Retablo Valenciano

Retablo Valenciano

Christian Iraola

30/03/2020

Hoy se exhibe la obra de Anatolio Choquehuanca, artista peruano, radicado en Mar del Plata. La particularidad del evento recae en el apoyo que ha recibido el artista de parte de su señor padre, Eleuterio. Este apoyo no tendría mayor relevancia sino fuera por las diferencias conocidas entre ambos. Si bien la ocasión se presenta exenta al morbo y al cotilleo barato, créanme amigos lectores, que la atmósfera que la rodea es digna de echarle una mirada, desde un punto de vista artístico y filosófico tan solo, calificativos que intentaré respetar durante mi relato, siendo ustedes, mis jueces.

Me situaré años atrás, en el preciso instante en que un adolescente Anatolio ha terminado de esculpir los personajes para la recreación de su siguiente retablo. Como era ya habitual, sus dedos forjaron las diminutas figuras con total independencia. El muchacho pensaba a menudo acerca de la relación intrínseca entre aquel engrudo y sus dedos al momento de CREAR, y ratificaba su decisión de no interrumpir jamás aquel vínculo.

«Fue cuando Anatolio estaba presto a cumplir los 16 cuando fabricó aquel retablo que condujo la relación con nuestro padre a un constante y gélido invierno», declaró Jonás Choquehuanca a la prensa argentina cuando Anatolio alcanzó convertirse en una celebridad.

Desde niño, Anatolio admiraba tanto la obra como la sagacidad de su padre, un verdadero maestro en la fabricación de retablos; su talento iba desde la concepción misma de la idea hasta la magnífica puesta en escena; el moldeado en pasta de las pequeñas figuras, la tradicional combinación de colores, las acciones individuales de cada uno de los protagonistas, el coloreado en acrílico, el trabajo del escenario elaborado en madera de cedro.

«Una historia contada a través del arte»

Cuando Anatolio Choquehuanca contaba con apenas 10 años era ya el más prometedor diseñador de retablos, dentro de una familia… de reconocidos fabricantes de retablos… dentro de una ciudad… productora de retablos: Ayacucho. Hoy en día, el clan Choquehuanca se encontraba diezmado, Eleuterio, patriarca de la familia, había viajado con su mujer y sus dos hijos menores (Jonás y Anatolio) a la ciudad de Mar del Plata. La hermana menor de María, esposa de Eleuterio, estaba casada con un muchacho argentino, quien había inaugurado una fábrica de pinturas en aquel apacible balneario, y estaba en busca de mano de obra eficiente y honrada. Los Choquehuanca habían logrado un posicionamiento en su tierra natal, pero cierto era también que prácticamente todas las familias tenían un retablo en casa, así que básicamente sus ingresos se reducían a los esporádicos encargos que aparecían durante las festividades del pueblo; Yaku Raymi, Virgen de la Asunción, Semana Santa. Haber migrado supuso para Eleuterio, María, Jonás y Anatolio una estabilidad económica, gracias a la pericia empresarial del cuñado de María.

Luego de algunos años viviendo en Mar del Plata, Anatolio observaba con nostalgia el rumbo distanciado del arte que iba marcando la rutina familiar. Su padre continuaba tiñendo sus dedos de blanco, pero esta vez no se debía a la pasta de yeso para crear diminutos personajes, sino a la manipulación de titanio y tiza. Su hermano mayor, Jonás, ahora distribuía su tiempo entre los estudios, su novia y su nuevo trabajo en la compañía de pinturas como repartidor.

«Tienes que saber escuchar tu interior»

Su herencia artística auguró confrontación al recordar las tempranas enseñanzas de su padre.

«No es tu mente la creadora, es lo que brota desde acá (Anatolio recordaba a su padre tocándole el pecho), obedece tu instinto, cada retablo es un nacimiento espiritual, individual y propio»

Con 16 años y un talento burbujeante, su arte, presagiaba confrontación.

De pronto, los colores, así como el concepto de sus ideas, habían cambiado. No más Yawar Fiesta, no más Carnaval Ayacuchano, no más colores fuertes enfrentados en contraste. Su ánimo ornamental migró, como las aves al empezar el otoño, voló y se estacionó en las costumbres propias del país que ahora lo acogía.

Producto de aquella mutación artística diseñó un retablo representando la «Fiesta Valenciana Marplatense», con sus concursos gastronómicos, bailes españoles y el infaltable muñeco quemado. -¿Pero… qué diablos es esto? -Las palabras del patriarca de los Choquehuanca incendiaron el ímpetu creativo de Anatolio como si fuera éste el muñeco valenciano.

«¿Dónde viste un retablo con estas actividades? ¿Crees que te enseñé el arte de mis bisabuelos para que expreses lo que se te venga en gana? ¿No te das cuenta que pierdes el tiempo haciendo retablos para un público que nunca te entenderá?».

El crudo tradicionalismo de su padre caló la vena artística de Anatolio, quien, siguiendo la misma línea tradicional ayacuchana de no argumentar a su progenitor, mantuvo su rebeldía en silencio.

«Mis historias contadas se desarrollan en otro lugar ahora, ¿qué hay de malo en manifestarlas a través del arte de mis antepasados?»

Las palabras resonaban dentro de él, sin abrir nunca la boca, manteniendo intacto el respeto.

Anatolio continuó fabricando retablos a espalda de sus padres, los obsequiaba al no poder almacenarlos, Jonás lo ayudó en la construcción de las cajas y la distribución. Pasaron algunos años hasta que la fama del artista peruano, ahora de 20 años de edad, era ya indomable y saltó desde las calles marplatenses, traspasando los muros de la vivienda de la familia peruana, introduciéndose en la conciencia y el corazón de Eleuterio, apelando su otrora enseñanza, acudiendo a su comprensión del arte mucho más allá de las recelosas costumbres patronales, retablos con situaciones tan argentinas como un asado familiar o la temporada de teatro en la avenida San Martín. El milagro amigo lector, se dio hace unos meses, cuando a pedido de su padre, Jonás lo acercó a todos los hogares que albergaban los retablos de su hijo Anatolio, las reiteradas muestras de admiración y elogio recolectadas en aquel recorrido quebraron al duro patriarca, acudiendo finalmente de vuelta a su hogar, terminando mi relato en un prolongado abrazo de reconciliación entre padre e hijo. Esa noche, la familia Choquehuanca cenó con un invitado especial, el retablo valenciano que Anatolio había diseñado años atrás.

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