VIRGINIA EMIGRA

VIRGINIA EMIGRA

Siete20

29/04/2020

Virginia emigra

El día en que cambió la vida de Virginia para siempre fue un día como cualquier otro. Era la temporada de lluvias en la Región del Petén al norte de Guatemala. Ese día llovía a cantaros en Providencia, ese pequeño asentamiento escondido cerca de la orilla del Río Usumacinta, que es la frontera natural con México. El caserío estaba conformado por cinco familias de campesinos que se asentaron ilegalmente allí, dentro del Parque Nacional de Lacandón para dedicarse a sus faenas agrícolas sembrando maíz, café y frijol.

La lluvia de ese día les impidió realizar tareas en el campo, por lo que se reunieron para tratar el tema candente de un posible desalojo a la fuerza por parte del ejército. Manuel, el padre de Virginia retornó hace dos días desde Huehuetenango, a donde llevó productos para su comercialización. Trajo las noticias de estos brutales desalojos con que está procediendo el gobierno, que de paso apuntan contra las bandas de narcotraficantes que se han apoderado del Petén.

-Las patrullas entran cautelosamente a las villas y proceden a desalojar a la gente sin dar oportunidad de que se lleven sus pertenencias. Generalmente saquean lo poco de valor que encuentran y prenden fuego a las casas y pertenencias dejando tierra calcinada y rasa. Decían además que si oponen resistencia corren el peligro de morir acribillados por sus armas y las mujeres sometidas al abuso por esos soldados…- concluyó Manuel.

Virginia, sentada junto a su padre, escuchó esta exposición con mucho temor. A pesar de sus incipientes 16 años, captó la magnitud del peligro que les acechaba.

Desde hace algún tiempo atrás venía sopesando la idea de irse hacia los Estados Unidos, como lo hacen miles de guatemaltecos. Pretendía cruzar el río Usumacinta para entrar a México y dirigirse hacia la frontera con Estados Unidos, que la intentará cruzar sin documentos.

Amaneció garuando bajo una densa neblina.. Muy temprano sacó Virginia un bulto de ropa sucia y marchó para el estero donde generalmente se bañan y lavan ropa, ubicado en la quebrada que ellos la llaman Estero de los Sapos, por su abundancia en temporada de lluvias.

Traía ropa sucia de sus hermanos y un bulto camuflado que contenía sus mudadas para varios días, pues ayer había definitivamente decidido emigrar hacia los Estados Unidos.

Su familia podría fácilmente prescindir de ella considerando las precarias circunstancias que atravesaba la comunidad.

Para ganar tiempo hasta que el sol avance en el día y caliente un poco más, se puso a lavar la ropa sucia. Estaba en medio de esa tarea cuando escuchó varios disparos y luego gritos de terror de la gente en su poblado. Se irguió para escuchar mejor y de pronto vio a su hermano menor bajar por el sendero dando alaridos como que hubiera visto al diablo. Al aproximarse a Virginia cayó al suelo y quedó inmóvil. Virginia, aterrada, acudió hasta donde yacía su hermano y lo encontró boqueando en busca de aire pues una bala le había perforado el pulmón y el tórax, por donde sangraba profusamente.

– ¡Huye Virginia, huye! ¡Están matando a toda la gente! – alcanzó a decir antes de expirar ahogado con su propia sangre.

¡No había tiempo que perder!

-Siguiendo la quebrada llegaré al río- pensó mientras descendía pisando las aguas que en ciertas partes formaban turbios y profundos estanques.

Justamente nadaba en uno de ellos cuando oyó voces masculinas que venían del bosque y que parecían aproximarse a su localización. Se zambulló inmediatamente para luego, de forma disimulada, volver a la superficie a tomar aire. Desde dentro del agua vio a dos soldados pasar por la orilla y saltar el estero hacia el otro lado para continuar su camino. Cuando apareció silenciosamente a la superficie pudo todavía escuchar lo que le decía el un soldado al otro: – Bueno, ya “peinamos” este lado y no hay nadie. Vamos ahora a participar en la fiesta de arriba. Yo vi a una mujercita apropiada para „bailar” conmigo-.

Dicho esto, se dirigieron hacia el poblado.

Virginia permaneció escondida entre la maleza del estanque donde se había metido para salvar su vida. Lloraba tragándose sus lamentos y sus lágrimas, pues no quería delatarse y correr el mismo destino que sus gentes, quienes estarán seguramente ya muertos o son víctimas de la lujuria de esta soldadesca que terminara matándolas a todas.

Salió del agua y se ocultó en una pequeña cueva natural, donde se cubrió con la maleza circundante. Desde su sitio oyó nuevos disparos y una algarabía de hombres enardecidos.

Prendieron fuego a su poblado, que ardió rápidamente, pues las casas eran de madera. El humo se elevó al cielo dejando un trazo negro de destrucción y crimen. Los soldados siguieron su camino a través de la selva. De Providencia quedaron solo los restos calcinados de cinco viviendas y la casa comunal. Regados en el patio central yacían 16 cadáveres de hombres, mujeres y niños que solo buscaban un porvenir en esta localidad prohibida por el gobierno. Él cadáver de Juancho, el hermano que le advirtió, quedó botado en el sendero y, como todos, será presa para las aves y animales de rapiña que abundan en la selva.

Eso justamente es lo que propicia la impunidad para que se perpetren tan horrendos crímenes, pues la selva es una complice ciega, inclemente y que todo silenciosamente lo recicla.

Meses después estaba Virginia sentada al borde del mugroso catre que le asignaron para que atienda a los clientes del burdel “Las Marías” en la localidad de Emiliano Zapata, en México. Recordaba que cruzó la frontera y cayó en manos de traficantes de drogas, quienes la retuvieron en el campamento donde se ocultaban. Fueron ocho días de tormentos sin límite pues abusaron de ella una y otra vez hasta casi aniquilarla. Luego la vendieron al dueño del prostíbulo y allí se encuentra apática y descorazonada, anhelando nunca haber pretendido emigrar pues, si no lo hubiera hecho, estaría ya tranquila con su familia allá en la eternidad.

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