba peligroso, a su soleada y reposada envergadura, se levantó vertiginosa, yde un salto se perdió entre los pastizales.

– Sopesemos –dije, mientras me acomodaba en la piedra y sacaba un cigarrillo poniéndolo entre mis labios. – Primero hay que tener las herramientas adecuadas.

– Ya mandé a buscar una motosierra que tengo en el sur, – contestó rápido, como si supiera que venía esa pregunta.

– Segundo. Hay que tener un lugar donde vivir ¿porque me imagino que este trabajito no va a durar menos de seis meses? – Ataqué de nuevo con la lengua, exagerando la situación.

– Ya conseguí una pieza prefabricada y en tres días la traen, claro que nosotros tenemos que pararla. – Esa respuesta me descolocó.En ese momento me di cuenta que ya estaba todo cocinado, y lo único que faltaba, eran las manos ejecutoras. Miré los pastizales amarillentos y quebradizos, y entre ellos, vi la lagartija que había estado sobre la piedra que yo ocupaba. Aspiré profundo el humo del cigarrillo,luego lo expulsé lento, en pequeñas volutas, las cuales seguí con la vista hasta que se disiparon en el aire, después me puse de pié, y en un acto de profunda consideración y respeto, le cedí su piedra a la lagartija.

Hacía cuatro días que llevaba pernoctando debajo de un árbol. Mi cuñado antes de marcharse, y después de darme su bendición, tuvo la deferencia de dejarme algunas frazadas, que de manera casual encontró en el asiento trasero de su camioneta, agregando un plato, una taza y una cuchara sopera; también fue muy amable en añadir, medio kilo de azúcar, una caja de té en bolsas, seis rollos de papel higiénico y 36 panes acompañados de un paquete de margarina. Esa merienda me sorprendió, ya que nunca me iba a comer 36 panes en un solo día, pero ahora que habían pasado cuatro, me daba cuenta de lo precavido que era mi cuñado al demostrar en forma cabal, undesarrollo increíble de su instinto de supervivencia.

– ¿Hay alguien aquí? – Las palabras fueron como música a mis oídos, y por un momento pensé que era yo, el quehabía pronunciado sonidos con características humanas. Miréla lagartija que se calentaba al sol, ya más cerca de mí, como tratando de crear una amistad salvadorade otros depredadores, y como no escuché más sonidos que el trinar de los pájaros y el inquieto arrastrar de una culebra, opté por seguir con mi trascendental meditación, muy necesaria por la situación en que me encontraba.

– ¡Aloo! ¡Hola! ¡Amigo! – Definitivo. Alguien me buscaba,saludaba y era mi amigo. Cosa extraña, porque desde que llegué no salía de este lugar, y la única amistad que logre conseguir, fue la lagartija, y algunos pajaritos que se atrevieron después de un par de días, a compartir algunas migajas de pan conmigo.

– ¡Por aquí! – Grité mientras me levantaba de mi cama de faquir, y me masajeaba la espalda, para devolver la circulación de la sangre a los lugares, donde había sido pinchado por las ramasy espinas, que conformaban mi artesanal colchón.

Lo que vi, no fue nada anormal, comparado con el estado físico en que me encontraba. Era esta una persona de mas o menos un metro ochenta de estatura, contextura normal, tez morena y de unos treinta y cinco a cuarenta años de edad; vestía humilde, por no decir semi- haraposa y cargaba sobre su espalda, una mochila del mismo color de su ropa, lo que le daba una discreta mimetizaciónal bulto.

El paisano que se encontraba detenido a unos 12 metros de mí, me escudriñaba meticuloso, entrecerrando y abriendolos ojos con una clara visión analítica, luego levantó el brazo en un ademán de saludo,y se acercó a mí, con una sonrisa resplandeciente, no por la blancura de sus dientes, sino porque registraba dos prominentes incisivos de oro, los cuales supuse eran su carta de presentación.

– ¿Es usted Bladimir? – Me preguntó aludiendo mi nombre de forma extraña, como tratando de relacionar el significado de mi identificación, con la condición ermitaña en que me encontraba..

– Si, yo soy, – contesté, adoptando una postura de indiferencia, con la intención de demostrar, que me daba exactamente lo mismo que estuviera o no ahí.

– Yo soy Roberto, amigo de Rodolfo, su cuñado. Él me mandó para acá, me dijo que había que cortar unos árboles y que hablara con usted del asunto.

Hacía días que no escuchaba el nombre de Rodolfo. En realidad había estado tratando de sacar de mi mente, ese nombre, mas aún, en la soledad de la noche me prometí evitar por el resto de mis días, a todas las personas que se llamaran así, y ni siquiera quería concebir la idea de bautizar a un hijo, si es que lo tuviera, con semejante calificación.

– ¡Aaaah- Exclamé gutural.- ¿Y que es de Rodolfo? ¿Todavía existe? – consulté como interesado en la salud del individuo.

– Sí. Él está trabajando en su consulta veterinaria, y mandó a decir que hoy llegaba la motosierra y la pieza prefabricada.

Excelentes noticias. Creo que por un momento sentí un escalofrío por todo el cuerpo, lo que me produjo, cierto estertor anatómico, movimiento que fue visto como síntoma de alegría por mi compañero, ya que de nuevoesbozó su sonrisa de presentación, dejando entrever dos reflejos dorados, que apuntaron directo a mis ojos, produciéndome semi-ceguera temporal.

– ¿Y Rodolfo, habrá mandado por casualidad alguna cosita para calmar los intestinos? – dije en tono sarcástico, evocando el nombre de Rodolfo por segunda vez, en menos de cinco minutos.

– No, pero mandó una plata para comprar pan, también me dijo que había un almacén como a 300 metros de aquí,y que ya habló con el dueño, por si necesitábamos algo más.

La verdad es que no podía entender como todavía existía gente inocente en este mundo. Creo que la necesidad, hace que veamos las cosas con dimensiones totalmente contrarias a la realidad, o tal vez, es la esperanza, la que carcome nuestro intelecto, bloqueando toda posibilidad de comprensión objetiva. De todas maneras, preferí callar, no quise lanzar dardos de desilusión que pudieran minar la fe de aquel santo caballero, no podía ser tan frío y decir bruscamente, que ese almacén estaba ubicado a más de cuatro kilómetros, siempre que acortáramos camino por entre las parcelas. Expresar semejante barbaridad sería, como cimentar la incertidumbre ydesorientación de la distancia, en aquel ingenuo individuo. Ya llegaría el momento de mostrar la realidad, ahora, había que disfrutar este instante de convivencia, hacía tantos días que no dialogaba con otro ser de mi misma especie, que no tuve reparos en tratar de patear la lagartija que se asomaba tímida entre las piedras en busca de su protección habitual.

El día de la llegada de mi compañero, pasó sin novedades que requirieran de nuestra primordial atención, nos enteramos de ciertos acontecimientos personales, y recorrimos el predio, sin intención de sumergirnos dentro de esa maraña de eucaliptos. Fueron horas de caminatas y descansos, por momentos, nos deteníamos a mirar el pequeño sendero, por donde quizá llegaría un vehículo, cargando la anhelada pieza prefabricada y la famosa motosierra, pero todo era soledad, cantos de pájaros y zumbidos de avispas.

Una de las cosas que me dio a conocer, quizás para acercar más la amistad que estaba naciendo entre nosotros, o quizá , para dar punto final al protocolo de respeto, y actitudes falsas que habíamos adoptado uno contra el otro, fue que a él lo apodaban dentro de su círculo de amigos como “ el Burro”, pero no por ser poseedor de una herramienta similar a la del animalejo rebuznante, sino, porque su abuelo que era de nacionalidad española, al emigrar a Chile, se instaló en el norte con una crianza de esos cuadrúpedos, los que utilizaba para cargar con leña, que extraía de las llanuras desérticas, la cual transportaba al pueblo y vendía a los demás habitantes. A mí me pareció lógica la explicación, tomando en cuenta, que no tenía ninguna intención de contradecir su historia, e incitar a demostrar que no era por otra causa, la razón de su apelativo.

Yo le dije que no tenía apodo, y que solo contaba con mi nombre para darme a conocer dentro de mí circulo, y fuera de él; claro que también tenía razones del porque me llamaba así, y esto se debía, a que mi nacimiento coincidió con la ida al cosmos de un tal Vladimir Komarov, cosmonauta Ruso,que falleció reventado en su cápsula espacial, cuando esta se estrelló en la tierra al volver del espacio, y como antes, no existían demasiados ídolos ni héroes sanos que llamaran la atención de las masas, mi madre se aferró al único que hacía historia en ese momento y me bautizó como Bladimir. Claro que le tuve que explicar que mi nombre era con “B larga” y no con “V corta” ya que de acuerdo a la Real lengua española, el oficial del registro civil, que era al parecer una persona muy docta en cuanto se refiere a la pronunciación castellana, le explicó que tenía que regirse por la combinación, bl, para no caer en errores ortográficos, por eso me pusieron Bladimir con “B larga”.

Al parecer el origen de mi nombre no causó demasiado interés en mi interlocutor, mas aún, creo que la explicación lingüística, no afectó en lo más mínimo el intelecto de mi socio, que se terminó concentrando en un nido de avispas, que trabajaban tiernasen la construcción de una nueva maternidad. Me imagino que las personas que no tienen algún apodo pintoresco que lo identifique de manera graciosa, no causan demasiada impresión en los demás, pero en fin, entre ser “Burro” o “Bladimir”, prefiero quedarme con mi nombre.

El resto del día lo pasamos entre paseos y descubrimientos, encontramos algunas pieles de culebras que habían realizado su mudanza del crecimiento, las queevitábamospisar, ya que corríamos el riesgo de acuerdo a la creencia campesina,de que si las pisábamos, nos podían salir siete cueros en el pié, y ninguno de los dos, quiso comprobar si la historia era verdadera, ya que cada paso que dábamos era acompañado de una meticulosa mirada, que nos alertara de la terrible presencia de algún reptil en menesteres mudativos.

De comer, ni hablar. Nuestro almuerzo se concretó como a las 7 de la tarde, y yo aporté con cuatro panes que estaban medios duros yde los cuales no me había pronunciado, ya que tenía la esperanza de que el “Burro” abriera su mochila, y desparramara por el suelo algunos manjares de calidad humilde, pero comestibles. Sin embargo no fue así, y las horas pasaron inmisericordiósas, sin ninguna alusión de víveres, ni de él, ni mía. Creo que la culpa la tuvo una bolsa con ropa que yo tenía colgada en una rama demi árbol- casa y que fue fusilada con los ojos por mi providencial socio. Esa bolsa, fue la gestora de su tímida esperanza de que algo de comer hubiera allí, y por lo tanto esperó sin abrir su mochila, hasta que yo me acerqué a la bolsa del árbol, y la abrí para sacar un chaleco, y un gorro de lana.

A las nueve de la noche ya habíamos comido, los cuatro panes que yo tenía fueron el aporte fundamental de esa merienda, almuerzo- once y cena, que disfrutamos como dos huerfanitos sin casa de acogida, solo faltó que moviéramos las patitas, mientras aglutinábamos la masa entre los dientes, y formábamos el bendito bolo alimenticio, para luego deslizarlo a través de la cañería de la garganta hasta el estómago, quese sentía bendecido por aquel increíble acto de consideración gular.Fueron los dos panes más sabrosos que he comido en toda mi vida.

Desperté sobresaltado. Eran las tres de la mañana, hora que pude comprobar en un reloj despertador, contribución de mi compañero, y que tenía sobre untronco con características de velador,que instaló al lado de suprehistórica cama.

Me senté, y puse atención a los posibles ruidos que podría escuchar, el silencio de la noche era sepulcral, y la oscuridad ayudaba a escalofriar el ambiente, cortado solo por mi compañero, quien lo matizaba con profundos ronquidos y degustaciones inexistentes, que me imagino eran los resquicios sicológicos del sabor de los dos panes, que se había servido antes de pernoctar.

– ¿Hay alguien aquí?… ¡Caballeros! – salté de mi rústica cama, y vi por entre las ramas, dos luces que alumbraban, recortando siluetas que se paseaban delante de ellas. Mi compañero seguía en un plácido sueño, y los ronquidos fueron acompañados por los graznidos de los queltehues, que le dieron un toque musical a la noche. Estiré un brazo y agarré un palo, que utilizaba como arma de ataque y defensa contra las polillas, zancudos y arañas que pululaban el sector, y pinché delicadamente las costillas de mi socio, el que solo atinó a cambiar de posición, mientras lanzaba una risilla de complacencia. Dos pinchazos mas, ahora con más fuerza y dirigidos directamente a la panza, lograron mi objetivo,el de arrancarlo bruscode los brazos de Morfeo. Abrió los ojos que a pesar de la oscuridad se reflejarondesmesurados, y como vio entre la penumbra una siluetasobre él, con un palo en la mano, lanzó un fulminante golpe con su puño, el cual gracias a Dios no dio en el blanco, que era mi cara.

– ¡Para, para! – exclamé, mientras ponía el palo entre él y yo. – Parece que andan cuatreros, – acoté, indicando con el palo las luces.

– ¡Burrito!- Se escuchó en tono amigable.

– Parece que andan robando burros. – comenté en voz baja. Mi compañero estiró el pescuezo por entre las ramas de los árboles, y comenzó a observar detenidamente las siluetas, que se habían quedado quietas delante de las luces.

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