DE LA MÁQUINA REMINGTON AL WHATSAPP

DE LA MÁQUINA REMINGTON AL WHATSAPP

Fran Nore

02/11/2017

Tiempo atrás que dejé la otrora sofisticada máquina de escribir Remington abandonada en el escritorio, allí permaneció por muchos años detenida, luego sin uso inmediato al volverse una antigüedad del diario trajín intelectual, obsoleta manivela de caligrafías, casi como una reliquia o una decoración más de la casa, acaso desdentada armazón lingüística retraída que podía aspavientar los silencios, responder unas turbias preguntas osadas.

Hemingway, lo sé y lo creo, utilizó magistralmente su máquina de escribir para potencializar sus extraordinarios escritos. Y muchos otros escritores vivos que en ese entonces tenían las voces de los escritores muertos que se repetían a través de los ciclos de los tiempos,

Y por supuesto, que las máquinas de escribir Remington tenían un merecido oficio utilitario, proporcionando a los primeros escritores modernos acercarse a la avante tecnología -que parece ser a los ojos de la maquinal humanidad un lujo sorpresivamente eficiente-, acogedora de todas las invenciones posibles.

Entonces redacté en aquel formidable instrumento con ingenuo optimismo y presuroso deseo mis primeros apuntes ingeniosamente literarios.

Como dice Rosa Montero: «Hay tantos métodos de escritura como escritores.», el mío propio, en mis comienzos como escritor, era transcribir mis inesperadas emociones en cuadernos colegiales o en papeles sueltos, inmerso en un afán continuo de descubrirme en el azar y el destino, en el asombro del mundo, que es la ruta de todo escriba, escribano, escritor, ilustre lingüista, con la intención de producir un argumento notorio. Y luego de materializar esas ideas y reflexiones de la vida, del pensamiento sublime y de la naturaleza humana, ya me sentaba deseoso y entusiasmado frente a mi máquina de escribir Remington a organizar todo el lenguaje que asomaba intempestivamente a las fibras del ser de fábula que me habita y que entraba en un trance misterioso de comunión con el Cosmos, de auto conocimiento quizás, fórmula esperanzadora, estudio crítico tejido de opiniones, conjeturas y otras suspicacias. Tecleaba insistentemente aquella vieja máquina Remington que componía como melodías de piano textos en las páginas en blanco.

Pasaron años y muchos años y la máquina Remington quedó archivada como un ser congelado dentro de la casa, llamándome desde el olvido.

Desde tiempo atrás había irrumpido en el mundo capitalista la primera generación de computadores. Había comenzado una ágil era de comunicaciones que alertaba nuevos cambios, puesto que la humanidad entera estaba tocada por los flujos de una absorbente dimensión comunicante, se aceleraba la laboriosidad creativa con la invención del microchip, haciendo de los seres humanos novísimos entes robotizados que entraban de lleno a una etapa comercial en la evolución mecánica.

Sucesivamente llegó la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la octava, la «posible» novena generación del computador, y el mundo enloqueció.

Conseguí mi primer computador cuando me contrataron como profesor de secundaria en una escuela rural, los computadores para los profesores y para los niños los donaba el Gobierno de Colombia en su campaña para abastecer de elementos de enseñanza las escuelas pobres del país -había una masificación de computadoras por todo el territorio nacional en la década de los años 80-. Pero irónicamente los computadores que regalaba el Gobierno, eran hurtados y robados por la guerrilla para sus fines diabólicos.

Con los computadores donados por el Gobierno colombiano utilizábamos el novedoso messenger -un chat que causaba furor-, empezaron los e-mails a propagarse por los confines del planeta, utilizábamos Word que constantemente evolucionaba, y también los niños de la escuela podían dibujar en Paint.

Ahora las personas se acordaban de las máquinas de escribir sólo cuando querían ir a venderlas a las prenderías y a las casas de empeño.

Entramos de lleno a la era digital predicha por Steve Jobs y Bill Gates, y veíamos constantemente en las vitrinas de los almacenes la gama de productos innovadores que cambiarían nuestra visión de la enseñanza y de la educación, de la comunicación intelectual, personal y literaria.

Y siguieron las invenciones mecánicas perfeccionándose en cada detalle, logrando reemplazar una máquina artificiosa y útil por otra más avanzada, de la misma manera como nos suplantamos nosotros mismos en el devenir del tiempo.

Ahora escribo por Whatsapp, por Facebook, por twitter, mis sentimientos mezclados, mis ideas revoltosas y revolucionarias quizá, mis impresiones lingüísticas.

Y lamentablemente mi máquina de escribir Remignton sólo existe en mi agradecida memoria como mi primera amiga que me acercaba a mis constantes deseos de escribir.

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