Pareció un día como otro cualquiera, pero mi estómago me auguró lo contrario. Ese pequeño nudo en las tripas, tan familiar, nunca mentía. Tras desayunar fui a la oficina, donde los líos de siempre me ocuparon toda la mañana. Al regresar de comer, que dicho sea de paso, lo hice sin ganas, intenté huir de la somnolencia y evadirme un rato revisando mi cuenta de correo particular.
Mis ojos me alertaron al fijarse en uno en particular con remitente desconocido. Este tipo de correos, por lo común, los suelo eliminar por tratarse de ‘spam’, propaganda o virus. Pero aquel día algo me dijo que debía abrirlo. Me quedé blanco y casi sin respiración “¿No podía ser? ¿Era imposible?”. Era un correo cuyo asunto decía: ‘Para mi hijo de su padre’, y la fecha de envío que rezaba era de hacía más de 3 años. Entonces me vino a la memoria: existía un servicio que se llamaba ‘FutureMe’ que te permite enviar correos al futuro.
Pero… mi padre había muerto 6 años atrás; era imposible que él fuera capaz de algo así. Y para más inri: “la cuenta de correo en la que lo recibí la había creado no hacía más de un año”. “¿Cómo sabría que lo haría y con qué nombre?”. En principio pensé que sería una broma de algún amigo o colega, sin embargo al empezar a leer se me difuminaron las dudas. El texto decía así:
Hola hijo,
Si estás leyendo este correo es porque ya no estoy entre vosotros.
Cuando empecé a leer me sorprendió el estilo impecable; mi padre apenas sabía escribir, y cuando lo hacía era con un montón de faltas ortográficas y a mano; para él los ordenadores eran unos, ¿cómo les llamaba? Ahh, sí, ya lo recuerdo: ‘cacharros endiablados’. Sin duda, alguien le habría ayudado.
¿Cómo os va? ¿Qué tal estáis? Espero que sigáis muy sanos tu madre, tu hermano, tu mujer, mis nietos y por supuesto tú. Imagino que estarás cuidando debidamente de todos ellos, sobre todo de tu madre a la que aún sigo queriendo; díselo tal cual, ella me entenderá. Eres el mayor, el responsable, y desde el día que… te convertirías en el cabeza de familia. Estoy totalmente seguro de que no me habrás defraudado, nunca lo hiciste.
Mi corazón lo sentía compungido y alegre, todo en uno mientras leía. No pude reprimir las lágrimas; brotaban al igual que las preguntas que se me agolpaban una tras otra: “¿Lo había enviado desde donde quiera que esté? ¿Allí tienen email? ¿Se pueden manipular las fechas de envío? ¿Por qué lo hizo tras tantos años?”. Podría haberlo recibido, no sé, unos meses después de su muerte, pero en aquel momento, ¿para qué…? Ya tenía asumida su pérdida y…; ya capeaba perfectamente los temporales sin él. La sensación fue extraña, como si escuchara sus palabras a través de un narrador, susurrándolas en mi oído.
Os escribo a todos, y en especial a ti, para daros las gracias y pediros perdón. Gracias por haber sido tan transigentes conmigo, gracias por haberme indultado una y mil veces, gracias por intentar, solo intentar, entenderme. Ya sé que era muy complicado e inflexible a veces, poco permisivo, soberbio,… Bueno, dejemos los adjetivos, lo más importante es que sentía vuestro cariño aún con todos mis defectos. Virtudes, lo que se dice virtudes, pocas, lo reconozco, y se pueden resumir en una única frase: “todo lo que hice lo hice porque os quería, y mucho, aunque pocas veces supe demostrároslo”. Y perdón por todas las miles de veces que no lo hice; solo claudiqué tres veces, que yo recuerde. Esa palabra tan fácil de pronunciar no estaba precisamente en mi vocabulario, como bien sabes, mi forma de actuar era simple: dejaba que el tiempo pasara hasta que el problema se diluía, o eso quería creer. Qué confundido estaba; para saber perdonar primero hay que saber pedir perdón, tan simple como eso. Quizás por ello me costaba tanto. Lástima que tardara en darme cuenta.
No entendía el motivo de escribirme todo aquello; mi familia y yo… todos sabíamos cómo era. Lo pasado, pasado está. “¿Para qué decirnos aquello? ¿Es que su alma no encontraba descanso? ¿O es que necesitaba redimirse?”.
Creo que no tengo que entrar en detalles para que sepáis de qué estoy hablando. Fuimos, y sois ahora, una gran familia, con altibajos, muchos, pero al final la sangre es la sangre.
No quiero despedirme sin antes decirte que estoy muy orgulloso de todos vosotros y sobre todo de ti, aunque nunca te lo demostré; todo lo contrario. Era demasiado terco para admitirlo. Y ahora, mediante este correo, no quiero reprimir mi sinceridad, sobre todo conmigo mismo. Espero que consigas entenderme algún día.
Un beso y un abrazo a todos de quién os quiere y querrá más que a nada.
Tu padre: Juan
Al terminar de leer, de sopetón, se evaporaron todas mis dudas y mi alma se enfrió tan rápido como se había caldeado. En cambio la frustración me invadió junto con un deseo irrefrenable de llorar por un anhelo; todo ello aderezado con un montón de dudas que se pudieron resumir en una sola: “¿Por qué nunca recibiría un correo como éste?”… Mi padre no se llamaba Juan.
FIN
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