​Pues sí, yo estaba aquí

​Pues sí, yo estaba aquí

Enid Negrete

22/02/2019

Una de las cosas más difíciles de días como estos es poder gestionar las emociones y el mucho tiempo que implica recibir tanta información contradictoria y dolorosa. No sé muy bien si escribo esto para que sepan cómo se vivieron las cosas aquí en las calles de Barcelona o para ver si yo misma puedo aclararme la vorágine de acontecimientos de mis dos ciudades, de mis dos países, de mis dos mundos.

En una plaza de un pueblo medieval recibo la noticia del atentado de Barcelona y el corazón se me paraliza, primero porque una señora entra con su coche a la plaza tocando el claxon como una loca, después porque yo simplemente no entiendo como alguien puede matar así. Que mal está la sociedad que es capaz de crear adolescentes con tanto odio como para hacer una cosa como esa. Que desvalidos son nuestros jóvenes que pueden escuchar cantos de sirenas destructivas y pensar en hacer esas barbaridades.

No acababa de recuperarme cuando tembló en México , dos terremotos… se ha hablado tanto de la coincidencia, del dolor, del desastre, que empiezo a sentirme cansada solo de volver a pensarlo. De nuevo las esperanzas de que la solidaridad mexicana va a crear un nuevo país, que esa juventud maravillosa que salió a rescatar, a entregarse, va a construir un país diferente. De nuevo los viejos vicios, los peores recuerdos llegan: la ineptitud de las autoridades , su corrupción, su falta de sentido común, su prepotencia. La realidad es la que es, ese país no puede hacer más de lo que hace mientras tenga gobernantes tan mediocres.

Me sentía en sus calles destruidas (que tanto conocí en el terremoto de hace 32 años), me conmovían los puños en alto para hacer silencio y oír ruidos delatores de vida, me sentía atada al internet como Ariadna a su hilo del laberinto, para esperar las noticias de vida, de encuentros, de todos están bien.

El caso realmente triste es que tampoco podemos enorgullecernos de esa población que robaba a los muertos o sacaba cosas de una casa semi destruida, los asaltos aprovechando el descontrol, la búsqueda del provecho personal por encima del común. Y yo me pregunto ¿Es que acaso la corrupción de nuestras instituciones no es otra cosa que nuestra incapacidad para ser honestos ciudadanos?

No sé si fue primero la rabia, el dolor, la admiración o la tristeza. Sólo sé que me tardé doce horas en poder comunicarme con todos los míos y que a partir de las 24 horas del terremoto el desastre de las pérdidas se metió por cada rincón de mi pequeña guarida en Barcelona. Esa sensación espantosa de que uno no había dejado de llorar desde hace treinta y dos años y no se había dado cuenta.

Trabajamos todo lo que pudimos, sin descanso y con toda la entrega que pudimos para toparnos de nuevo con esta naturaleza mexicana tan cercana al melodrama, que cambia de criterios, susceptible como adolescente, y que la exportamos dentro de nuestro más profundo recodo cuando viajamos. Hicimos todo lo que pudimos.

Pero entonces, cuando todavía ni siquiera hemos terminado de enviar los productos de nuestro trabajo, viene el referedum en Barcelona y con él tantas emociones encontradas que se acumulan a las otras en las calles que rodean mi casa.

Los ancianos se adueñaron de la ciudad. Mientras la juventud mexicana fue la protagonista del terremoto, la vejez europea, con una dignidad que sólo te da haber pasado una guerra, dieron la más impresionante lección de esta protesta. “Estoy aquí desde las cinco menos cuarto de la mañana” nos decía a las ocho de la noche, una señora que tendría mucho más de 60 años “porque ya los conozco y sé de lo que son capaces”.

Mi director de la tesis doctoral entró sonriente con su bastón mientras recibía los aplausos de la multitud. Otra octogenaria abuela me hizo llorar cuando se levantó de la silla de ruedas, metió el voto en la urna y dijo “Por ti papá”. ¿Cuántas historias está por contarse?¿Cómo se mide la sangre sobre una cabeza encanecida?¿Qué sociedad somos que podemos pensar que golpear a nuestros abuelos es justificable, proporcionable o aplaudible? Aquí no eran solo independentistas. Aquí eran solo dos millones de personas que quieren decirle al gobierno de Madrid: con violencia no, estemos o no por la independencia, con violencia no.

Que pequeños se han mostrado los gobernantes de estos dos países frente a pueblos tan grandes. Que desilusión me invadió cuando vi la respuesta de esta vieja Europa que es menos sensata que sus viejos ciudadanos. Que triste mundo vivimos en escasos dos meses y,,, pues si, yo estaba aquí, en estas calles y parte de mi corazón en aquellas otras.

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