El más frio de mis días

El más frio de mis días

David Guerra

26/04/2020

Son las doce de la mañana, aquí lo llaman medio día. Ayer nevó intensamente y hoy la nieve se ha asentado. Nunca había llegado a conocer el invierno, no el de verdad. Hoy me presento en el monte ante él, para recibir su belleza y su bofetada, como una linda señora capaz de susurrarme desde la distancia “se mira, pero no se toca muchacho del sur”. Y es que, para mirar y tocar, y susurrar cálidas verdades sin sentido, ya la tengo a ella, mi luna y mi compañera.

Ya hace tiempo que caminamos juntos, cogidos de nuestras encapuchadas manos, por una blanca y linda postal. El suelo brilla y cuando no cruje, resbala. El sol es más bien un adorno que luce, pero no calienta. El aire que inspiro no es viento, pero corta, el vaho que expiro no es humo, pero manda señales, señales de que aún sigo vivo.

Ante nosotros un horizonte reluciente plagado de árboles canosos y casposos, sabios y melancólicos, árboles que me recuerdan que no soy más que un chiquillo desorientado.

El frio me incomoda el cuerpo, me entumece el rostro, me duele en las manos y me está matando los pies. Intento no quejarme demasiado, mantener un poco mi supuesta hombría. Ella me mira y sonríe, como quien sonríe ante la inocencia de un niño. Yo le devuelvo mi tiritante sonrisa, para que su complicidad refleje un mínimo de madurez.

– We are close, don´t worry.- She say
– I´m not worried, just cold, and happy when I´m able to feel something more.

Ahora soy yo quien lanza la primera sonrisa y ella la cómplice que me la devuelve. Solo espero que mientras tanto los dedos de mis pies no se hayan caído a pedazos dentro de todo este conglomerado de botas, nieve, calcetines y hielo.

– Look, there it is, our little country house.

Una pequeña cabaña bien glaseada, como todo a su alrededor. Mi imaginación ya me permite denotar un cálido y acogedor interior; estúpido de mí y de mis ganas, como si un espectro de sangre caliente fuera a preocuparse de mantener la casa habitable. Abrimos la sellada puerta para descubrir un entrañable cubito de hielo dentro de aquella enorme cámara frigorífica llamada exterior. El agua congelada, las tuberías atascadas, la leña petrificada, los insectos muertos y el frigorífico apagado, siempre apagado.

Me gusta pensar que el frio debe ser compartido, ya sea en familia, entre amigos o en pareja, sobretodo en pareja, que si algo conlleva el frio es la urgencia de calor.
De esta manera, juntos, nos encaminamos en la ardua tarea de prender la chimenea. Entrelazados, abrigados y entre mantas; nos lleva un buen rato el hacer un fuego pero pronto el fuego nos hace suyo.

He de confesar que desde que me fui ando un poco desorientado, yo que siempre lleve el sol como bandera no me termino de encontrar bajo la estrella polar. A veces camino, a veces dejo que me lleven y otras veces simplemente, me dejo llevar. No se hacia dónde voy, no más allá de lo que mis ojos alcanzan a ver, sin embargo, nunca me he sentido mejor encaminado.

Ya más calientes no solo por el fuego, sino por el esfuerzo y la compañía, cae la noche y de nuevo la nieve, cae el silencio y de nuevo la ropa. Ella se levanta, como se alza en la noche la luna, desnuda, pura, llena de magia. Me mira intensamente a los ojos, me agarra de la mano y me lleva a la habitación.
Solo bajo sus sabanas encuentro la primavera, escondida hasta de sí misma, sin reconocerse, siquiera conocerse. Yo la descubro, pero no la destapo, me la guardo receloso entre las que ahora son también mis sabanas, entre la que ahora es también mi bandera.

He soñado que volvía, lo he soñado y sentido, lo he vivido. Durante esta noche he vuelto a mi tierra para pasar las navidades con los míos. Ha sido un sueño tan hermoso, lleno de abrazos, risas y autentica alegría.
Todos estaban. Bebíamos, hablábamos, bromeábamos y yo volvía a sentir ese cálido sentimiento de pertenencia; más cálido que cualquier chimenea o calefacción radial, una cálida felicidad. Y es que todos estaban… todos estaban menos ella.
Me he despertado de sopetón con una enorme sonrisa en la boca, he abierto los ojos y la he visto, a mi lado, durmiendo entre las nubes. Esa enorme sonrisa que decoraba mi rostro ha sido súbitamente sustituida por una lágrima, saltarina y escurridiza.

Me pregunto si realmente algún día podría sentir que pertenezco también a este lugar, pero sobretodo me pregunto si algún día podría ella sentirse, al menos en parte, una sureña más.

Pero basta de preguntar ¡Joder que frio hace! El fuego debe haberse extinguido a mitad de la noche.

Me acerco a ella, la abrazo, la beso y vuelvo a sonreír. Ella, aun durmiendo, me devuelve la sonrisa, me devuelve a mi cálido sueño.

Hoy pertenezco a estas sabanas y mañana perteneceré a aquellas que envuelvan su cuerpo. A pesar de la tensión y la dificultad, me siento muy afortunado de andar a la cuerda floja entre estos dos mundos, entre el fuego y el hielo. Cogido de la mano la balanza sigue siendo pequeña, pero el equilibrio no es tan delicado.
Puede que algún día tropiece o que el viento me empuje, o tal vez puede que me deje caer. Ya sea en la nieve o en la arena, bajo la luna todo es tan hermoso que, aunque importa, me da igual. Me alegrará tanto el tomar, como me apenará el haber dejado, continuaré en mi particular equilibrio, con mi singular homeostasis, con mi emotiva lógica, ya que no es la cuerda la que me sostiene, sino esa mano que me hace flotar.

Mientras la observo dormir, noto como un escalofrío le recorre de los pies a la cabeza.
Pobrecita, ella también tiene frio. Será mejor que me levante, será mejor que haga otro fuego.

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