El Hilo Sagrado de la Vida

El Hilo Sagrado de la Vida

Maria Di Loreto

09/02/2018

El mar reflejaba el atardecer. El poniente acariciaba el oleaje ya calmo. Así se despedía de un cálido día de enero.

Allí en la orilla, perdida en la inmensidad, se encontraba una muchacha de rasgados ojos negros como la noche, poblados de un suave abanico de arqueadas pestañas, boca carnosa y ese tímido hoyuelo que asomaba en contadas ocasiones que hacía de Sabina el Cuore una mujer enigmática y seductora.

Sabina se encontraba perdida en sus pensamientos cuando una voz interrumpió sus pensamientos:

— ¡Mamá, mirá lo que encontré! ¡Una ostra!

Y de pronto todo pensamiento quedó completamente olvidado para Sabina al contemplar ese hermoso rostro. Su vida giraba en derredor de esos ojos color cielo, tan iguales a ese ser que tanto había amado. Pero eso pertenecía al pasado, quedando allí sepultado para siempre.

Su presente estaba junto a su hija Sarah de seis años. Vivían en Bahía, al nordeste de Brasil. Dios había sido muy generoso al darle la posibilidad de ser madre de una niña tan encantadora como Sarah.

Había empezado a oscurecer y ya la luna se asomaba bañando la costa de Bahía, iluminando el mar como un gran espejo de agua clara. La gente comenzaba a guardar sus pertenencias para regresar al hogar.

Madre e hija estaban despidiéndose del mar, ritual que repetían cada vez que iban de paseo por allí, cuando de pronto el mundo se detuvo, el aire se hizo más denso y el corazón de Sabina se lanzó en pos de una carrera desenfrenada.

Allí, en ese preciso lugar, a tan sólo unos metros de distancia en medio de la multitud se encontraba Octavio Martínez Paz, el hombre más apuesto del universo, alto, rubio, con esa sonrisa torcida, capaz de enternecer al más recio corazón.

Pasada la emoción inicial, Sabina vio que él no iba sólo sino acompañado de una infartarte rubia. Sabina se sintió pequeña al lado de semejante baluarte femenino.

¿Pero qué hacía él en Bahía? Lo último que había escuchado sobre él era que seguía viviendo en Argentina, donde se dedicaba a la expansión de su cadena de hoteles con restaurantes de primer nivel. Según las revistas de chimento, el joven empresario Octavio Martínez Paz se estaba posicionando muy bien en la industria hotelera- gastronómica gracias al carisma con que manejaba sus negocios.

Volviendo a la realidad, Sabina no dejaba de pensar sobre cuáles serían los motivos que habían llevado a Octavio hasta allí ya que, de todas las ciudades de Brasil, Bahía no era específicamente las más pintoresca o “chic” como para invertir dinero en ese rubro. Todo lo contrario, la ciudad se caracterizaba por ser una de las más agreste del país y, por sobre todas las cosas, mucho menos pintorescas que Rio de Janeiro, San Pablo o Puerto Alegre. Sabina se apresuró a terminar de guardar las cosas para poder irse de la playa lo antes posible ya que quería evitar el encuentro con Octavio. Su sola presencia le traía recuerdos demasiados dolorosos.

Estaba con Sarita en brazos y a punto de marcharse cuando, de pronto, a sus espaldas escuchó que la llamaban… esa voz barítona tan conocida…

— Sabina, ¿sos vos?— preguntó Octavio sorprendido.

Cada silaba pronunciada por esa boca fue como una puñalada en el pecho de la muchacha, una afrenta a su herido corazón.

— ¿Octavio? ¡Qué sorpresa! ¿Vos por acá? ¿Cómo estás?— respondió una voz temblorosa tratando de ocultar el terrible nerviosismo que roía sus entrañas.

El hombre se dedicó a observarla detenidamente, grabando cada milímetro de su fisonomía en la memoria. Su mirada se posó en Sarita con cara de asombro,frunció el ceño y respondió.

— Vine por negocios, y como tenía algo de tiempo libre, que a propósito no es mucho, bajé a la playa. Veo que estás muy bien acompañada, ¿Quién es esa muñeca que llevás en brazos?

— ¡Oh! te presento a mi hija Sarah. Sarita, el señor se llama Octavio— respondió apurada por salir de allí.

Octavio tuvo que tomar cuenta de todo su valor para no caer desmayado ante semejante sorpresa… ¿Sabina tenía una hija? Pero no pudo seguir el curso de sus pensamientos ya que Brigit, su pareja, comenzaba a molestarse por haber sido excluida de la conversación.

— ¿Cariño no vas a presentarme? Mmm ya veo que no… Hola, Sabina, soy Brigit, la novia de Octavio…— contestó con voz seductora.

— Hola Brigit, un gusto conocerte.

Sabina pudo observar, por el rabillo del ojo, que Octavio estaba sumamente incómodo con la situación. Sabina puso fin a semejante agonía y contestó:

— Bueno, no quisiera robarles más tiempo, les deseo una buena estancia aquí en Bahía. Hasta luego. — pronunció mientras sostenía a la niña en brazos con fuerza.

Octavio admiraba cada uno de los rasgos de Sabina, así la recordaba… bella y enigmática.

— Hasta pronto, Sabina, ojalá volvamos a vernos— contestó Octavio mirándola a los ojos con tal ímpetu que un escalofrío bajó por su espalda.

Sabina se alejó rápidamente de la playa llevando a una Sarita adormilada por el sol, mientras Brigit trataba por todos los medios de atrapar la atención de su hombre sin apenas conseguirlo.

Mientras Octavio se encontraba junto a una de las mujeres más atractiva, sus pensamientos se iban detrás de aquella morena y su hija que en pocos segundos había hechizado su corazón.

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