Parábola de un ciclista

Parábola de un ciclista

Therci Cristi

18/04/2020

Parábola de un ciclista

La utopía de emigrar era la baraja posible en la Europa de la posguerra. Al sur del Atlántico, un país llamado Argentina, convocaba al trabajo y sosiego. Entre tantos migrantes hubo una familia portuguesa de la región del Algarve central.

Joaquim, campesino de Loulé, frente a las necesidades del hogar de cinco hijos aceptaba el reto a sus 55 años. Acompañado por el hijo homónimo de 30, se lanzaron al sueño americano. El plan era hacerse de los ahorros para vivir sin sobresaltos. En un navío despedido por mojados pañuelos emprendieron el viaje inaugural y a poco de llegar al Río de la Plata, un camión los trasladó a Comodoro Rivadavia. Allí se dedicaron a la labranza de una quinta. 1950 fue un año de acomodación al idioma y costumbres, pero la tiranía padecida los había endurecido… nada podía ser peor.

Joaquim padre, con la satisfacción del beneficio obtenido por la buena cosecha, regresó. Una infausta noticia lo recibiría: la muerte súbita de su esposa Alexandrina. Embestido por una carretada de pesadumbre y frustración, decidió emigrar nuevamente alentando a los otros hijos a seguirlo. El menor de los varones, Alexandre, ciclista, llevado por la orfandad y otras decepciones, tomó un tren sin promesas de retorno. Con su cara pegada a la ventanilla iba aspirando el aire de las sierras trepadas de viñedos y olivares, ese que lo había azuzado en las competencias… No podía detener las lágrimas que le caían…

Con la valija de pocos enseres y un sobre de fotografías que le asegurarían el recuerdo, desde el puerto de Lisboa zarpó a bordo del barco Salta el 30 de marzo de 1951. En el bolsillo, la imagen de su madre y el pasaporte con el sello de “Emigrante” mudaron su suerte a los veinticinco años.

Fueron largos días entre compatriotas que como él ensayaban una nueva vida… de su mirada moruna iba desapareciendo aquel horizonte querido… las presuntuosas quimeras deportivas comenzaban a deshacerse como el volumen de la nada que se abría a sus sentidos bañados de sal… atrás quedaban las contiendas del audaz y duro velocista. El 15 de mayo desembarcó en la Reina del Plata.

Su padre le propuso trabajar en una finca y en una cantina sirviendo comida a inmigrados. Así lo hizo. Sin embargo, no logró vencer la ansiedad que lo fustigaba… el crudo invierno lo empujó a volver a Buenos Aires. ¿Habría pergeñado la idea de abordar nuevamente el Salta…? La necesidad de abrirse paso solo, lo mantuvo dos años como colectivero alojado en una cetrina pensión. Pero a Alexandre lo apremiaba hallar un sitio donde echar raíces. Su pai (padre) esta vez lo requería en el valle del río Chubut. En otoño de 1954 los tres ocuparon una chacra próxima al río. Levantaron las paredes de adobe de la humilde morada que sería su hogar, ¡por Dios!, ¡¡¡al fin un hogar!!! A pala y pico segaron yuyales y sembraron. Enfrentaron heladas y vientos, vieron desbordarse el río y devorarlo todo, a golpe de azada construyeron defensas para salvar los pocos animales. Las inclemencias no consiguieron minar su voluntad pétrea y pronto convirtieron en un vergel el malezal. Joaquim adquirió un camión para transportar las cosechas hacia el sur. Aunque la añoranza por su verde suelo de clima templado los tentaba a volver, el péndulo caótico del exilio se empezaba a ordenar. Al tiempo que veían elevarse los álamos protegiendo sembradíos, en Alexandre iba creciendo el amor por una blanca jovencita que había conocido en un baile de carnaval. Entonces lo colmó la certeza de haber encontrado definitivamente su lugar. Se unieron en matrimonio, forjaron la descendencia y el hogar a lo largo de cincuenta años. De esa unión he nacido.

Las rudas faenas habían vencido la salud del abuelo. Mis seis años no entendían esas señales… Una mañana, se clausuró la complicidad de los caramelos que el avô (abuelo) nos daba a escondidas… A papá las anécdotas combinadas con la morriña al escuchar fados de Amalia Rodrigues[1], le ablandaban su tormentoso carácter… levantaba copas por los hermanos cuyas fotografías pasaban de mano en mano… y también las que exhibían sus trofeos de ciclismo en las Vueltas a Portugal.

La distancia y los años fueron borrando rostros y voces. Acá estaba su descendencia y lo que había construido en su tesis de vida. Seguía aferrado a las corridas de bicicleta de ese pasado dorado, y a medida que se alejaba en el tiempo más se acercaba a su mente colonizada por el reloj detenido en aquellas jornadas heroicas. Lentamente se fueron deshilando su fuerza y memoria. Pero en su pago no lo olvidaron. Una gran plataforma circular tapizada de piedras y placas de bronce, rinde homenaje a quienes vistieron los colores del Club Deportivo Loulé. El imponente pedestal cuyas dos siluetas en lo alto representan la llegada a la meta -a seis décadas de su desarraigo y un lustro de su partida terrenal-, se abrió a mis ojos mientras los últimos rayos de sol prestaban el brillo a la que lleva su nombre. Enmudecí al confluir en mí los dos “Portugales” : el que estaba viendo y el que me había contado… ese grabado se orienta al oeste, punto cardinal de su destino…

Abracé el bruñido esqueleto de brazos victoriosos… era el símbolo de la bicicleta aliada hasta su octogenario andar en mi valle chubutense, donde cimentó un club de ciclismo en los años setenta, volcando el hervor de su afición y los sueños resignados. Las imágenes desfilaron como teas guardadas en la trastienda de mis pensamientos… y creí ver su estampa al final de una competencia. Recordé la parábola del sembrador: su semilla había germinado en esas piedras… Las vi cubrirse de sombras como si se bajara el telón de fin de acto… y sentí que la moneda de la evocación pagaba su destierro…

Como el hijo pródigo, solo me bastó cruzar el mar para ver recompensada su ofrenda.

[1] Cantante portuguesa famosa (1920-1999)

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