Soy de la generación X.

María Clara salta la soga en el recreo.

Su guardapolvo encandila cada vez que se suspende en el aire, cada vez que despliega su almidón angelical bajo el sol.

Su rodete al brillo del viento es el centro de todos los deseos.

Los varones de 5°, 6° y 7° grado se la disputan.

Es la mejor.

El timbre suena y regresa al pupitre. Sobre él, un papelito doblado en cuatro la sorprende. Observa alrededor y todos la ignoran. Vuelve al papel y lo abre y lo lee…

« Gusto de vos ¿Vos gustás de mí?»

Ahora levanta la cabeza y busca.

Me mira.

La miro.

Sonríe.

Sonrío.

En el recreo siguiente nos damos el primer beso a escondidas.

Somos felices para siempre.

Soy de la generación X.

La chica del subte no quita la mirada de la pantalla.

Ojalá levante la cabeza y me mire.

Se parece a María Clara después de llorar.

¿Regresa o va?

No lo sé.

Desde que me separé no formé pareja.

Solo uso esas aplicaciones que sirven para tener sexo.

Nada serio, todavía.

Ojalá levante la cabeza.

Pero no.

Sigue en su pantalla.

Mejor entro a Tinder.

Ahí seguro pasan cosas.

Lo abro.

Paso caritas de un lado a otro.

Y aparece.

Es ella.

Que no levanta la cabeza.

Que no me mira.

Que sigue con su pantalla.

Le doy con el dedo al corazón.

Tarda un poco.

Estas aplicaciones se cuelgan.

Pero…

¡Hay coincidencia!

Sus ojos se despiertan.

Levanta la cabeza.

Me encuentra.

La miro.

Me reconoce.

Se ríe.

Me río.

Bajamos en la estación siguiente.

Vamos a un hotel y somos felices por un rato.

Nunca más la volví a ver.

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En casa había unas fichas con el papel más grueso que el de las hojas de los cuadernos o carpetas. Después de un ancho margen superior, un renglón de trazo rojo y grueso era el primero de los demás celestes que continuaban hacia abajo.

Escribir con la Parker sobre la suavidad de su textura provocaba placer.

Cuando la vida me empezó a contar historias, escribirlas en esas tarjetas resultó un presupuesto. Sin escalas ni vergüenza me pasé a los cuadernos Gloria de tapa naranja, de los que todavía hoy alguno sobrevive.

A la Remington Sperry Rand que mi hermano usaba para escribir cuentos firmados con seudónimo inglés, la veía con reverencia.

Sofisticada, compleja, peligrosa. Un mecanismo de letras filosas que tatuaban el papel, cuchillas que sellaban palabras en hojas de una sola vida.

Cuando el girado de la perilla hacía del final de la hoja el comienzo, y entre rodillo y soporte le enroscaban el paso, y un margen aceptable establecía el punto de partida de la letra inicial, esa hoja se erigía exclusiva y sentenciada.

Aunque el formato y tamaño de la letra fuese idéntica. Jamás la reescritura de una palabra, de una letra sería igual a la otra. Mayor presión en el tipeo, menos tinta en la cinta, la hoja colocada con diferencias milimétricas o variaciones inimaginables, decretaban la desigualdad entre dos páginas de un mismo texto.

Y ni hablar de los errores de tipeo, de cuando un dedo con poca dactilografía encima ejecutaba una O donde debía ir una P o viceversa.

De ahí sí que no había retorno.

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Lorena no me da bolilla — dice Milanesa y le pregunta a Ángel cómo enamoró a Gabriela.

— Le escribo cartas de amor

¿Y cómo se hace?

— Lápiz, papel y le escribís cosas dulces

«Cosas dulces»

— ¿Me ayudás a escribir una? Nunca hice…

— Mirá, acá tengo una que escribí ayer…

— ¿Puedo leerla?

— Claro, te la dejo, yo después le escribo otra…

— ¿En serio?

— Sí

— ¡Gracias!

Sin la inspiración de Ángel y con su letra ilegible, Milanesa solo sustituye Gabriela por Lorena y reproduce textual el resto de la misiva. Trascribe verso a verso la cursilería que tanto resultado le da a Ángel con Gabriela.

Ellos pasean y se muestran de la mano.

Y ese es el amor que Milanesa espera recibir cuando le dé la carta a Lorena, que espera en las escaleras del Hogar Obrero a la hora del encuentro.

— Hola

— Hola

— Te escribí algo, espero que te guste…

Lorena comienza la lectura sin sorpresas. A medida que avanza, sus ojos dibujan desgano y concluyen con fastidio en una sonrisa burlona.

— Es de Ángel ¿No? A mí también me las escribe…

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« ¿Escribimos un poema juntos?

« ¿Cómo? ¿Aquí, por el chat?

« Claro. Un verso cada uno. Vos en Madrid y yo en Buenos Aires. Rima a rima y vemos que sale… »

« ¡Vale! Comienza tú…»

« ¡No, mejor vos! »

« ¡Joder, si fue tu idea! »

« Primero las damas… »

« ¡Tramposo! Vale, te dejaré salir con la tuya… allí voy…

Cuando el alma desnuda la mirada»

«La piel se rinde al refugio de los ojos»

« Las luces violan los más íntimos cerrojos»

«Y abren cortinas de soles sin mañana»


«El brillo se desata en una esperanza alada»

«Y se ahoga el grito de un vuelo sin retorno »

«Amores frustrados que encadenan a bordo, »

«Los sueños y los pecados de diferentes camas »


«Respiran la distancia y el calor atesorado»

«Y sumergen sus deseos entre sabanas»

«Se abrigan de marea, del anhelo silenciado»

« … »

« ¿…?»

« … »

« ¿Se ha quedado sin versos, mi poeta?»

« No, no es eso… »

« ¿Entonces? ¿Qué ocurre, hombre? »

« Voy a viajar a Madrid… »

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