Pueriles vivencias, recuerdos en añorables sepia de los que rescatar juegos de tiza y pizarra, de borradores y lápices afilados en el encanto primordial de la primavera vital; tiempos que no han de volver si no en distorsionadas nostalgias que han de retrotraerme a una colorística inocencia, efecto iris para una vista cansada en el gris oscuro de graníticas menudencias a las que confiero indebida relevancia. Sendas abiertas a golpe de acerado machete en la tupida selva del dolor y la pesadumbre que a mis espaldas se cierran a medida voy avanzando; sin vuelta atrás no hay otro sino que el de seguir mi camino ondeando el pendón de la porfía que ha de otorgarme, a fe mía, buen brío a mi buen talante.

Mi presente es mi tenencia, choza que resiste la inclemencia del acontecer de azarosas pertenencias que ya no son mías, sino del ayer; querencias rotas, amores de paso, flores son sin raíz prontas a marchitar, y otras en el jardín de un futuro emergente que no se regirá ya por el reloj parado y solitario de una voz sin eco, y sí por la sincronicidad de los corazones ciertos. Cielos trenzados en el tul de noches prohibidas, vientos que no han de cesar hasta hacer a la mar alzarse en olas de ausencias perdidas. A mí vienen los suspiros del amor, entre alas de mariposa, liberándome de los grilletes del pesar causado por los gritos y la estridencia de un mundo del que me siento pobre remiendo para tan vistoso vestido. Mi refugio y mi horizonte son los quereres que a poquito he construido, cual castillo de naipes entre juegos de seísmos; tan es así que quebrantos ya no siento y nunca más habré de dejarme arder en el fuego del tormento.

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