Capítulo 1

Alzó la vista al cielo. Las nubes pasaban veloces en el comienzo del otoño, arrastradas por el viento del norte, que hizo que Hakim sintiera un escalofrío. Atrás dejaba la fortaleza de la ciudad de Sintinyala o como la llamaban los cristianos: Chinchilla.

Con la mano derecha sujetaba las riendas de Uzn, una mula torda con más años que arrobas podía transportar. – ¡Vamos, perezosa! – le espetaba el chico, en su árabe natal, mientras le daba unas palmaditas en el lomo al animal. Uzn obedeció de mala gana y aligeró el paso. La mula iba cargada con dos grandes alforjas llenas de víveres tales como dátiles, almendras, cebollas y trigo. Su padre le había dicho que en tiempos de guerra había que hacer acopio de provisiones puesto que nunca se sabe cuándo el enemigo llamará a tu puerta.

Su padre era un hombre muy respetado en la región, amigo del caíd de Chinchilla, fue consejero de Ibn Hud , el emir de Murcia. Pero esos días habían quedado atrás. Ahora cultivaba cereal y hortalizas en una pequeña alquería a unas diez millas de Sintinyala llamada Al-Basit.

Sobre el llano Hakim podía ver cómo se erguía la pequeña fortaleza de tono rojizo cuando algo le llamó la atención; se acercaban tres jinetes al trote, entrecerró los ojos para que el sol no le molestara tanto y reconoció el estandarte negro abasí. Se puso bastante nervioso.

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Los jinetes iban dejando una nube de polvo anaranjada que crecía hasta tapar la fortaleza. Éstos fueron aminorando la marcha conforme se acercaban a Hakim y a su mula hasta detenerse delante de él.

-¿Quién eres? – le preguntó el que parecía el líder, en un árabe con marcado acento magrebí.

– Soy Hakim Ibn Assar – titubeó el muchacho.

  • ¿Hijo de Assar Ibn Abdullah “el zurdo”?
  • Compruébalo. – le dijo al hombre de su derecha, un tipo delgado con cara de pocos amigos que obedeció a desgana.
  • Quédate por aquí. En pocos días recibirás entrenamiento militar, estamos en guerra y no podemos prescindir de gente joven que pueda empuñar una espada.

El chico asintió. El hombre que le hablaba montaba en un caballo árabe zaino con un porte esplendoroso que le denotaba mucho brío y un carácter fuerte. Al cinto llevaba una daga con el puño dorado y un grabado en árabe que el chico no alcanzaba a leer, también un alfanje y a la espalda una rodela arañada probablemente por algunos espadazos. El soldado sacó un pergamino de su manga y un trozo de tiza negra para hacer una marca al lado del nombre del chico.

Desde que los almohades habían sucumbido en la batalla de Al-Uqab* existía una sensación de desasosiego generalizado en la comarca. Su padre echaba de menos el ser gobernado por un pueblo anclado en las férreas costumbres de la ley de Alá. La sublevación del valle de Ricote había sido vista con buenos ojos por gran parte de los musulmanes andalusíes, pero no por “el zurdo”, algo raro en un hombre tan diplomático como había sido Ibn Abdullah y más sabiendo lo que le había ocurrido a su esposa bajo el mandato almohade.

-¿Qué llevas ahí? – quiso saber el hombre del pergamino.

– Víveres y herramientas, nada más.

El hombre de su izquierda asía con fuerza el portaestandarte que los identificaba como la guardia de élite del emir mientras miraba al cielo intentando averiguar si llovería o no esa tarde. Cuando su compañero terminó el registro, el jefe advirtió al muchacho:

Hakim asintió con la boca medio abierta. Los jinetes picaron espuelas y se alejaron a medio galope en dirección a Chinchilla dejando tras de sí una nueva nube de polvo.

< ¿Entrenamiento militar?- decía para sí – no es que no hubiera pensado en la posibilidad pero…>

Hakim no era amigo de las armas, tan sólo sabía usar la honda para cazar conejos. No tenía espada ni escudo ni armadura, ni siquiera una daga. Le dio otro palmetazo a Uzn, quería llegar pronto para hablar con su padre sobre esto. Su padre probablemente no lo apoyaría, le diría que se convierta en el soldado que él no pudo ser. Ibn Abdullah había sufrido de pequeño la picadura de un alacrán, la cual obligó al médico a amputar la mano derecha, cosa que aún revivía en sus pesadillas, le impidió ser soldado y dio pie a que lo llamaran “el zurdo”.

Pero Hakim nunca había soñado con ser como Almanzor y conquistar territorios aplastando a cuantos cristianos se le pusieran por delante. Él lo que quería era convertirse en médico, lo que a su padre no le hacía ninguna gracia, dado su experiencia con el galeno que le amputó la mano. Sin embargo Hakim investigaba por su cuenta, leía lo poco que podía llegar a sus manos sobre el tema gracias al griego que había aprendido de su madre e incluso practicaba autopsias a animales que encontraba recientemente muertos. Le fascinaban los misterios que encierran los seres vivos: cómo respiran, por qué late un corazón, por qué pueden volar las aves y los peces respirar bajo el agua; tenía un afán de conocimiento inmenso en el que no entraba el de la guerra.

El sol empezaba a ocultarse detrás del pequeño alcázar. Hakim atravesó la muralla que no se alzaba más de tres varas de alto y caminó por la calle principal que subía hacia la plaza del mercado. Quedaba poca gente en el pueblo, la mayoría se había mudado a Chinchilla o al sur, a territorios que no estuvieran en la línea que dividía la taifa de Murcia y el reino de Castilla. Al llegar a la plaza se encontró con su padre que dialogaba desenfadadamente con el herrero, que le explicaba los motivos por los que había decidido probar suerte en Granada.

Hakim se detuvo a saludarlos y le dijo a su padre que lo esperaría en casa. Una vez allí, descargó las alforjas, dio de comer y beber a Uzn y entró por la puerta que comunicaba la cocina y la cuadra. Preparó un plato con almendras, una bandeja con higos y comenzó a cortar unas verduras para preparar una sopa. Siempre que cocinaba se acordaba de su madre, fallecida hacía ya tres años en extrañas circunstancias. Cuando el agua empezó a hervir entró su padre en la estancia.

-Han estado aquí los soldados preguntando por ti- comentó mientras cogía un puñado de almendras.

-Lo sé, me crucé con ellos por el camino.

-Entonces ya sabes que pronto empezarás el adiestramiento. Por fin te harás un hombre hecho y derecho.

-Ya soy un hombre hecho y derecho, te recuerdo que tengo 17 años.-contestó.

-Ya sabes lo que quiero decir, Hakim. Con suerte te harás un gran soldado, ganarás un buen dinero, tierras y los juglares narrarán tus gestas.

-Padre, no pienso ser soldado, no quiero combatir en esta absurda guerra.

-Hijo mío, ¡harás lo que se te ordene! Cualquier muchacho estaría encantado de luchar en el nombre de Alá – le espetó con fuerza-. Yo no tuve la oportunidad de hacerlo pero tú honrarás al único dios de la mejor manera posible… dando la vida por Él.

-Sí, padre- murmuró

El muchacho bajó la cabeza mientras servía la sopa y cenaron sin que una palabra más saliera de sus bocas.

Una vez ya en el catre no podía dejar de pensar en su futuro. ¿Qué podía hacer para librarse de ir a la guerra? -pensó – A menudo fantaseaba con ser como Averroes, elaborar su propia enciclopedia médica y ser un hombre muy importante de su época. La llegada de los almohades a la península había causado un gran frenazo a los avances científicos del territorio andalusí, pues gran parte de la comunidad científica había sido desterrada (entre ellos Averroes).

Claro que si lo llamaban a filas su sueño desaparecería tras una cota de malla. Entonces le vino a la mente una idea a la que ya le había dado varias vueltas. ¡Escaparse! Su padre era un buen hombre y lo quería pero era una persona que, a pesar de su discapacidad, era capaz de valerse por sí mismo. < ¿Cuánto tiempo queda para el amanecer?> – se preguntaba – Se levantó sigilosamente, con cuidado de no despertar a su padre que dormía en la estancia superior. Le hubiera gustado despedirse de él, darle un abrazo y las gracias por haber cuidado de él durante todos estos años, pero sabía que, si lo despertaba, éste le impediría marchar a toda costa. Metió en un zurrón algunos alimentos, un par de libros, utensilios y se aseguró de atarse al cinto una bolsita con algunos maravedíes.

No era mucho pero esperaba encontrar pronto un trabajo que le permitiera vivir hasta dar con un buen médico al que servir y del que aprender. Hakim aprendía rápido. Su madre fue la única mujer que él conocía que supiera leer y escribir en griego, árabe y romance. Ella fue la que le enseñó que la pluma siempre vence a la espada, algo irónico, pensaba el chico al recordar la forma en que murió. La llegada de los almohades había torcido la vida de Hakim por completo pues no permitieron que su madre, una mujer adelantada a su tiempo y sin miedo, estuviera a la altura del alfaquí de la comunidad. Se la llevaron presa a Murcia con una orden de ejecución cuando él apenas tenía 7 años.

Salió lentamente a la calle con su fiel Uzn y se detuvo frente al camino que cruzaba la aldea. No sabía bien qué dirección tomar, si hacia el sureste, camino de Chinchilla donde no llamaría la atención pero seguramente acabaría reclutado o hacía el noroeste, camino de Rutba*, tierras cristianas desde hace ya unos años, donde el peligro sería más palpable pero donde ni su padre ni nadie de su comunidad lo encontrarían.

Miró hacia atrás para ver su casa por última vez. Sus ojos negros se llenaron de lágrimas al pensar que quizás no volvería a ver a su padre, ni a beber té con Majid, el hijo del carpintero, ni a recorrer el arbolado camino que sube hasta Chinchilla. Suspiró, miró al cielo, dio una palmada a la mula y se pusieron en camino hacia donde su destino los guiara.

SINOPSIS

Hakim, un joven musulman criado en la frontera entre Castilla y las taifas del sur de la península ibérica, decide coger las riendas de su vida y marchar en busca de su sueño: ser médico. En su periplo conocerá personajes pintorescos e incluso importantes y se le presentarán oportunidades únicas en las que tendrá que demostrar que es una persona luchadora y con carácter.

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