Monsieur Grases

Monsieur Grases

lucía mayo

03/05/2020

Queríamos trabajadores

y vinieron seres humanos.

Max Frisch

Lucía E. Mayo.

Hay un grupo de jubilados que juegan a la petanca en Madrid. Entre los abuelos destaca Monsieur Grases, Coque, (1929) porque tiene estilo y modales refinados. Va con suéter azul marino y la camisa y el pantalón a juego. Los zapatos y la gorra de rap, negros. Tiene los ojos castaños e inquietos; ojos que salen a la vida. Habla con guiños, con esas perlas pardas que clarean en verano.

Nació en el barrio de Huertas y su padre murió un mes antes de que acabara la guerra, víctima de un epidemia de las que asolaban las ciudades por las condiciones de higiene. Odia las legumbres con bichos: la dieta básica de aquella generación. La madre, Carmen, se quedó con cinco hijos, a cual más diablillo. Los hermanos le tildaban de “paleta” porque había nacido en Soria. Carmen les contestaba: “Hijos de puta”. Cuando le arrullaba, susurraba: “Duérmete coco que viene el niño”.

Desde muy jóvenes se criaron en la calle. Acudían al baile de San Carlos, en la calle Atocha, (Teatro Kapital). Cómo siempre andaba pelado, el portero del baile les conocía, a él y a sus amigos “piratas” y entraban gratis. Cuando se iban, a la manera de los timadores, le daban un papel en blanco doblado que semejaba un billete, “No teníamos un duro” insiste. Acudía una vez al día y siempre llevaba este terno: Americana azul marino, “solo tenía una”, corbata negra fina, camisa blanca, y pantalón gris. Llevaba “patillas un poquito largas”. Se manchaba siempre la hombrera y Carmen le reprochaba que solo danzaba con cocineras.

El primer oficio que encontró, un mozo, era en una mercería en Santa María de La Cabeza. Cuando despachaba las bobinas a los críos, les daba marrón por rojo y las progenitoras acudían hechas un basilisco a reclamar. Es daltónico ¡chiss!

En 1952 emigró a París con un hermano. “Fui a la aventura”. Vivían en un hotêl con derecho a un hornillo, “En un día ganaba lo que en Madrid en un mes”. Se casó con una bordadora, Luci, a los cinco meses. Ella también emigró del Rastro. “En España los noviazgos duraban cinco años y no quería eso”, se lamenta. Recuerda las amonestaciones del párroco. “A mí, dios no me dijo nada”, sostiene y se queja de que las religiones son una patraña”. Reflexiona, acto seguido, que “la vida es un mentira”.

“Al primer taller que fui, me cogieron”. Prosperaron y Luci se dedicó al cuidado de la casa y sus dos hijos. Vivían en el III distrito, en un cuarto piso sin ascensor (así se ha conservado). Era un piso de ladrillo visto, de clase media, Tenía el trabajo a 20 minutos, en la orfebrería Christofle. Cuando llegaba por la noche aprendía el idioma: “Me marcaba unas letras durante media hora; lo escribo mejor que lo hablo”: Modesto y contradictorio, tiene una dicción cómo los “franciscos”, que así los designa.

La política de inmigración francesa privilegiaba la emigración duradera y familiar, por contraposición a la legislación de Alemania y de Bélgica. A su llegada a París participó en el exilio francés como militante de la Acción Republicana Democrática de España. Entre sus colegas se contaban al secretario general, Álvaro de Albornoz, Julio Just, ‘El Campesino’… Discutió con todos ellos pasados los años por la opaca contabilidad.

El 4 de julio, París es un jolgorio. Coque y su hermano Julio acudían al baile popular, en la Ópera, tres días seguidos. Como en Madrid, salía con un trapo para lustrarse los mocasines. Les tendían una esterilla a las mujeres si llovía… y si no llovía, también, para invitarlas. El resto del año no se aburría. Fue bombero, enfermero y finalmente enlace sindical en la Maison. Le daban mucha rabia los cinceladores que hacían el trabajo más rápido: “Cincel y martillo hay que tratarlos con minuciosidad”. Pero él vendía las piezas defectuosas, a sus amigos y familia, un 25% más baratas: “Soy un tramposo que no ha cambiado con los años”, y sonríe.

En otoño del 2019 me dibujó, a mano alzada, un cincel. (En el bolsillo de la camisa, siempre, un bolígrafo). En 1970, la firma le nombró jefe de la organización de los viajes de empresa. “recorrimos todo el mundo menos Oceanía”. Los fines de semana acudían al bosque de Fontainebleau, montaban en bicicleta, y si no había hotel dormían en el coche. Se desplazaban en un Simca Rally 2 al cual denomina “el ataúd”. Cuando los dos hijos, Isabel y Jaime, se lo cogían, para presumir en la noche (era rojo, cómo el amor, cómo la ciudad), le dejaban el depósito seco.

Cuando se desató la crisis del petróleo, a ellos también se les hundió el mundo: perdieron al varón, de 34 años, en un accidente: “Es mucho la muerte de la mujer…pero lo del hijo” y mira al cielo. El hijo ha dejado viuda en Lyon y dos nietos, con los que mantiene el contacto.

En 1982, Mitterrand le nombró: “Unos de los mejores orfebres de Francia”. Discutió con el presidente de la empresa para que no fuese “el mejor”. Dice mucho de la pasta con la que le ha forjado la mentira. Como a casi todo artista, le hace compañía Alexa. Se quedó viudo el año pasado y su hija le visita cada fin de semana (trabaja en Berlín). Ella le llama “viejito”; él “sargento”. Es muy celoso de su intimidad.

Ahora sufre “la pandemia de la edad”, porque telefonea por error. No sabe lo que comió ayer y tiene la casa llena de post-it. “Le tengo que pagar a la chica, tengo que ir al médico,,,”. Con los colegas de la petanca pasan revista a las mujeres; “¿Quién te gusta más, la del vestido marrón o rojo?”

Su aniversario es por san Juan.

                                                 FIN

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