El jardín de las migraciones

El jardín de las migraciones

juliana maese

18/04/2020

Cuando entré ya había olor a pan. Mermelada de rosa moqueta en la mesita redonda del patio y el mantel especial, el que usa solo en navidad. A veces pienso que era su voz lo que le daba ese marco inolvidable a todas sus historias, otras me convenzo que era escucharlas a la sombra del ciruelo.

Había vivido casi tantas migraciones como atardeceres y ese domingo, entre hebras de té y picaflores me contó un pedacito de su experiencia. Me dijo:

<<Hay migraciones apuradas, que esquivan fusiles y no levantan trincheras. Hay migraciones curiosas que un día deciden subir todas sus dudas a un tren de medianoche. Hay migraciones transitorias y las hay definitivas. Hay algunas que se van livianas y vuelven con el peso de las soledades acumuladas.

Hay migraciones cobardes que cruzan fronteras para no rendirle cuentas a los meridianos y usan los sellos del pasaporte como trofeo. Algo así como usar las alas de las mariposas entre dos cristales en vez de usarlas como fundamento único de la teoría del caos. Hay migraciones que se excusan en visas y visas que excusan migraciones. En las migraciones como en los ecosistemas algunos migran para sobrevivir.

Hay migraciones construidas en el amor que dejan surcos tan grandes, que se ven de lejos, y le dibujan nuevas líneas a los mapas. Estás migraciones son tan poderosas que ponen en duda a la cartografía.

Algunas son elegidas, talladas y moldeadas cuidadosamente como un alfarero trabaja la arcilla o un poeta la rima. Primero fueron sueño de libertad y un día se convirtieron en amigos que hablan otras lenguas y una colección del mundo en cajitas de fósforos.

Mi migración tuvo que ver primero con fusiles, barcos, y filas donde transcribían mal tu apellido, después tuvo más que ver con caras borrosas en fotos viejas, que me ataban al pasado y con un puñado de elecciones.

Si me preguntás yo creo que a las migraciones les pasa lo mismo que a las vidas. Son atravesadas por amores, por contratiempos, por balcones europeos y mercadillos callejeros en algún pueblito de Laos. Todas caminan por la calle agarradas por la misma mano; la nostalgia >>

Yo y mis ganas de viajar el mundo nos fuimos de ahí como si nos hubieran atado dos globos a los cordones de las zapatillas, sin tocar el suelo, mirando todo desde arriba. La sombra del ciruelo, el olor a pan y la convicción de que siempre tendré nostalgia de algún lugar.

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