Tras 4 horas de caminar por aquella Selva espesa e imponente del Guaviare (Colombia), Martha y sus dos hijos, Estaban exhaustos. Rogaban  a Dios en sus mentes que aquella pesadilla terminara pronto, pues aún no podía creer que su esposo, aquel hombre con quien había compartido su vida durante 15 años ya no estaría nunca más. Jamás se imaginaron que esa mañana cálida y monótona sus vidas cambiarían en un abrir y cerrar de ojos.

Marcos alias «Cain»  tenìa en mente instalarse en aquella casa oculta entre la espesa hierba, donde habitaba una familia humilde y sin educación. A veces solía recordar sus años de universitario y otras veces simplemente volvía a recordar el motivo que lo llevó a ser parte de aquel grupo guerrillero, pues siempre  quiso un estado igualitario; de joven nunca soportó la corrupción política de su país, los altos mandos y el abuso del poder militar; 4 años más tarde tras haber tomado la decisión de  ingresar a las fuerzas armadas revolucionarias; se había enfrentado al miedo, la angustia, la soledad y  a las fuerzas militares decenas de veces; sus pensamientos de macho alfa del grupo lo transformaron en un hombre despiadado y sin escrúpulos. Con el pasar de los años había herido, lastimado, secuestrado y matado a muchas personas sin remordimiento alguno. 

Luego de haber ordenado minar todo el campo con explosivos caseros, para evitar el paso de los soldados, se dirigió a sus subalternos explicando la necesidad de despojar  de sus bienes a aquella familia que se encontraba en la casa de madera hogareña y sencilla; para así poder instalarse en dicho lugar. 

Martha esa mañana particularmente decidió; primero entrar al corral las 5 vacas lecheras que tenían para ordeñar; y luego preparó ese fogón de leña que colaboraba con el aroma y la exquisitez de ese café Colombiano en medio de tanta naturaleza, mientras servía una taza a su esposo Pedro y a sus dos pequeños, Max de 10 y Luz de 9 años, se sintió la mujer más feliz de este mundo; la tranquilidad que emanaba aquella mañana apaciguaba toda dificultad laboral y económica de su familia. Se alistaron y juntos entraron al corral mientras Martha y Pedro ordeñaban, sus hijos sostenían los terneros junto a la vaca para que fuera posible extraer la leche sin ninguna molestia. Una vez terminaron, Pedro se dispuso a llevar la leche hasta la cocina, se adelantó unos metros de su esposa y los pequeños,  a medio camino un  horrible sonido retumbó en sus oídos una y dos veces seguidas, sabían perfectamente que eran disparos debido a su amplia experiencia cazando animales del bosque para alimentarse rutinariamente. Max y Luz gritaron de miedo, Pedro dio media vuelta para avisar a su mujer que habían dos tipos vestidos de verde, sombrero y botas negras; los ojos de Martha parecían que se salían de sus órbitas, hizo un grito desgarrador  que retumbó en los oídos de todos los allí presentes, pues su esposo había recibido un impacto de bala en el pecho justo en la región precordial; la leche se derramó y se mezcló en el suelo con la sangre, con lágrimas en los ojos y horrorizada Martha retrocedió rápidamente agarro a sus dos hijos uno debajo de cada brazo cual fiera protege a sus crías, se agacharon esquivando milagrosamente las balas que parecían meteoros que al caer destruìan su mundo. Se escabulleron entre los árboles sin recibir ningún impacto; por más de una hora no pararon de correr solo escuchaban sus respiraciones agitadas, su corazón acelerado y el sonido de las hojas secas que pisaban al caminar; luego de  cuatro horas, observaron un riachuelo al cual se abalanzaron para tomar agua con sus manos y llevarla rápidamente a la boca, bebieron a toda prisa y una vez saciada la sed, el llanto regresaba con más intensidad, ahora se hallaban solos, asustados, tristes y perdidos en aquella extensa selva.  

Martha trato de consolar a sus hijos lo más que pudo, busco fuerzas que no tenía para contenerse y lograr salir de ese lugar, se le ocurrió llegar al pueblo más cercano; miró en todas direcciones pero sabía que estaban perdidos se le ocurrió seguir el riachuelo según la dirección de la corriente del agua, recordó que desembocaba en el río Guaviare, alentando sus hijos a caminar continuaron la odisea, el hambre y el cansancio se hicieron evidentes; la noche llegó más de prisa que nunca, el frío era insoportable, abrazados y arropados con hojas lograron pasar las noches. Caminaron y comieron los frutos que veían a su paso tratando de liberar el hambre incontrolable,  sucios y totalmente agotados lograron ver que la espesa vegetación se desvanecía pues una carretera era su salida segura de aquel oscuro bosque justo antes de caer desmayados.

Martha abrió los ojos, estaba acostada en una cama tibia, con una aguja en el dorso de su mano por el cual los enfermeros le suministraban solución fisiológica; instintivamente grito preguntando por sus hijos, una enfermera se acercó y la tranquilizo, corrió al pasillo a traer a sus dos pequeños quienes estaban  en perfectas condiciones; ellos la abrazaron y volvieron a llorar al recordar las noches que habían pasado los 4 días anteriores después de aquel triste episodio que marcaría sus vidas; el policía Fernández entró a la sala de urgencias saludo a la madre de los dos pequeños, él se encargó de tomar su declaración para poder ingresarla en el programa de desplazados por la violencia. 

Tres años más tarde  martha recibe las llaves de su nuevo hogar que le otorgaba el gobierno y con lágrimas en los ojos recordó aquel día en que su vida dio un giro de 180 grados, se sentía orgullosa de haber podido salir de esa situación, ahora era la cocinera del restaurante de la escuela donde estudiaban sus hijos, era apreciada y valorada; poco a poco volvió a sonreír; se dedicó a ayudar a aquellas otras familias desplazadas; ella nunca volvió a saber del cuerpo de su esposo y no hubo una tumba donde llorarlo; jamás volvió a saber nada de aquel hogar que olía a  naturaleza y café fresco.

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