«EL BARRIO DE LA BALDOSA FLOJA»

«EL BARRIO DE LA BALDOSA FLOJA»

BRUNO BONIFATI

04/03/2019

«EL BARRIO DE LA BALDOSA FLOJA»

Corría el año 1990 y fue cuando José Rialsi, luego de andar cambiando de lugar para vivir y buscar trabajo fijo,llega a su ciudad natal «JoséLeón Suarez”.Al arribar a la estación de tren, notó que algo se mantenía intacto: el bar de la esquina, que había sido (como hoy) el lugar donde café de por medio y diario en mano,José se sentaba a recordar. Y entre esos recuerdos, el mozo, que en aquel momento compartía con José los veinte años y que hoy los encuentra con casi cuarenta y pico a ambos. Uno de los dos había cambiado, pero el otro lo reconocía con un “¡Hola Pepe!”. Asombrado por el detalle del reconocimiento, lo miró fijo: – No lo puedo creer ¿Sos vos José?-Hoy el café le salió gratis. Fue un gesto de ese emocionado y alegre encuentro después de casi veinte años. Se dio una breve charla hasta que uno de los clientes llama al mozo pidiendo un cortado.

Luego de ese breve reencuentro, José se despide del viejo bar y de su amigo Pepe. Al salir de allí, comenzó a caminar lentamente hacia ninguna parte, notando como de a poco iba reconociendo lugares: algunos,totalmente cambiados; otros, nuevos. Pero al igual que el viejo bar, lo que no había cambiado era la pensión donde José vivió muchos años hasta el momento de partir en busca de un trabajo fijo.

Hoy, la realidad hizo que volviera al barrio. Golpea una puerta y con sesenta hermosos años Doña María, la dueña de la pensión, al verlo, no dijo ninguna palabra y solo lo abrazo. José, sorprendido,no pudo evitar que alguna lágrima cayera de su rostro. Ya instalado, se encontró en el desayuno, con los nuevos inquilinos de la pensión,charlando y contando los tiempos de vivir en la pension.

Ahora José debía buscar “changas” para poder subsistir, así que en la mañana siguiente volvería al viejo bar con aroma a café y al horario en que el diario estaba libre. Porque había mañanas en las que los que llegaban veían que los tres diarios estaban ocupados, y debían quedarse custodiando atentamente quién lo dejaba primero para rápidamente ir a buscarlo. José pasaba las hojas para detenerse en la sección de clasificados. Pepe sabía que José recién llegado estaba sin trabajo, así que como «José León Suarez» siempre fue y será un barrio de conocidos,todos se daban una mano. Por eso Pepe comenzó a cederle gratis el café mañanero y le guardaba el diario para que no tuviera que esperarlo.

José recuerda hoy los tiempos de adolescencia y juventud. Hoy las vías del tren pasan por debajo de un puente que hace que autos, motos y camiones crucen sin esperar barreras. A pesar de los cambios que hubo en el tiempo en que José se ausentó, sabe dónde queda la salita de primeros auxilios, donde varias veces fue para curar alguna dolencia. Sabe además dónde está «la baldosa floja» y así, los días de lluvia, podrá evitar pisarla y salpicarse. He aquí la ciudad de la que un día se despidió y hoy vuelve a recibirlo.

A medida que iban pasando los días y sentado en la misma mesa que hace casi veinte años, descubrió con asombro que enfrente del bar, donde en su momento hubo un baldío, hoy lo hace sonreír una plaza, donde José ve disfrutando familias con sus hijos. Ve también con asombro cómo debajo del puente se han instalado más feriantes. Y con un gesto entendió por qué conocidos que en aquellos tiempos tenían sus locales para la venta, hoy,tienen sus puestos allí. Evidentemente la economía de los tiempos transcurridos no dio el resultado que buscaban.

Pepe el mozo amigo, se acerca a la mesa y le comenta que le encontró una changa: debía ir hasta Villa Ballester y con una dirección en mano, buscar unas cajas y volver a «José León Suarez» a entregarlas a uno de los feriantes. Resolvió rápido el asunto y como era día de lluvia se apuró para regresaral bar,evitando en el camino varias «baldosas Flojas» que aun pasado el tiempo en que José se ausentó, seguía adivinando para esquivar. Ellas seguían allí, y a José le gustaba pensar que era un detalle para que él no olvidara que ya estaba en el barrio. En el bar, le llamó la atención que hubiera pocas mesas ocupadas, y asombrado le pregunta a Pepe: -¿Qué pasó?- A lo que Pepe responde:-¿ No te enteraste? Murió don Juan el carnicero.Y como era ya una costumbre que evidentemente no se había perdido, una pancarta frente al bar decía: Que en paz descanse Don Juan.Nunca te olvidaremos. José que lo conoció, se dirigió a la casa velatoria que en su fachada mostraba el paso del tiempo y hacía más triste el panorama. Allí, una decena de vecinos: algunos cerca del ataúd, otros en el pasillo y otros en la vereda con cara de serios. Al entrar, José dejó clavada su mirada en Alicia,hija de don Juan y su novia en la adolescencia. Se acercó, le dio el pésame, pero ella no lo recordó. Así que José, para evitar el momento, salió a la vereda donde también se reencontró con algunos que sí lo reconocieron.

José León Suarez: un barrio que dejó a muchos en el camino. Barrio con esquinas arboladas, mateadas obligadas al atardecer en la plaza con los inquilinos de la pensión, menos los días de lluvia. Como en todos los barrios, teníamos días soleados, nublados, días de alegría, como esos en que llegaba el momento de la kermesse y amigos y familias enteras disfrutaban del evento y se saludaban. Y allí estaba siempre José, dando una mano para armar los stands y ganarse una propina.

Finaliza la kermese,y jose se quedo para ayudar a desmontar los puestos que sirvieron para que varias familias se llevaran algunos premios que los alegraban como si fueran trofeos,a la salida el ultimo encuentro de la noche y deseaban a cada uno el,nos vemos mañana.

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