Sabíamos que algo andaba mal y que muy probablemente se pondría peor, una caravana de 5 carros acaba de pasar, la cuarta y apenas es medio día. Ninguno se detuvo, pasaron como sin tiempo; lo más seguro es que “aquello” ya había llegado al pueblo vecino.

Doña Lola, la más anciana nos lo había advertido y nosotros la tiramos de a loca; decía que igualito que hace 96 años, en el aire había ecos de esos gritos húmedos y revolcados y que aunque su piel ya no fuera la de antes y su vista y oído no eran más que colguijes viejos, tanto se le había grabado “aquello” que apenas lo sintió en aire, la piel chinita chinita, le dijo que “aquello” iba a pasar otra vez. A que Doña Lola y nosotros la tiramos de a loca.

-¡Ahora si tocayo!, ya nos cargó la de hacer niños y uste tan joven ¡que caray!, ¿viene de la milpa? ¿Si vio que hasta el vallao se secó? Ya nos cargó tocayo, ya nos cargó, pero no se agüite ¡venga! Le disparo una coca pa la sed, se ve medio asustao, vengase hombre, amos a platicar un rato, al cabo qué hora andamos todos de vacaciones, “aquello” no nos deja trabajar.-

Don juan sabía que algo andaba mal pero lo disimulaba, o a lo mejor no le importaba, seguro que sus papas le habían contado algo de niño y seguro que le creía a doña lola que era su tía. Pero él se sentía a gusto platicando conmigo, decía que yo le recordaba a su hijo el muerto, y luego de platicar algunos chismes del pueblo; se soltaba hablando con ojos vidriosos, viendo a ninguna parte, como hablando solo.

-huy mi hijo el muerto tenia ojos verdes verdes como la marihuana, mi hijo el muerto se iba al cerro y regresaba con 20 huilotas pal chilito de molcajete, mi hijo el muerto era chingon pa los trancazos –.

Su hijo el muerto también era mi tocayo.

A que Doña Lola y nosotros que la tirábamos de a loca…si le hubiéramos hecho caso, aunque sea tantito.

Recuerdo que poquito después de que se fuera mi Mamá, me iba a su casa en las tardes para hacerle trabajitos o mandados, cualquier cosa que se le ocurriera. Ella se sentaba en su sillón diciendo muchas cosas, cosas de hace mucho tiempo, de cuando Pueblo Chico fue fundado o algo así, pero yo ni caso le hacía, me apresuraba a terminar pronto para que me diera mis diez pesos, he irme a comprar chucherías a la tiendita de Doña Lupe.

Recuerdo que en una ocasión la encontré bien apurada, dando vueltas por toda la casa.

–¡hay Juanito que bueno que vienes!, fíjate que desperté oliendo a muerte y no quiero pensar que soy yo, búscate a ver si no hay una rata muerta por ahí haciéndomela de malas-

Como yo me llevaba muy bien con Doña Lola le dije que así olían las viejitas después de cien años y que ya nos estaba robando oxígeno a los jóvenes, que si no se quería morir mejor ya.

–huy no mijito yo de querer hasta los doscientos, pero como no es lo que yo diga, hasta que mi diosito me preste vida, así que se me chingan con su osigeno ese, y ándale, ándale, búscate esa ratita que hoy te voy a dar 20 pesos si la hallas–.

Otra vez hizo que matara todas sus gallinas porque había soñado que se la comían viva, le dije que mejor las vendiera o las regalara.

-– ¡no, no no, mátalas a todas las desgraciadas!, vieras Juanito, yo cuidándolas, dándoles su maizito, no, no, eso no hace, ¡y lo disfrutaban Juanito!, vieras con que sabor me daban de picotazos, mátalas y si quieres llévaselas a tu abuelita, que se haga un caldito o las venda ella sabrá, yo quiero dormir a gusto en mi casa—

Y hay me hallan toda la tarde, cortando las cabezas a quince inocentes gallinas, le pregunte que si el gallo también.

–también Juanito ¡ese fue el desgraciado que se le ocurrió picotearme!-

Una parvada de tordos, cubrió el cielo, era grandísima, la más grande que yo había visto en mi vida. Tardo muchísimo en pasar, volaban en la dirección que iban las caravanas. Cuando por fin paso, un viento violentísimo sacudió todo el polvo de las calles y hasta de nosotros, arrancándole el sombrero de la cabeza casi calva de mi tocayo que grito -¡Ave María purísima!- aun con el riesgo de salir volando como el sombrero, corrí a alcanzarlo – ¡deje hay tocayo! Que se lo lleve la chingada – solo lo agarre porque quedo atorado en el rosal de Doña Angelina, si no hay me hallan correteando el maldito sombrero y “aquello” detrás correteándome.

-¡a que la tía Lola, y nosotros que la tirábamos de loca!, gracias tocayo, deje voy a ver si no se me asustaron mucho los animalitos-

Camine muy despacito a la casa, mirando todo y pensado que han de ver sido millones de tordos asustados, más bien ¡miles de millones de tordos asustados! Quise calcular el tamaño de la jaula que los podría encerrar, como era muy grande no cupo en mi imaginación y mejor los deje libres.

Recordé los dos pajaritos que tenía mi abuelita, un canario y un cenzontle. Solía hablarles como si fueran niños y cuando cantaban, ella se sentaba en el portal tarareando una canción muy quedito mientras tejía, limpiaba frijol o comía semillas de girasol. Aunque no hablábamos mucho y se la pasaba regañándome, yo quería mucho a mi abuelita. Cuando murió, los pajaritos dejaron de cantar, verlos ahí en sus jaulas me daba mucha tristeza y a veces los dejaba tapados varios días para no verlos; por eso se los lleve a Doña Lola, no por otra cosa.

– huy mijito o veras que el canario no tarda en morirse y el cenzontle ya no va a cantar, o veras Juanito, pero déjamelos aquí, ya seremos tres que nos acompañemos en la tristeza de ir perdiendo la vida… y tú también puedes venir cuando quieras Juanito-

No recuerdo muy bien pero creo que fue la última o penúltima vez que fui de visita a la casa de Doña Lola, no sé si porque ahí estaban los pájaros tristes de mi abuelita o porque yo también creía que se estaba volviendo cada vez más loca.

Unos días después me vio pasar y casi de esquina a esquina me grito -¡ya se murió Juanito, ya se murió! Y el otro todavía no canta ¡no canta Juanito!- a mí me dio mucha pena porque iba acompañando a Laurita y ya casi conseguía que fuera mi novia, recuerdo que ni la volteé a ver y hasta Laurita me pregunto que que quería la vieja loca de mí, yo le dije que no hiciera caso, que Doña Lola ya no hallaba ni que inventar.

Pero tenía razón, por curiosidad solía pasar por su casa a las horas que cantan los cenzontles y nunca escuchaba nada, solo el silencio seco de la casa de Doña Lola. Ahora que recuerdo una vez me atreví a asomarme con el pretexto que si la veía, preguntarle si quería que le hiciera un mandado; pero solo estaba el pájaro, tenía a sus pies el canario muerto, patitas parriba, ya tieso el pobre, con las plumas despeinadas, plumas de un amarillo ya triste. De seguro Doña Lola intento sacarlo y el cenzontle le picoteo la mano.

Cuando me vio se quedó quietecito, como si me reconociera pero no me hubiera querido ver, yo también me quede muy quietecito, y de pronto el desgraciado pájaro levanto las alas y abrió el pico como si fuera a gritar, pegándome un buen susto de aquellos, que yo salí corriendo, y ni me acuerdo si cerré la puerta.

Llegue a la casa y mi papa como de costumbre ya estaba borracho, seguro que venía de la cantina de Doña Leonora donde ya debía más de media vida en alcohol. Le conté que platique con mi tocayo y que otra vez había sacado lo de su hijo el muerto, le conté de los miles de millones de tordos asustados, que a lo mejor era “aquello” que yaestaba cerca y que doña lola no estaba tan loca como decía la gente.

– ¡a que la chingada, se más listo mijo! No creas en pendejadas-.

En realidad no creo que mi Papá estuviera muy consciente de que algo andaba mal y por eso estaba muy a gusto. Comí a duras penas y me pego “el mal del puerco”, no quería dormirme, ¡menos con “aquello” comiéndonos la sombra! mi Papá se quedó echado en el sillón, roncando y hablando entresueño con sus fantasmas, le agarre un cigarro a escondidas y me fui al rio que aunque estaba seco me entretenía buscando piedritas lisas, si no me gustaban las aventaba lo más lejos que podía, también buscaba conchitas para regalárselas a Anita para que se hiciera una pulsera. Se me fue el tiempo bien rápido, cuando me di cuenta el atardecer ya estaba en sus últimas y solo conseguí dos piedras para mi colección, una negra y la otra medio gris.

Donde se junta la noche con el día se había formado una línea que a no ser que yo traía los ojos embrujados por Anita era de un morado como el del higo y a mí que no me gustaban los higos. camine a la casa bien al pasito, comencé a pensar que doña lola en verdad estaba loca, pues en el viento había una tranquilidad muy bonita, se sentía en la piel la noche que ya le estaba ganando al día, aunque en el horizonte un rojo muy vivo se resistía a abandonarnos.

Me faltaban varias calles para llegar a la casa cuando unos truenos empezaron a zumbarme los oídos, eran fuertísimos, pero no eran de tormenta, estos sonaban secos como de madera, ¡los ocales de la entrada! Pensé luego luego, y cuando me respondieron las piernas corrí sin pensarlo empecé a correr, corrí como loco, corrí como nunca había corrido.

Pasé por la casa de don Juan que gritaba al aire -¡mijo, mijo, los animalitos están bien asustados, mijo!- he intentaba cerrar la puerta del corral y cuando me vio, levanto la mano sacudiendo su sombrero y me gritaba -¡tocayo, ya nos cargó la de hacer niños tocayo!- parecía estar feliz de que “aquello” había llegado, yo seguí corriendo, cuando llegue a la calle ancha el empedrado me hizo caer. Rodé un buen tramo pero no me importo, me levante y seguí corriendo, el aire era cada vez más fuerte, un aire frio remolineando miedo.

Llegué a la casa gritando, intente despertar a mi Papá, lo moví y cuando medio despertó -¿Qué chingados quieres? Ahí hay comida en la cocina- le rogué, le dije que aquello ya estaba en la entrada, que se escuchaba crujir los ocales, que de seguro estaba por la casa de don pepe, pero él ya estaba otra vez roncando. La desesperación me hizo pensar en Anita, así que salí de la casa sin pensar en otra cosa; corría otra vez, no sentía cansancio, ni siquiera estaba agitado.

Ahora el aire estaba caliente y algo húmedo, remolineaba por todo el pueblo y los arboles aun de pie, se mecían y chillaban de una forma horrible, parecía que sabían lo que les iba a pasar.

En mis brazos y en mi cara podía sentir como las astillas y el polvo rasgaban mi piel, pero yo seguí corriendo hasta la casa de Anita. Cuando llegue grite lo mas fuerte que pude, no sé si grite su nombre o pidiendo ayuda pero de una ventana salió una voz revolcada, opaca por los truenos y el viento, -¿Qué quieres muchacho? ¡Mira nada mas como vienes!- yo no me había dado cuenta pero estaba todo lleno de sangre y tierra, al verme sentí que el viento me podía arrancar del suelo y azotarme por la calle como ya lo hacía con algunas ramas. -¡Anita, quiero ver a Anita!- desgarre mi garganta y en la boca sentí el sabor del polvo y la madera recién masacrada -¡ella se fue hace días, vete a tu casa muchacho, mira nadamas como andas!- y cerro la ventana con mucho esfuerzo.

Me quede parado un rato, me ardían los ojos y la garganta, me empecé a sentir cansado, como si no estuviera en mi cuerpo. Los truenos se volvían más secos, ahora parecía que eran de las primeras casas, -Don Julio, Doña Lupe, Carlitos, Don Pancho- pensé en todos ellos, casi dejándome ir, cuando -¡Doña Lola!- las fuerzas me volvieron, tal vez las ultimas, y eche a correr otra vez, ¡eso era!, Doña Lola sabría que hacer, aún no llegaba “aquello” a su casa. Volví a caer, pero me levante luego luego, el aire secaba de inmediato la sangre y podía sentir como se hacía costra como crujía y se caía y volvía a salir sangre.

Llegue gritando a la casa de doña lola, la puerta estaba abierta y cuando entre el cenzontle pego de aleteos como poseído, las plantas de sombra cubrían toda la entrada, se movían con el viento, parecía un remolino que me iba a tragar. Las atravesé recibiendo chicotazos por toda la cara, por todo el cuerpo y podría jurar que hasta el alma.

-¡Doña Lola, Doña Lola, ayúdeme!-

Todo estaba muy oscuro, pequeños contornos de muebles se dibujaban débilmente por toda la casa y el aire que entraba hacía que todo tronara, que agonizara en quedito, los cuadros caían y algunos que lograban aferrarse a su clavito se tambaleaban de un lado a otro, rasgando la pared en chillidos, con sus recuerdos fotografiados en blanco y negro, el viento se hacía más fuerte, más y más fuerte, las plantas se hacían trizas entre ellas, los truenos venían cada vez más cerca, truenos huecos que retumbaban en las esquinas oscuras de la casa y el eco no terminaba de morir cuando ya golpeaba otro.

-¡Juanito, mijo que bueno que viniste!- extrañamente su voz sobresalía tranquilamente de todo “aquello”.

-¡doña lola ¿Dónde está?!- a tientas con las manos ensangrentadas y tiesas la buscaba en vano

-fíjate que otra vez huele a muerte Juanito-

-¡no la veo doña lola, por favorcito venga, venga a encontrarme doña lola!-

-ha de haber otra ratita por hay, ándale Juanito búscala no vallan a pensar que somos nosotros-

-¡no puedo doña lola!, no puedo… ya no puedo-

Me deje caer de rodillas, todas la fuerzas se me habían ido, y en medio de la casa y de todo aquello me puse a llorar a llorar en silencio o al menos eso sentí, no escuchaba nada que saliera de mí. Ahora el viento era ensordecedor pero ya no me importaba.

Comenzaron unos resplandores extraños a encandilar mis ojos, los truenos ya estaban más húmedos, entre los relámpagos distinguí a Doña Lola, que venía caminando muy apenas desde el fondo de la casa, muy tranquila como si “aquello” no estuviera pasando, las paredes empezaron a cuartearse, temblaba a horrores, las tejas caían sobre el suelo, y doña lola se acercaba lentamente, el cenzontle comenzó a cantar azotándose en la jaula que sé mecía bruscamente y no era canto, más bien gritos, gritos de pájaro que se mutilaba en su propia jaula.

Cerré los ojos para dejarme ir, nada estaba claro pero era obvio que terminaría pronto y ya no podía, no quería más de todo “esto”, cerré los ojos y en mi mente se quedó la figura de Doña Lola acercándose a mí, podía sentir como el viento me rodeaba, podía sentir como la vida se me escapaba, y juro que sentí las manos de mi madre en mi rostro y sentí paz, una tranquilidad y silencio que cuando fui consiente me dio más miedo que todo aquello.

-Juanito, Juanito, mijo, abre tus ojitos- cuando los abrí Doña Lola tenía sus manos en mi rostro y parecía que estábamos dentro de agua, todo caía lento, y pacíficamente todo se seguía destrozando a nuestro alrededor, sus ojos totalmente nublados brillaban espantosamente bajo esa luz pálida y azulina.

-doña lola ¿usted está…?-

Su dedo se puso suavemente en mis labios –ya no digas nada Juanito- sus largos cabellos blancos bailaban como víboras de agua alrededor de nosotros, era hechizante. Las nubes de sus ojos empezaron a desaparecer, dejando en su lugar unos ojos color miel, casi amarillos, parecía que desde la cabeza le salían víboras nuevas y negras que se comían a las blancas y luego volvían a casi abrazarme en su baile.

-¿y ahora Doña Lola?-

-Ahora Juanito…-

Su voz era muy dulce, ya no era rasposa como antes, tampoco su piel era la misma, conforme se iba cayendo a pedazos, la de abajo adquiría un tono blanquizco como de luna. Me soltó y caí de costado con un peso que ya no era el mío, no podía moverme, me encontraba totalmente seco. Luego se inclinó sobre mi rostro, me dio un beso en la mejilla, como una mariposa que se posa sobre un tronco muerto. Luego con su nueva voz, justo antes de que “aquello” me levantara como polvo, susurro a mi oído.- ahora tu sabes que no estoy loca…-

SINOPSIS:

“Pueblo Chico, mi pueblito lindo, pueblo maldito. Solo Dios sabe lo que pasa en tus rincones oscuros, por tus caminos de piedra, en tus casitas de adobe y de teja, con tus hijos de nadie… y lo ha de saber muy bien, porque ya nos ha abandonado…”

En un lugar sin tiempo exacto, sin salvación aparente, sin geografía definida, se esconde “pueblo chico”, donde las historias de los habitantes se ven influidas de distintas maneras por la existencia de Doña Lola. Historias a través de los años, a través de la tragedia, del amor, del misterio y el terror que poco a poco, nos revelaran el destino de “Pueblo Chico” y la verdad de Doña Lola.

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