BORRADOR: CAP I: CIUDAD SUBMARINO

BORRADOR: CAP I: CIUDAD SUBMARINO

Eduardo Pimienta

07/02/2018

Una mañana te despiertas y estas sumergido en ciudad submarino, vaya eso sí que es untarse de mucha mierda. En esta ciudad no hay lugar para nada mas extraordinario que mirar los tristes movimientos de las personas que la habitan, las calles están plagadas de alimañas de la peor calaña, en las casas viven las peores aberraciones de la naturaleza, cada habitante de esta ciudad subterránea tiene algo que esconder bajo la mesa y ciertamente te repugnará saber qué cosas esconden las personas aquí, que vienen siendo como dibujos difusos de ellos mismos que se pierden en medio del airecito fresco de una mañana sofocada por el miedo de respirar, por el miedo a mirarse al espejo y descubrirse los ojos tristes, y descubrir porque las flores se las lleva el viento lo más lejos posible, descubrir porque todo se ha hecho insípido, incoloro, e inodoro, porque todo se ha volcado a la física y pura mierda, porque todo es un paraíso de flores silvestres que engullen tus piececillos para que no puedas pisarlas y caminar hacia tu destino fatal que es el mismo destino que tiene todo el mundo cuando llega vomitado a este muladar, y sé que la gente aquí se cree la gran cosa pero que va, no son más que hojas de papel en blanco, o mejor dicho son hojas de papel rayada con crayones por niños de jardín, son pequeñas basuras de creatividad inútil y colorida, son parte de una ciudad sumergida en lo más profundo del agua, donde todo es confuso y difuso.

Los días aquí en Submarino pasan y la gente no se da cuenta, ya no existe aquella percepción del día, o de la noche, para la gente solo existe la noche, porque siempre que alzan la mirada para buscar el sol encuentran una densa nube de smog y tristeza que cubre el cielo que una vez fue azul y los resigna a mirar el suelo sucio, verde, lleno de moho y lágrimas de la gente que no tiene a donde ir, un suelo lleno de ratas que pasean altivas por los callejones repletos de basura y de corazones rotos que se quiebran al caerse de las manos temblorosas de la gente loca. Todos nos envolvemos en la confusión de los días y nos perdemos en las trivialidades cotidianas que no tienen sentido alguno más que para nuestras propias conciencias que nos traicionan a diario. Vivir aquí, en submarino, es vivir con el corazón hecho trizas, es vivir infectado, e infectado de estupidez, entonces la confusión de los días vuelve todo al revés y ya no vives sino que esperas morir de pie.

Para empezar a hablar de la confusión de los días propia de la ciudad Submarino es necesario entender el sentimiento, es algo verdaderamente difícil de entender para el que no vive dentro de este muladar subterráneo, pero lo describir más o menos así:

Una mañana después de haber soñado con cualquier mierda que ya ni te acuerdas la noche anterior, te despiertas confundido (y ya empiezas a sentir el efecto de la confusión), no sabes para que despiertas y te levantas de la cama, lo único que quieres hacer es abrazarte a las sabanas y hundirte en la almohada y no salir de aquella celda, pero no lo haces. Entonces te entran ganas de sacarte la sangre de las venas y regarla por las paredes, y dibujar una maquina corazoncitos tristes, o simplemente teñir las paredes de un rojo carmesí, de un rojo muy tuyo, de un rojo que tape las grietas, un rojo que te recuerde de dónde has venido, pero borre toda esa mierda de a dónde vas, y poder bailar al ritmo de tu corazón roto, y bailar al ritmo tuyo y no al ritmo de la confusión que te rodea, entonces quieres detener el movimiento abruptamente, y quieres que la maquinita de hacer corazoncitos rojos con tu sangre se detenga de una buena vez y que vuelen tus sueños libres y sean el aire que entre en tus pulmones, y quieres tomarlos en tus manos y armarte un porrito, para fumártelos cada mañana de tus confusos días y se te vayan con una tacita de café caliente, y se te enreden en medio de los dientes y los atrapes con tu lengua y puedas hacer figuritas con el humo, y reírte de la caravana de animalitos que expulsas por tu boca, y no quieres recordar que es un lunes que odias con toda tu alma, o miércoles los días perfectos para saltar por la ventana. Entonces crees que puedes imaginar cualquier cosa, no lo sé, recordar el cuerpecito frágil de tu chica, recordar sus teticas rosadas, sus nalguitas coloradas, su olorcito a flores y a cigarrillo con vino barato, y entonces obtener una erección mientras piensas en comer de su cuerpo y beber de su alma, y querer que no se vaya como se van los animalitos que han salido de tus labios, y empiezas a temblar de miedo y te aferras a ese cuerpo que no es tuyo y te entregas a aquellos ojos que se han volcado a mirarte pero no son tuyos, y te das cuenta que se te acabó el alcohol hace días y anhelas que se te vaya el agua, porque prefieres emborracharte todas las noches que bañarte en las mañanas, y otra vez quieres detenerte pero ya la has cagado, ha empezado a suceder de nuevo y los buenos deseos te abandonan, los ves partir tristes por la puerta que has dejado abierta y te enteras que en el principio todo estaba desordenado y vacío, y al final también, y no hay más que seguir y seguir de pie, y no hay más que acariciar el lomo de tu existencia fragmentada por la separación que existe entre tu interior y la realidad que tus ojos te hacen ver, y ya no hay más sangre que sacar, y ya no hay más cuerpo que beber y ya no hay alcohol, y ya no hay tú, y te confundes con el día, empiezas a sentir como pierdes tus manos, como se te va la boca, y los ojos. No hay espejo que te refleje, entonces vienen las preguntas asaltan tu mente, y te dan una paliza, te dejan moribundo, es allí que te das cuenta que eres parte de un todo y de un todo miserable, y se te acaban las ganas de todo, de vivir propiamente pero aun vives, vives sin saber quién diablos eres o hacia donde mierda vas, esta es la confusión de los días. Una partida sin remedio, sin retorno, es como caer dentro de una espiral de Fibonacci, hacia el centro, hacia adentro, hacia el infierno mismo que la gente se ha venido construyendo, a punta de palabras y latigazos tortuosos. En Submarino no hay persona que no esté confundida o nefelibata, parece que se viviera en una ciudad fumada, drogada, imbécil, algunos dicen que es el aire denso lleno de smog y mierda irrespirable, pero yo creo que el culpable de todo son los Submariantes.

Los submariantes, que habitamos las desoladas calles de esta ciudad mórbida no podemos ser más extraños, a diferencia de otros que caminan erguidos hacia sus trabajos y levantan la mirada, nosotros siempre miramos abajo, por si acaso un billete, y por si acaso a otro submariante se le ocurre la grandiosa idea de darnos un porrazo en la nuca y nos ahorra esa desdicha de seguir viviendo en un lugar de mierda como este. Estar aquí sumergido no es la gran cosa, no hay que armar tanto escándalo, Ciudad Submarino tiene sus arrebatos de belleza, pero aun así sigue siendo una mierda terminar en un sitio tan desolado como este. En ninguna otra ciudad encontraras lo que encuentras en ciudad submarino que se jacta de ser la ciudad más liquida del mundo entero. En ciudad submarino las cosas flotan por su propio peso, puedes asomarte a la ventana y disfrutar del paisaje flotante, ya saben puedes mirar toda clase de peces pasearse vestidos de traje, puedes mirar como engullen heces de otros peces, puedes ver que los gatos se los devoran o juegan con ellos hasta aburrirse y los matan por aburrimiento, ya saben el equilibrio perfecto, puedes oír a la distancia el mercadeo de sus vidas, el ajetreo de sus sueños locos y sus ganas de sentirse vivos, ganas de piel, de escamas, las mismas ganas que tiene el atún de salir de su lata, o de la sardina de revolcarse en la salsa de tomate y días con olor a chocolate y alcohol, mucho alcohol para tener un sabor a fétido y los gatos no los miren y se esfumen entre las nubes o simplemente desaparezcan, pero hay algo imposible de negar, a los peces les encanta nadar en los ojos de los gatos hambrientos y todos saben que los peces siempre pierden, la misma mierda de siempre.

En Ciudad Submarino no solo hay peces masoquistas, también hay aves de todo tipo, las aves se cuelgan en los alambres y te miran constantemente, para que te sientas acusado, castigado, para que sientas el peso de sus ojos, o su respiración en el cuello, y entonces sientes que te van a referir un secreto pero no, siempre guardan silencio, y aquellas que hablan se llevan tus orejas en sus picos, y se hacen collares con todas ellas, las malditas aves se pasean por los alambres con las orejas del cuello y sacan pecho y te dan asco, pero eso a ellas no les importa, porque es su ritual de apareamiento, y que mierda con ellas porque son seres silenciosos y no saben decir mamita rica, o florecita hermosa, o terroncito de azúcar, entonces entre ellas tienen un código con los ojos, para saber cuándo deben acercarse, o cuando pueden dar un pico o cuando pueden bajar por la calle y encontrarse en la tienda de la esquina a chupar paleta y jeta, y tanta mierda para terminar en el parque agarraditos de las manos, en las bancas desoladas donde duermen los míngas y donde se acuestan las estrellas a resollar, cansadas de estar suspendidas en el cielo, cansadas de mirar al suelo y encontrar solo pavimento. Los amores para ellas están en las ganas de chuparse el pico y en las bancas, es como si se sentasen y usaran el amor como un Today y luego lo desechasen en la banca para que se le acueste encima un minga o corra con mejor suerte y venga otra parejita y lo use, así se la pasan, puro amor usado y gastado.

No es por alardear pero cuando llegas a Ciudad Submarino lo primero que te encuentras es un letrero que dice

CIUDAD SUBMARINO

Entra bajo tu propia responsabilidad.

Y mierda que espanta a los turistas. Ese letrero lo mandaron a colgar después de que en la ciudad se convirtiera en el hogar de los sindicatos y las bandadas. Primero se encontraba el sindicato del suicidio, déjenme y les refiero bien sobre esta gente que constituyen la gran mayoría de personas que habitan la Ciudad Submarino de hoy. Los suicidas en la ciudad armaron sindicato, todo este asunto del Sindicato del Suicidio, se trata no más que una cantidad considerable de personas que sucumbe ante el divorcio de sus días, y se entrega a la escuálida y triste cara de la adultez, condenados, hastiados, triste y locos, nada diferentes de los otros, la verdad es que quizás de algún modo somos parte de este sindicato en algún tiempo presente, sólo que lo negamos, o no nos damos cuenta y no nos mezclamos por el patetismo de renunciar a nuestra simpática soledad, porque eso de andar en grupo si que es patético.

Los suicidas en Ciudad Submarino son cosa seria, todo lo tienen ordenado, estipulado, demarcado, como la obra de un artista o los versos de un poeta. Los condenados sólo se mataban dos días a la semana, el resto les queda para reflexionar si una pistola o la clásica orca. Cada persona tiene su propio ritual, y se le respeta, por lo tanto nadie se mete con nadie cuando determina que necesita, es como una maldita última voluntad, por ejemplo, los lunes, se mataban los empresarios prestantes, estos se miraban al espejo y recitaban algún poema de antaño, o una canción preferida y ¡pum!, los sesos en el lavado. El miércoles es el turno para los obreros, los del pueblo, gente que a duras penas trabajaba, o gente de mugrosos empleos, estos no tienen espejo o no lo usan porque están cansados de verse escuálidos y arrastrados por el viento, tampoco tienen alma, menos sueños. Estos se tiran de los puentes en caravana, no dicen poemas épicos, dicen más que todo groserías, para reclamarle a la vida por empujarlos cuesta abajo. Uno sabe que algo está desmesurado cuando arman sindicato, y para los suicidas este fue el siguiente paso, El Sindicato del Suicidio era algo que en la ciudad se le daba mucho respeto, además era una organización que se sostenía a través de la sangre de sus miembros y de sus entrañas, ya que constituían el proveedor número uno de órganos para trasplantes.

Para los miembros del sindicato su obsesión por morir perfectamente es algo hilarante y cruel. hubo uno, y esto ha sido comprobado, que eligió el mejor miércoles, hacía un sol resplandeciente, fue a una tienda y se compró un maravilloso traje, un rico perfume y cigarrillos mentolados, a las tres en punto le llevó flores y trío de cuerdas a su novia, una tal Lucy, separó junto a su ventana y encendió el primer cigarro mientras cantaba: Lucy, mi amor, se que me engañas de día, no importa así mejor, Lucy asómate por la ventana que quiero verte, quiero decirte que siendo una maldita, eres la cosa más bella que han visto mis ojos, maldita o no, Lucy, me atrapaste el corazón. Lucy asomó sus ojitos dulces recién levantados, era un poco más de las dos de la mañana, Lucy sacó sus piernas al inclemente frio que hacia afuera, Lucy mi amor, estoy que me muero pronto, dame un beso de sábado este miércoles de mierda. Entonces Lucy bajo por las escaleras y lo miró, le sacó el cigarro de la boca, le dio tres besitos y adiós. A las tres se dirigió sin afán a la peluquería, en ciudad submarino hasta las peluquería son 24 horas, desde que se presentó la oportunidad de venderle alcohol a la gente rota, que colman las aceras de la ciudad. En la peluquería el tipo señala en una revista un corte serio y formal. El peluquero le indica que ese corte cuesta más. Pero al tipo poco le importaba si costaba un ojo, o tal vez los dos, o quizás los pies o las manos, no le importaba si tenía que bailar la bamba en calzones, el quería ese corte y lo quería ya.

Llegó a casa justo a las siete, cuando daban el programa de pacheco, encendió el televisor, y se fumó el cigarrillo, sacándole el mentol para refrescar las vías respiratorias, para calmar los nervios que le cobraban el litro de aire a cien pesos la hora. Cuando pasaban la canción del show para comerciales, Pum, un tiro en la sien, quedó sentado, como si esperara a Lucia, seguro, pensaba en ella, esa muchacha bonita de ojitos dulces y suavecita, como la seda, como la mantequilla, como el rodar de ruedas en una superficie lisa. Me parece un poco triste pegarse un tiro ya siendo viejo y con la voz en off de un loro de medio pelo. Y ¿quiere cacao?. Cacao, café, té, y cielo, alcanzar a Lucia en el infierno medio, oreando las ideas, secando las penas con servilletas marcadas de besos sinceros. Cacao es solo el comienzo, va por el mundo entero, cantando canciones que se olvidaron del tiempo, haciéndole el amor a las flores del primer festejo, despuntando albas, descorchando recelos, matarse es como brincarse un cuento que ya sabes como acaba.

El sindicato de los Suicidas agotaba presidentes, uno cada lunes. Entre sus logros más notables fue la proclamación del día para conmemorar a sus muertos. Por decreto oficial, se ha decidido, que las cientos de víctimas del divorcio con la sociedad, con la vida misma, tendrían un día festivo, y vaya que día tan perfecto eligieron, 17 de abril, el día negro, el día de los muertos, un día de mierda, una razón más para odiar esos días. Otra noche fría, en medio de la pendiente de la vida, yo Eugenio odio los 17 de abril, que ahora me los recuerdan de por vida.

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