La calle del atardecer la llamaban, y es que ver los atardeceres en ella, era como estar en primera fila en el mejor teatro del mundo, escuchando una mezcla de ópera con el mejor rock y música clásica al mismo tiempo, todo esto viendo como ese inmenso círculo redondo de colores rojizos iba avanzando hasta perderse en medio de las montañas. Era la calle más hermosa para soñar, para imaginarte junto a mí, para pensar que aún estabas vivo. Y lo más perfecto, quedaba en frente de nuestra casa, ahí podía verla mientras me hacías el amor una y otra vez, era maravilloso como el universo conspiraba para tener mis orgasmos viendo aquel espectáculo. Recuerdo quien le puso ese sobrenombre, «la calle del atardecer», debo confesar que sentí celos de que alguien además de nosotros pudiera gozar de ella, de esa calle, ese lugar era nuestro, solo nuestro. Se fue corriendo la voz de la existencia de tan bello lugar, gente de todas partes del mundo venían a nuestra calle a mirar el atardecer, muchos hombres tuvieron esa idea tan ridícula y cliché de proponerles matrimonio a sus mujeres en el mismo momento en el cual el sol se escondía, tal vez avergonzado de ver tan paupérrimo espectáculo, ningún amor merecía eso, ningún amor era tan puro como el nuestro, era nuestra calle. Cuantas veces te descubrí despertándote al alba para ver el amanecer, hasta ponías el despertador para no perdértelo, y cada vez que lo hacías quedabas decepcionado, porque siempre era más maravilloso ver como el sol se escondía a cómo salía, no dejabas de repetirlo, » Ver el sol esconderse es imaginar que se está muriendo por un rato.» Los periódicos también la llamaban «la Calle del Atardecer”, como pegó ese nombre, en todos los lugares la gente comentaba sobre ella, sobre lo hermosa que era. Ese sobrenombre se lo puso un periodista, estaba haciendo una transmisión en vivo contando sobre el hecho cuando en pleno aire, quedó estupefacto al ver tan increíble atardecer, produciéndose un silencio. Recuerdo haber estado viendo ese programa en vivo, recuerdo también haber sentido vergüenza ajena por aquel periodista, la gente de televisión siempre dice que los silencios en cámara son muy incómodos y tienen razón. Pasaron unos segundos cuando pudo recobrarse de tan hermoso espectáculo y siguió narrando la noticia, un joven de veinticinco años había decidido quitarse la vida en esa calle, esperando el último segundo en el cual aún se podía ver el sol, ese último rayo de luz. Supongo que ahora sí puedo decir que es nuestra calle, tú la hiciste nuestra, ahora al ver el amanecer pienso en tus palabras y en el significado que le dabas al sol escondiéndose, era morir un rato, desde ese día me despierto todas las mañanas para ver como el sol revive y amanece, soñando que tú también lo harás…
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