La lechera en el Desierto de Arizona

La lechera en el Desierto de Arizona

Mañana llegamos, eso nos dice el coyote; Juan creo que se llama. No he puesto mucha atención al nombre para no tener que recordar ni eso, ni su cara, ni su asqueroso olor cuando todo acabe. Solo un día más y cruzamos, y ya estando del otro lado, seré otra y mi suerte será otra y dejaré de este lado la suciedad, el hambre y el frío. Nada de eso lo llevaré conmigo. En cuanto cruce no tendré que inventarme mil historias cada noche para que los niños se duerman con el estómago vacío. Estoy cansada de inventar cuentos para no verlos temblar, para que se olviden de que tienen lodo en los pies descalzos, para que no sientan que en la tripa no tienen más que aire. Ahora los estará acostando su madre y ella no cuenta cuentos, por lo menos a mí no me contó ninguno cuando era niña. Mejor que no me los contara, así no me olvidé nunca de mi cama de tierra, ni de la lluvia que mojaba mis pesadillas, y me dormía todas las noches odiando esa casa y jurando que un día me largaría de ahí para no volver nunca.

El coyote dice que mañana, en cuanto amanezca, saldremos de la cueva y caminaremos despacio alejándonos del muro; que él sabe exactamente donde hay un hueco para pasar y que a partir de ahí seguiremos solas. Prefiero que vayamos sin él, así no tenemos que aguantar al cerdo este cada noche. Mañana seré la primera en levantarme y caminaré delante de él para mostrarle que no me ha doblado, que nada de lo que me ha hecho en el camino me ha roto como a las otras. A partir de mañana no lo necesitaré y ya no podrá volver a tocarme, ni a aplastarme contra las rocas.

Mañana nos guiará hasta ese bendito hueco que la migra no ha encontrado y ya estando del otro lado, me giraré y le gritaré con todas mis fuerzas que tiene el pito rojo y pequeño como el de un gato. Y correré alejándome de aquí, de este lado, que a partir de mañana, será para mí el otro lado y donde nunca más regresaré. Correré para que la migra no me agarre, para ser la primera en llegar y para que las lágrimas que salgan de mis ojos se sequen rápido porque no querré entrar llorando.

Llegaré a la ciudad y encontraré trabajo en una casa preciosa, con suelos de madera, no, de mármol, no, mejor de moqueta para no tener nunca más frío en los pies. Y me pagarán en billetes verdes, muchos y nuevos y crujirán al guardarlos en mi bolsillo. Y le mandaré dinero todos los meses a mi madre, y mis hermanos cenarán caldo de pollo y frijoles todas las noches y les alcanzará hasta para quitar los cartones del suelo y poner un colchón, tal vez hasta les alcance para dos y así a mi abuelo ya no le dolerán los riñones de tanto estar tirado en la tierra mojada. Y la señora de la casa será bonita y dulce y me regalará sus vestidos viejos y el señor será serio y no se meterá a mi cuarto por las noches. Y tendrán un hijo de mi edad, guapo y bueno, estudiando en la universidad y vendrá a pasar las vacaciones a las casa de sus padres y nos conoceremos y nos enamoraremos. Y tendremos tres hijos a quienes les pondremos Carl, Megan y Tony porque esos son los nombres que se usan del otro lado, que a partir de mañana será mi lado.

Y me empiezan a sonar los dientes y sonrío porque veo que de tanto pensar en mi nueva vida, estoy temblando. Quiero abrir los ojos y no puedo, aunque no me importa porque conozco este horrible paisaje nocturno de memoria: arena, rocas, un montón de cactus y el cerdo del coyote casi siempre a mi lado. Empiezo a notar mucho frío. Me sorprende no haberlo notado antes. Quiero arrastrarme para acercarme a una de las chicas para que me de calor pero no puedo siquiera mover un dedo. Me doy cuenta que de tanto pensar, me he quedado dormida lejos del fuego donde están los demás. Estoy helada y me estoy quedando rígida pero no me importa porque el corazón me late fuerte pensando en mañana.

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