CAPITULO I

EL REGRESO

Eran las 3 de la tarde y hacía calor, se lo decían la ropa húmeda pegada al cuerpo y las gotitas de sudor que empezaban a aparecer sobre las pecas de su nariz. Camila caminaba cadenciosa al ritmo de las cuerdas de las guitarras que tocaban un grupo de hombres al otro lado de su vereda, a su vez, observaba con disimulo a cada una de las personas que pasaban por su lado; era una costumbre que había tenido siempre; a veces se sentaba en el colectivo y miraba a la gente desde el reflejo de la ventana. Le gustaba analizar la cara y los gestos de los demás, trataba de escabullirse en sus mundos internos, era bastante analítica, a veces más de lo que hubiese querido.

Se detuvo a escuchar en detalle la melodía con la que hasta hacía un momento marcaba sus pasos, se perdió en el azul profundo del cielo y como en la escena de una película en cámara lenta y entre la bruma, flotaba sobre la masa de gente que iba y venía totalmente ensimismada, en el sopor de la tarde y en los tres guitarristas que con sus ponchos al hombro y sus humildes alpargatas pintaban de sutil tristeza aquella escena callejera; se sintió extrañamente feliz y continuó su camino, unas cuadras más adelante cortó el paso frente a un enorme edificio, contó los escalones y de dos en dos empezó a subir, era una de sus tantas manías; chequear hasta tres veces el picaporte, jugar a no pisar las líneas de los baldosines en la calle, entrar a hurtadillas en el corazón de los hombres. Se cruzó con una chica que estaba sentada plácidamente en uno de esos peldaños, curiosa y coqueta le escudriñó con sus ojos, intentando entender qué tendría esa morena bien vestida y con coleta de caballo en el interior de su cabeza y ¿por qué no? en el fondo de su corazón.

Camila entró y recorrió los locales del lugar, a través de las vitrinas podía ver como se exhibían los maniquíes de cuerpos perfectos y mujeres irreales, ropa de mil colores, lentejuelas, canutillos, zapatos y carteras, veía en el reflejo a una mujer de edad madura y bien conservada, pero no le gustó esa imagen y se dio media vuelta, encontró en el fondo una cafetería con dos personas que sostenían cada una, una taza en sus manos, se acercó sigilosa a ese lugar y respiró tan hondo, que el aroma del café penetró hasta lo más profundo de su alma ——¡ah, como extrañaba esto! —-Y volvió a sonreír.

Salió del edificio, esta vez por la puerta trasera, y un pequeño hombre de tez muy avejentada, vistiendo un sombrerito y carriel le preguntó —– señora, ¿desea usted una flor?—— No atinó, sino por costumbre a responder —– no señor muchas gracias —— para cuando Camila reaccionó, aquel hombrecito triste que arrastraba sus pasos al andar, se perdía entre las gotas de lluvia que habían empezado a caer tan de golpe y de repente como él había aparecido; una enorme tristeza y culpa le borraron la sonrisa del rostro, se sentía tan miserable que no pudo evitar ponerse a llorar——¡estúpida!—— y su corazón se arrugó tanto como la piel de ese hombre. Salió corriendo a buscarle, pero el tiempo es traicionero, quién sabe cuánto habría tardado entre su reacción y poder moverse de donde estaba anclada, pues cuando lo quiso encontrar, aquel personaje de lento caminar, no había dejado rastro alguno y se había desvanecido entre la multitud de gente que se escapaba de la lluvia.

Se quedó ahí parada y absorta en su remordimiento, sentía las gotas de agua deslizarse sobre sus mejillas, el petricor que se levantó con la lluvia la envolvía y permaneció allí inmóvil. De repente suena su teléfono y despierta de ese trance en el que se hallaba—-¿hola? —- del otro lado se oye una voz gruesa y cansada— ¿Y, vas a venir? Aún te estoy esperando. —-¡Oh, maldición, me había olvidado a qué venía! —- respondió Camila, mientras salía corriendo y trastabillaba con la torpeza que siempre le había caracterizado.

Pasados 10 minutos logró llegar a la casa de Miguel; situada en medio de la ciudad y de los edificios se hallaba una pequeña cabaña, toda cubierta y tapizada por plantas silvestres rojas y verdes que trepaban las paredes y las ventanas, una serie de árboles en el camino a su entrada hacían la venia y resguardaban del sol a los visitantes que allí llegaban.

—No era así como la recordaba— Pensó Camila, abrió la puerta del antejardín y saltando un baldosín de por medio se dirigió al camino que la llevaba hasta la entrada de la casa, tocó el timbre y allí de nuevo se oyó la voz que le habló por el teléfono 10 minutos atrás—Ahora salgo— ella se dio la vuelta y quedó hipnotizada viendo un pajarito amarillo que se había posado sobre una de las ramas de los árboles que le hacían sombra, de golpe se abrió la puerta y el chirrido metálico de unas bisagras sin aceitar la sobresaltan, se giró, y ahí estaba él, con sus ojos miel y su tez trigueña, la miró con dulzura y le sonrió, Camila se ruboriza y su piel pálida la delata. Se cubrió la cara con las manos fingiendo sacarse algo que le molestaba, y entonces se reincorpora y lo saluda con un beso en la mejilla. —Perdón por el retraso, no me di cuenta de la hora—; Para entonces el reloj marcaba un poco más de las 4:30 pm. — Pasa— replicó Miguel, y ella avanza, en cuanto ingresa a la casa sus enormes ojos cafés se inundaron de la luz que entraba por el ventanal de la antesala, y por un momento, olvidó el incidente del hombre y la lluvia.—¿Quieres tomar algo?—-Le preguntó Miguel mientras la veía detenidamente—-Un poco de agua estaría bien— Respondió ella mientras se iba dejando arrastrar por la luz de la ventana que la llamaba a que la contemple.

Estaba allí de pie, sola e impávida, él volvió de la cocina con un vaso transparente en la mano, la tomó del brazo y puso el vaso sobre su palma, ella levantó la mirada y clavó sus pupilas en el rostro de Miguel, le faltaba el aire, podía sentir como el corazón le golpeaba el tórax y rápidamente le rehuye, apretó el vaso entre sus yemas y se dirigió a un sofá blanco que estaba en frente, se sentó allí y le preguntó—¿Entonces? ¿Cuál es nuestro plan de hoy?, él se acerca y se sienta a su lado—estuve pensando que hoy es un buen día para ir a tomar un café en un lugar nuevo que abrieron a las afueras de la ciudad. ¿Qué te parece? —Me parece perfecto.

Miguel avanzó a su habitación con sus largas piernas y desgarbado caminar, ella le ve y decide ir hasta la puerta de la casa, avanza en dirección contraria de donde le indicaba su corazón. El vuelve con las llaves de su auto en las manos, juega con ellas de un lado a otro, haciendo tiempo, como esperando a que algo pase, entonces ella se percata, abre y cruza la puerta para sentirse a salvo.

Subieron a un Cadillac color aceituna modelo del 54, parte dela herencia que Miguel habría recibido de su madre, él adoraba coleccionar cosas antiguas, es por eso que ese día volvía tras los besos de Camila; el cielo ha empezado a despejarse nuevamente, y la ropa media húmeda que llevaba Camila por el sudor del calor de las 3 de la tarde y de la lluvia posterior, había empezado a secarse, un tanto por el tiempo transcurrido y un tanto por el incendio que llevaba dentro ahora que se hallaba cerca de Miguel.

Mientras van saliendo de la ciudad se dibujaban paisajes en la ruta que anegaban las sensibles pupilas de Camila, al fondo y a lo lejos desde su costado podía ver las ramas de los bosques de bambú que se mecían de un lado a otro con el viento, las algodonosas nubes del medio día ahora lucían un color grisáceo y se desdibujan en el firmamento; En la radio sonaba la canción que estaba de moda, Camila empezó a bailar con sus manos y su cabeza, y estrepitosamente ríe a carcajadas y le mira con desdén cuando Miguel la ve con sorpresa y un tanto desconcertado; le resultaba difícil entenderla, a veces tan sola, callada e introvertida, a veces tan espontánea y parlanchina, a veces tan triste y serena; Él no sabía del universo que la encerraba en ese entonces, él no sabía lo peligroso que podía resultar entrar en él; la curiosidad se le carcomía el corazón.

Llegaron, y el lugar les dio la bienvenida con un enorme arco de madera como puerta de ingreso y un camino empedrado que terminaba sobre una colina, en el medio podía verse una casa enorme de madera rodeada de bancos y techos improvisados con elementos reciclados, ruedas usadas, barriles, varas, y trapos coloridos que le daban un toque rústico; desde la cima se exponía una vista de la ciudad de par en par, empezaba a oscurecer y las luces se encendían una a una como luciérnagas que titilan avisando que la noche está llegando.Es tarde para un café, ¿no te parece?—- Él le respond— jamás es tarde para un café— Y la tomó de la mano, la lleva hasta una de las banquetas improvisadas y se sientan allí. Miguel llama al mesero, y Camila le ve sin despabilar, pero en cuanto él responde la mirada, ella se desbarata y levanta los ojos hacia el cielo. Entrada la noche la temperatura cayó, menuda y pálida Camila temblaba y trataba de disimularlo entrelazándose a sí misma, pero él bien la conocía, se sacó el abrigo que llevaba, y como el caballero que solía ser, la arropó sobre los hombros; se sentía nuevamente pequeña, ingenua y frágil, como 35 años atrás—¿Qué desean ordenar? —Preguntó el mesero que se acercó—Un capuchino italiano—responde Miguel—Un latte macchiato para mi estaría bien—. El mesero se aleja y Camila observa su reloj de color plata, uno que él le habría obsequiado cuando apenas eran unos adolescentes; ella lo guardó siempre como uno de sus más valiosos recuerdos. El compás de las manecillas del reloj la invitaban a hablar del tiempo que había transcurrido durante todos esos años que estuvieron sin verse, sin hablarse y sin saber absolutamente nada el uno del otro.

No has cambiado mucho, le dice ella escrutando con la mirada, él contesta que, es ella quién se ha mantenido intacta; pero ambos saben que no es así; porque no puede mantenerse intacto al rigor de los años, nuestras pieles son papiros sobre los cuales se pincelan las experiencias, nuestro espíritu lleva tatuajes que delatan los caminos recorridos, y nuestras almas hablan más que nuestro propio envase de carne, porque ellas son las grandes eruditas y nos superaran siempre por encima de nuestra propia existencia terrenal.¿Sabes? Cuando me enteré de tu regreso, me sentí totalmente abrumado, no podía entender que me pasaba, no podía entender lo que sentía, y aún hoy sigo sin hacerlo, ¡es tan extraño!, como si una parte de mi hubiese quedado suspendida en el tiempo todos estos años, como si nunca te hubieses ido…—Camila le interrumpe de sopetón; la mujer callada de hace un rato se esfumó y una palabra tras otra, en una avalancha de historias, inundan la cabeza de Miguel, como si estuviese empeñada en ocupar la memoria de él con sus propios recuerdos. Un poco trastornado le empieza a seguir con mesura, sin darse cuenta y de repente estaban riendo a carcajadas, contándose anécdotas y todas esas cosas del diario vivir que habían quedado guardadas en sus años muertos.

Esa noche hablaron hasta con las lenguas arrecidas y también lloraron de risa; sobre la mesa habían quedado 6 tazas vacías en las que solo el sobrante de la espuma y el aroma del café impregnado, eran los testigos de que la distancia y el tiempo no pueden romper aquellas cosas que se sienten hasta en las entrañas.Llegó la medianoche, es tarde, quizás es hora de ir a casa— Ambos se desplazaron sobre el camino empedrado colina abajo, subieron al auto y la luna brillante y amarilla, iluminó su regreso por la carretera, cuando ingresaron a la ciudad, Camila con la voz entrecortada le pide—Por favor detente acá—Sin entender lo que pasaba, Miguel pone el freno y se detiene, casi al mismo tiempo en que ella sin pausa alguna y sin más, abre la puerta y abandona el auto.

Miguel se baja y sigue tan a prisa como puede sus pasos, ella corre hasta un barranco que les muestra desde lo alto y aún a lo lejos las agitadas luces de la ciudad, Camila se gira, lo contempla afablemente y le sonríe complacida, su corazón está ahora apaciguado, el responde con un guiño, dubitativo quiso avanzar, entonces Camila extend sus brazos como alas dio un salto y se dejó caer al vacío.

Capítulo II

LA LLEGADA Y LA PARTIDA

Era la 1 de la madrugada y solo se escuchaba el grillar; Griselda había entrado en labor de parto, Jerónimo da un salto de la cama y cae con sus pies descalzos sobre las tablas del suelo, dando tumbos se dirige hasta la puerta de la habitación y queda sobre el pasillo de cemento frío y áspero; pero él no se percataba de ello en ese momento, era más grande la emoción del inminente nacimiento de su primogénito; abrió la puerta del corredor y se fue corriendo hasta la casa de la partera que vivía a 1 kilómetro de la suya, sobre el pasto húmedo y el camino labrado de piedras y barro llegó pidiendo ayuda, la señora Anastasia con los ojos entrecerrados abre la puerta dejando entrever el largo pijama de flores que traía puesto y que resaltaba la redondez de sus carnes.Es hora— Le dice Jerónimo con la respiración agitada; Anastasia muy tranquila y con el vaivén de sus enormes caderas, introduce sus pies en las botas que tenía a un costado de la entrada de la casa, se coloca un pesado abrigo que colgaba de un clavo en la puerta, toma un maletín que tenía preparado con anterioridad y sigue a Jerónimo que va dando saltos de un lado a otro.

Al llegar a la humilde morada construida en bahareque y tejas de barro, ingresan por el pasillo que solo es separado del exterior por una enorme puerta de mimbre, se introducen en la habitación obscura y ahí en la cama contra la pared está Griselda, entre lágrimas de dolor envuelta en sábanas. Anastasia con toda la calidez y calma con la que se desenvolvía siempre en su trabajo, le pide a Jerónimo que lleve a la habitación dos platones con agua limpia y que una vez los deje allí salga y le espere en el pasillo. Él obedece, deja los platones y se queda afuera esperando, vigilante viene de un lado otro con los brazos cruzados y la cabeza baja, de golpe escucha el llanto de su mujer y el de la criatura que acababa de nacer, entonces se abalanza sobre la puerta y la empuja entrando en la habitación. Desde allí puede ver a Griselda sosteniendo en brazos a un ser pequeñito, frágil y tan blanco como la luna que le iluminó el camino cuando fue en busca de la partera.—Es una niña, replicó Anastasia— Le da unas instrucciones para el cuidado de la criatura y de la nueva madre—Mañana vendré nuevamente en horas de la tarde. Y se retira con su pijama de flores y su pesado abrigo.

Camila creció entre cordilleras, rodeada de flores multicolor y el olor a leña recién cortada,el clima de primavera eran una constante en su vida. Era traviesa, muy curiosa y temeraria; se quedaba largas horas jugando sobre el pasto, investigando con minuciosidad a cada insecto que veía y hurgando con sus dedos en la tierra húmeda, se subía a los árboles que le abrazaban con sus ramas y le incitaban a trepar a lo más alto, y desde allí contemplaba el atardecer día a día, hasta que el humo y el aroma que expedía el horno de barro de su casa le avisaban que era hora de comer. Salía corriendo abrazando el cielo, tomando grandes bocanadas de aire, atiborraba sus ojos de luz, quería comerse al mundo desde pequeña. Cuando llegaba a casa y veía a sus padres abrazarse con tal ternura, se desarmaba y corría hacia a ellos para fundirse en el mismo abrazo fraterno. Se sentaban los tres a comer y ella les veía embelesada como platicaban. Le resultaba agradable verles, tanto, como el almizcle del café a la mañana.—La niña ya está en edad de ir a la escuela—Jerónimo y su mustio semblante le ven con ojos tristes y responde— Mañana la llevo al pueblo para inscribirla—

CONTINUA…….

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