Yo no se lo que tenía…

Yo no sé lo que tenía…

Pero que quería subir.

Tenía, bien dije,

Porque ha pasado

Efímero, estelar,

El aleteo de la eternidad.

Y ahora, soy como tú.

Atrás quedó la adolescencia,

El trágico primer amor,

Las primeras lágrimas de rabia y repulsión.

La maravilla y el asombro ante lo nuevo

Y el cinismo necesario

Para luego matarlo con las mismas manos

Que alguna vez lo acariciaron.

Vida adolescente,

Breve y fugitiva como la rosa.

Yo también la arranque,

Pero no lo hice con la espada.

Fui tan cobarde.

Bien pude haber sido como aquel joven.

Pero soy lo que soy.

Tratando de recuperar todos los años que perdí y que ya no volverán,

Porque ya no volverá esa grotesca mezcla de inocencia y perversión.

La mediocridad que me rodeaba y mi propia debilidad me salvaron la vida.

Muerte Joven

Muerte joven,

Sombra blanca,

Felino invisible,

Que acechas la espontánea vida

Y la generosa y noble causa del genio.

De tuberculosis, de tristeza,

De una bala en la sien,

En medio de un duelo o en la guerra.

Separas a los hombres del mundo

Y los acercas a la historia.

Cuánto arte nos quitaste por tu apresurado deber,

Y cuando que nos diste! Pisando talones abrumados y adolescentes.

Ríen cientos de sombras a mi espaldas,

A carcajadas se ríen.

Allí están todos.

Puedo reconocerles la voz aunque nunca los he oído,

Las voces vírgenes e inocentes,

Que ahora en coro celestial se ríen cantando.

Y la verdad viene a la mente, como el ideal al alma.

La muerte ingenua persigue al poeta durante toda su vida,

Hasta que se da cuenta que este fue el que la puso contra la pared y la encerró en la misma habitación hasta el alba.

Ni me vesti de cisne…

Ni me vesti de cisne,

Ni tuve que llevarla engañada sobre mi lomo y amarrada de mis cuernos.

Tampoco la golpee hasta que me bendijera.

La seduje lentamente con mi rostro verdadero.

Le mostré las cartas que escribí un día a la que amaba.

Le dije que para ella habría más.

Conoció mi barco una mañana junto a mi sonrisa juvenil,

La retuve hasta el poniente.

Cuando anocheció quiso irse pero ya era tarde.

Habíamos zarpado hace horas.

La luna presenció mis demonios y lloró de impotencia.

Nadie vino a defenderla.

Nunca más volvimos a la tierra donde la conocí.

Aún seguimos navegando entre las tinieblas que llevan al puerto.

La luna ya no mira para este lado.

Las ocho estrellas restantes ya no titilan.

Ella aún sigue amarrada a la vela,

Ya no llora, sólo quiere morirse.

Y yo sigo a su lado, exprimiendo todo el jugo de su vida.

Toda la dorada escultura,

Todos los serafines inacabables,

El cielo solo pronuncia mis sílabas y las repite hasta la locura.

Y mientras tanto sigo escribiendo.

Inagotable, pura fuente de gloria,

Amarrada a una vela estupefacta,

Obligada a cantarme hasta la noche última.

Nadie vendrá a salvarte musa mía.

Yo no los haré reír, mis amigos…

Yo no los haré reír, mis amigos.

Yo no los haré correr, enemigos.

No tengo talento ni anécdotas que deslumbrar,

Ni coraje ni carácter que se atrevan a envidiar.

¿Qué más puedo ofrecer?

Olvido y silencio.

Yo no te haré felíz, amada.

Conmigo no habrá delirio,

Ni sábanas cuajadas por tus manos apretadas.

¿Qué más puedo ofrecer?

Silencio y olvido.

Es todo lo que tengo, y lo que redimo.

Pero ¿Cuánto amor cabe en el silencio y cuanto arte en el olvido?

Yo no los haré reír, mis amigos.

Yo no los haré correr, enemigos.

Pero si se quedan, compañeros,

Si aún me persiguen, enemigos,

Si sigues tomando mi mano, amada,

¡No se arrepentirán jamás,

En cada relación que nos una presentare digna batalla.

Con una armadura hecha de arrepentimiento,

Y con la cara de Dios retratada en mi espada!

Nunca olviden estas palabras.

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