Apenas consigue respirar por la nariz, mientras el resto de su cuerpo se concentra en un único movimiento: el de su garganta abriéndole paso a la Euforia.

Don Lorenzo Catalán, baja su vaso de somero diseño, poniéndolo sobre la mesa. De golpe se levanta, impulsado por las enérgicas ondas de la estridente música que mana de dos ó tres parlantes ubicados en lugares desiguales donde no importan a nadie. Solo importa la música. Va caminando suavemente, con la cabeza en alto, y la espalda recta, buscando con su audaz mirada lo que él llama “nave”, entre las mesas del bar. Cuando la halla, va hasta ella sin disminuir su paso, elude con movimientos rápidos distintas sillas, bancas y personas, mientras su mirada permanece fija en su “nave”. Finalmente sin quitarle el ojo, le extiende la mano, y con una sonrisa, la invita al “océano”. Para aclarar su intensión, solo le basta decir -¿Bailas?- En un momento, la “nave” lo vede de arriba abajo, como analizando la propuesta, aunque en realidad no lo haga, es solo la costumbre. Sonríe, correspondiendo, y acepta la mano. Se levanta y camina, dejando de lado sus fragatas compañeras, y zarpa hacia el “océano” mientras sujeta con fuerza aquélla mano que la había invitado. Una vez en “alta mar” se colocan entre decenas de navegantes con sus embarcaciones, y dejándose llevar por la altisonante música, se mueven armoniosos, como dos boyas que se tambalean sobre las corrientes pónticas. De pronto entablan conversación. Nada importante en realidad, dan a saber sus nombres, sus edades, sus gustos, sus ocupaciones… sus estados civiles. Con palabras suaves, y sonrisas, Don Lorenzo consigue alegrar a su “nave”, la cual impulsada ya de varias canciones, aprieta sus cordonaduras inferiores, abre velas y deja libre el timón.

Pronto pide a su “navegante” que la conduzca, el cual siendo bastante inexperto, la dirige a dos tiempos, de manera lenta y muy aferrada. Sujeta de una mano el calado, de la otra la quilla, pone una rodilla en su contraparte, su pecho contra el casco, su vientre contra el central, pone su frente contra la frente del “barco” y finalmente, su mirada en sotavento. Después de un rato, se deslizan suavemente sobre aquel “océano” plano como un espejo, sin importarles las demás parejas. Casi inmóviles, traban una pierna contra la otra, como apresándose el uno al otro, la “nave” rodea con sus brazos al “navegante” como enredándolo con sus aparejos. Bailan los dos, en una sola baldosa, juntos, con movimientos algo duros en una distancia corta. Se escapan sonrisas leves de sus labios, y apenas separan sus frentes para ordenarse los cabellos todos bañados en sudor. Ya no hablan con palabras, las manos lo dicen todo. El calor, aunque asfixiante, se soporta, más aún el cansancio que suele ser debilitante, allí no tiene connotación, simplemente se ignora. La existencia del todo se disuelve en aquél aire rítmico, dejando de ser de por sí, y en su lugar, el todo se renueva pasando a ser conformado sólo por dos elementos, por dos cuerpos, por dos almas, extasiadas la una de la otra, entregadas a la voluntad externa, y envueltas en una corriente voluminosa cuyo único sentido es la continuidad de su existencia. Es natural, que en este punto puedan suceder muchas cosas… Bueno, en realidad no son muchas, pero por su carácter, dan la sensación de que lo son.

Pero mudan las mareas, la Luna que con sus libraciones hala las aguas hacia sí, abandona el Cielo, y tranquiliza el ardoroso ímpetu que se había suscitado en el “océano”, se pierde de golpe, toda conexión. La “nave” volviendo en sí, se da cuenta que está agotada, sedienta y aún humedecido su divino rostro, pone traba a su timón, y alza sus velas. Don Lorenzo Catalán la deja libre, ya no la conduce, sólo se mueve junto a ella. Cansado también, la suelta de su cuerpo, y sosteniéndola solamente de su mano, la lleva hasta la mesa de donde la ha tomado. Cruzan algunas palabras. No tienen sentido, pero igual poseen significancia.

Aprovechando su proximidad al cantinero, le pide dos tragos. Uno lo da a la señorita que momentos antes lo había extasiado, y llevándose el otro, se dirige a su mesa, en el camino estudiando futuras “naves”. Se sienta cansado pero sonriente, y mientras bebe de su Euforia para refrescarse, abandona su papel de “navegante”.

Entonces sólo es Don Lorenzo, sin arte ni forma, sólo Don Lorenzo, esperando que la música cual brisa marina, le guíe nuevamente hasta lejanos parajes más allá de la Mar Océano, en cuyas confusas ondas, anhela inmiscuirse.

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