¿Qué hago con mis vidas?

¿Qué hago con mis vidas?

Capitulo 1. LA CHICA DEL TRECE

Desde su nacimiento en la calle de Alenza número trece tuvo una suerte incierta. Alumbró a la vida un mes antes de lo previsto y ese mismo dia, su madre fue informada de que quizás no llegara a la noche.

La misma matrona que asistio el parto dijo que estaba muy débil y que la inmadurez de los órganos vitales no le rentaban mucho tiempo en este mundo; con apenas dos kilos de peso, decidieron hacer una ultima prueba para saber si valdria o no la pena mantenerla viva.

Parece ser que repondíó a los estímulos y al final la llevaron a la incubadora, gracias al empeño inquebrantable de una enfermera, Paquita, que lucho por sacar adelante a aquel cuerpecillo frágil que aún no habia abierto los ojos.La primera noche la pasó al cuidado de su madre y abuela materna que turnaban el sueño para darle de mamar y las medicinas precisas a las horas indicadas; como no se agarraba al pecho, le daban ambas cosas con una cucharilla diminuta que casi siempre rechazaba y el poco liquido ingerido, salia de su cuerpo convertido en una fuente inagotable de color amarillo.

Isabel, se quedo encinta con treinta y ocho años y por supuesto, primeriza.

Llegada a Madrid desde un pueblo del sur, se ganaba la vida como asistenta interna y la única licencia que podía permitirse era pasear los jueves por la tarde con su amiga Antonia por los jardines del Retiro como hacian el comun de las «marmotas» en su dia libre.

Allí conoció a José Maria, un extremeño espigado de abundante pelo cobrizo, bien plantao y con un perfil griego que llamaba la atención; empezaron a tontear y ella, que era de misa diaria y temerosa de Dios, al principio dudaba de sus intenciones; pero pasado un tiempo acordaron casarse. Isabel no era muy agraciada y dada su edad ya de solterona y las pocas expectativas de encontrar novio formal, se agarró como un clavo ardiendo a aquella relación. Aun así, las dudas la asaltaban de vez en cuando. La idea de unirse a un hombre de por vida le daba pánico y en una ocasión llego a decir a José María que le dejaba, a lo que éste respondio amenazando con tirarse por el Viaducto, que por aquel entonces estaba de moda.

Asi las cosas, el matrimonio se consumo y a la postre, la convivencia no resulto ser un camino de rosas. Ella tomó su último tren y el viaje la condujo a un destino equivocado.

A la mañana siguiente, viendo que habia superado las primeras horas de vida le impusieron nombre, Rosalía y llamaron al cura del hospital para que la bautizara in extremis por si no corria la misma suerte durante el día; no podía morir en pecado, no estaba bien visto en aquella época.

La segunda noche dió a luz una muchacha de Valladolid casi en las mismas circunstancias; su pequeña no habia cumplido el octavo mes de gestación y era necesaria la incubadora para acoger a la neonata. El azar quiso que en ese momento no hubiera ninguna disponible asi es que le pidieron a Isabel de buenas maneras que acunara a Rosalia en su cama con el calor de su cuerpo para dejar libre el artefacto a la recien llegada.

El destino propició que aquella noche la incubadora dejara de funcionar quedando fría e inservible para su función; al tiempo la madre y la tía de la criatura se quedaron dormidas y la infortunada dejó este mundo sin la oportunidad de saber si habría sobrevivido.

Isabel siempre pensó que el Altisimo estuvo de su parte y que su hija seguia viva gracias a la intervencion divina. Bueno, a eso y al tesón y sacrificio que ella misma empeñó esa noche y las que vinieron después para conseguir sacarla adelante.

-Le he dado la vida dos veces- repetia a menudo a todo aquel que quisiera escucharla.

Rosalía creció en el trece de la calle del Delfín en una casa de vecindad con un patio comunitario donde los chiquillos jugaban en verano al resguardo de una parra leñosa que impedía que se achicharraran por las tardes. Pero ella debido a su precaria salud, la mayor de las veces había de quedarse en casa sin participar en los juegos infantiles; la tos continua y la fatiga no le permitían correr ni permanecer fuera con el calor. Durante cinco años arrastró una bronquitis crónica haciendo que su enclenque y enfermiza figura estuviera siempre bajo la atenta mirada de su madre.

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